La última “diablura” de Donald Trump, su plan anunciado el pasado lunes a favor del veto temporal a la entrada de musulmanes a Estados Unidos en respuesta a la amenaza del terrorismo yihadista, ha sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia republicana. El precandidato a la Casa Blanca hizo esa propuesta al calor del reciente ataque en San Bernardino (California), que causó 14 muertos y una veintena de heridos y fue perpetrado supuestamente por dos simpatizantes del grupo yihadista Estado Islámico.
Tanto revuelo provocó dentro y fuera de Estados Unidos la idea del magnate inmobiliario, líder en las encuestas sobre la nominación presidencial republicana, que el aparato del partido aparcó por una vez su prudente silencio hacia Trump y no se mordió la lengua. El líder republicano Paul Ryan, presidente de la Cámara de Representantes de EEUU, subrayó que el plan antimusulmán del multimillonario “no representa” ni a la formación ni al país. Similar indignación expresaron el presidente del Comité Nacional Republicano (ejecutiva del partido), Reince Priebus, y el jefe de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, quienes reprobaron sin ambages la propuesta del multimillonario neoyorquino. Según el diario especializado en información política The Hill, “la condena de un favorito presidencial de un partido por los máximos dirigentes del mismo partido en el Congreso no tiene precedentes, al menos en tiempos modernos”.
Lejos de acatar la línea de la formación política, Trump, que el pasado junio ya marcó el tono de su campaña al anunciar su candidatura con insultos a los inmigrantes indocumentados mexicanos, pasó al contraataque y amenazó con competir como aspirante independiente. Dada la tensa relación con el díscolo magnate, que algunos analistas describen como una “guerra fría”, el establishment ya se prepara para una atípica convención nacional el próximo julio, de la que debe salir el candidato a los comicios de noviembre de 2016.
Si el empresario triunfa en las primarias, que empezarán en febrero con el caucus del estado de Iowa, el partido podría vivir una situación inédita desde 1976: una convención nacional dividida y sin un nominado claro. Ese posible escenario fue objeto de análisis el pasado lunes en una cena secreta de altos cargos republicanos convocada por Priebus y a la que también asistió McConnell, según confirmaron a The Washington Post fuentes conocedoras de la reunión.
Por ahora, las encuestas mantienen en la cresta de la ola al multimillonario, cuyo ascenso político sostenido desde junio pasado ha sorprendido a todo el mundo en Estados Unidos, que veía al empresario como un fenómeno anecdótico, pasajero y hasta jocoso. Para más inri, el controvertido plan antimusulmán de Trump, que probablemente saldrá a relucir el próximo martes en un nuevo debate de los aspirantes conservadores a la Presidencia, no ha mermado un ápice su popularidad, a tenor de un sondeo publicado este viernes. Según esa encuesta, elaborada del 8 al 11 de diciembre (Trump hizo su propuesta el día 7) por la empresa Ipsos y la agencia de noticias Reuters entre 481 republicanos, el magnate tiene un apoyo del 35%, el mismo porcentaje que antes de la polémica. Carson ocupa, a amplia distancia, el segundo puesto (12%), seguido del senador de origen cubano Ted Cruz y el exgobernador de Florida Jeb Bush, ambos con el 10%.
Ante el desconcierto del Partido Republicano, la ex secretaria de Estado Hillary Clinton, gran favorita para obtener la nominación presidencial demócrata, se frota las manos, pero el huracán Trump sopla con fuerza, de momento, y sus efectos parecen impredecibles.