A estas alturas de la campaña podemos decir que las palabras importan pero que un tanto por ciento altísimo de la población no lee, al menos al detalle, los programas electorales de las formaciones políticas y, por tanto, desconocen sus propuestas. En la era de la información multiplicada parece difícil pensar que alguien no esté bien informado sobre los planes de los que optan a dirigir un gobierno, pero la realidad es tozuda: en la sociedad de los smartphones, el poder multiplicador de la redes sociales y las televisiones, ahí donde todo llega a todos, lo que triunfa es una precisa carga simple: el impacto poderoso directo al corazón y en los últimos tiempos, a las vísceras. La emoción triunfa frente a la razón, o lo que es lo mismo, calan más los mensajes eficaces dirigidos a nuestras emociones que argumentos hacia nuestro juicio. Por eso el debate de ayer sí fue decisivo en España, al menos para saber si un experimentado Rajoy, que no domina el poder de la televisión, consiguió terminar de triturar a un Pedro Sánchez rodeado de frases hechas en su discurso y así, de forma un tanto resbaladiza para el PP, acabar de hundir el bipartidismo.
La recta final de la campaña no está haciendo más que abonar lo fácil que lo tiene Rajoy para revalidar el triunfo bajo la constatación de lo difícil que está significando para todos los demás. Pero el debate seguramente sirvió para esos votantes indecisos que en un año han cambiado varias veces de opción política con meta en unas elecciones generales dibujadas como las más complicadas, tanto para sus protagonistas políticos como para ese electorado del PP o del PSOE, ya que un amplísimo número de sus viejos votantes se ha ido y los que se han quedado, la mayoría golpeados por la crisis, llevan viviendo meses en una constante duda porque desconfían de los emergentes por gaseosos, inexplorados y ambiguos.
El de ayer se anunciaba como un embate donde los grandes protagonistas serían también los puntos débiles, los flancos fáciles y algún titular glorioso en forma de anuncio. Pero con las emociones, sobre todo en un lugar que ha sufrido un fuerte azote por la crisis económica y, por tanto, donde se ha instalado la angustia y la ansiedad, el componente anímico se volvió a fiar peligrosamente a un case study, como en su día fue la niña de Rajoy y el IVA de sus chuches o las amplias y optimistas sonrisas Sánchez como aliño a un proyecto de España basado en la derogación de las leyes de la recién acabada legislatura. Un debate tan decisivo como las propias emociones de los indecisos y cuyo sentido se condensó en la frase sobre Rajoy que una señora soltaba horas antes de ese directo tan importante: “Que diga las cosas ? pero de verdad”.