en Durango, con la viuda de Jesús Mari Pedrosa, concejal del PP asesinado en el año 2000. Menuda, ágil, dispuesta, de hablar simple y aspecto frágil, que no se corresponde con una resolución vital que termina por envolverte. Sin levantar la voz, emocionándose en ocasiones, desgrana lo que es hoy la misión de su vida: proclamar a todos lo que a ella le ayudó a volver a empezar. Al final de cada respuesta, siempre hay una sonrisa.
-Había estado trece años como concejal, padeciendo dos o tres años de insultos, pasquines en la calle que nadie retiraba, manifestaciones a la puerta de nuestra casa, pasividad de la gente, y al mismo tiempo sufriendo por los perjuicios que la situación ocasionaba a los vecinos de la casa. Impotencia que te va minando, aunque confías en que lo que temes no te va a pasar. Hasta que sucedió. La primera vecina que se acercó fue la madre de Dani Maeztu. Otra me dijo: “Ahora le han matado, pero antes no le han dejado vivir”.
Y de inmediato, el primer reto, la primera misión?
-Lo único que me preguntaba es cómo salgo de esta, cómo ser fuerte para poder ayudar a mis hijas. Nada más. Una de ellas se iba a casar. Pensamos en suspender la boda, pero felizmente no lo hicimos. Al menos eso no lo estropearon.
Hay un cierto olvido de ti?
-Soy creyente y practicante. Creo en Dios pero Jesús está más cerca. Él ha sido mi guía.
Rezabas?
-No soy muy rezadora; le hablaba, leía el Evangelio y estaba atenta a lo que cada párrafo suscitaba en mí.
Y al mismo tiempo, había que pasar por un duelo.
-Antes de quince días fui a un psicólogo. Sacar y contar lo que tienes dentro. No recuerdo odio, pero sí angustia, rabia, impotencia, pensar con qué derecho han hecho esto, para qué... Me dijo que sería un duelo que duraría tal vez dos años. Al principio te parece que es increíble. Pero terminas aprendiendo a convivir con lo que te ha tocado.
No desaparece, se convive?
-Sí, se va apaciguando. Ese proceso no llegó a los dos años. Un día me dijo que tenía que escribir una carta de despedida a Jesús Mari. Me costó, no tanto escribirla sino decidirme a escribirla. Creo que lo estuve pensando dos o tres semanas, pero luego la redacté de un tirón. Más tarde la quemé.
¿Qué le dijiste...?
-Cosas muy íntimas. Le dije lo que había supuesto para mí y lo que sentía al despedirme. Empecé a los trece años y murió cuando yo tenía 54. Era mi amigo, mi compañero, mi marido. Todo. Una parte de mí, incluso física. Había visto morir a mi padre, pero esto era diferente; el modo lo cambia todo. Me sentí como liberada, pero lo más sorprendente es que me pareció que también lo liberaba a él.
Le dejaste por fin marchar?
-Sí, cortaba con él. En ese momento se fue del todo.
¿Es entonces cuando empiezas a perdonar?
-Interiormente algo me decía que yo iba a perdonar. Jesús lo había hecho: no saben lo que se hacen?
Es, pues, el cumplimiento de una obligación.
-Es algo más; yo necesitaba perdonar para estar en paz.
Perdonar es entonces algo práctico, una reflexión que viene de la mano de la conveniencia personal.
-Sí. Quería sentirme bien conmigo misma. Y además no necesitaba que ellos me pidieran perdón. Necesitaba respirar de nuevo. Volver a ser yo misma. Una liberación de una carga interior.
¿Y cómo se perdona?
-Había como dos partes enfrentadas. Primero está la necesidad. Yo lo quería, pero había una parte que se rebelaba. Pero sabía que finalmente iba a perdonar. Necesitaba sentirlo de verdad.
No todos piensan de la misma manera?
-Les respeto y pido también que me respeten a mí. Yo necesitaba perdonar aunque a ellos no les valga para nada. Estaba en juego mi paz espiritual, sentirme bien conmigo misma. Era iniciar una nueva etapa. Tenía que salir. Interiormente me sentí más ágil.
Y con ello, un nuevo reto, una nueva misión?
-Sí; ayudar a que esto se encauce y hacer pensar. Tocar conciencias. Que la gente reflexione, sembrando una semilla. Ya había aceptado salir en Informe semanal y en ETB-2. Quien me entrevistó fue Uxue Barkos. Hubo gente que me escuchó.
Y entonces te pronunciaste también contra la dispersión de los presos.
-Pero eso lo pensaba antes del asesinato de mi marido. No he cambiado de manera de pensar.
Muchos te lo agradecieron.
-Sí, me decían que transmitía paz y tranquilidad. Y a partir de ese momento voy a todos los sitios a los que me llaman. Pensé que yo no sería capaz de hacer eso, pero lo haces. Varios días antes lo paso mal, pero luego me viene bien. Vuelvo contenta de haberlo hecho.
Los asesinatos continuaron?
-Y los vives como propios. Los medios son muy crueles, las imágenes hacen mucho daño.
¿Qué sentiste hacia el chico que disparó un tiro en la nuca de tu marido?
-Que necesitaba perdonar de verdad. A Jesús Mari lo mataron en junio y ese chico murió en agosto en el interior de un coche que estalló en Bolueta. Apareció el arma. Sentí tristeza. Eran unos chavales muy jóvenes. No tuvieron finalmente la oportunidad de reflexionar y volver. Pero el odio y el rencor te hacen más daño a ti que al otro. Son piedras contra uno mismo. Quien odia no puede ser feliz. Y si yo he sufrido, tener un hijo que ha matado a alguien tiene que ser lo más de lo más.
Más tarde continúas queriendo conocer otras historias de violencia y asesinatos de otra gente. Es la reunión en Gleencree, en Irlanda.
-Iba nerviosa y con miedo; no sabía con qué personas me iba a encontrar, ni cómo iban a reaccionar. Éramos familiares de víctimas de ETA, GAL y BVE. Posteriormente se abrió el grupo para integrar a personas que habían sufrido otras vulneraciones de Derechos Humanos, como persecución y torturas policiales. Fue muy intenso, y hubo momentos en los que llegamos a límites que no había conocido hasta entonces. Pero teníamos algo en común: el sufrimiento. El dolor de otros se suma al propio. Terminamos llorando, pero también abrazándonos. Se sacaron fotografías de nosotros al comienzo y al final. Nuestras caras eran completamente diferentes.
¿Qué aprendiste...?
-El valor que das a todo lo que ocurrió. Te ayuda a ver todo lo que se ha hecho mal. Todo el mundo era positivo. Los abrazos eran sinceros. La violencia es injusta e injustificable. Lo fundamental es la actitud; de haber cambiado antes, el sufrimiento no habría sido tan largo ni tan intenso. La memoria hay que guardarla y aprender de lo que ha pasado. Tras salir de allí yo me sentía mejor.
¿Qué te dicen los alumnos de los colegios cuando les hablas...?
-Se sorprenden. Noto un gran respeto, un enorme silencio. Hay quienes dicen que ellos no responderían del mismo modo, pero al final terminan por reflexionar. Les cuento mi historia y cómo he ido construyendo mi vida desde entonces. Lo explico de forma sencilla y con un mensaje constructivo. Se trata de aprender de todo lo que se hizo mal, para que nunca vuelva a ocurrir. Matar estuvo mal antes, ahora y después.
Hay quienes afirman que ni olvidan ni perdonan.
-Lo respeto. Cada uno lo siente a su manera. Es muy particular. Pero siento tristeza ante ellos, porque creo que no les hace bien. Otras voces no me representan. Estoy contenta de lo que hago. Lo que deseo es que los pequeños de mi familia puedan vivir otra vida. Se lo he tratado de explicar a mis nietos, como si fuera un cuento. No sabía cómo hacerlo. De un modo suave. Entender sin que les haga daño. Hay imágenes que no sacan sino lo peor de cada uno.
¿Qué pensaría Jesús Mari de lo que estás haciendo...?
-Se sentiría bien y estaría de acuerdo con lo que vengo haciendo. Agradecería que mi vida girase en aportar un mensaje positivo a favor de la convivencia.
De ti se puede decir muy bien aquello de ‘Confieso que he vivido’.
-Intensamente.
Nacida en Toledo, llega con los cinco años a Atxondo.
Estudia luego en Durango y en Bilbao.
Un nombre. El de su psicólogo, Jon Elorduy.
Un libro. ‘El regreso del hijo pródigo’, de Henri J. M. Nouwen.
Gente de la que nació una amistad en Gleencree: Axun y Arantza Lasa.
Una afición. Francia y la lengua francesa.
Dificultad. La timidez, que le obliga a un sobreesfuerzo.