La peste despertará a sus ratas y las mandará a morir a una ciudad feliz. Parece premonitorio este final de La peste de Albert Camus. Escuché la cita en la madrugada del sábado a través de France Info, cuando París aún estaba sumida en un terror absoluto y el contador de muertos aumentaba cada minuto. Vecinos de Charonne, una de las zonas de moda de la capital francesa, llamaban consternados y asustados. Pero sus voces transmitían sobre todo aturdimiento. El terror busca exactamente eso: aturdir y atenazar la voluntad colectiva. Por eso es importante la reacción, también colectiva, ante la barbarie. Esto es un remedio universal. No detiene futuros ataques, como se ha demostrado, pero al menos amortigua el efecto que perseguían los asesinos. Si además sirve para mitigar el dolor de las víctimas directas, esas muestras de repulsa pública se convierten en una obligación moral.

Estamos en guerra, dice Hollande. Sí, no hace falta que un grupo de fanáticos (por cierto, ser muy numeroso no atempera el fanatismo) provoque una matanza en París para constatar que las guerras modernas tienen múltiples escenarios, que los lugares públicos son los campos de batalla y que, como en todas las guerras, además de los combatientes mueren civiles. No veo mucha diferencia entre este París de hoy y el Gernika de 1937. Eso son las guerras.

En las guerras muere gente. Gente como usted lector, que no es dibujante en una revista satírica e irreverente, ni un judío que compra en un supermercado kosher, ni es policía, ni militar, ni piloto de bombarderos, ni dibujante de una revista satírica. Mueren todos esos, que son gente; y gente como usted; ni más ni menos. Podemos entretenernos en mirar hacia otro lado pensando que la peste no va con nosotros, pero es muy contagiosa. Si no tomamos medidas nos alcanzará; a veces está más cerca y otras veces más lejos, pero sigue rondando por este inmenso campo de batalla en el que se ha convertido Europa.

La peste de Camús es la intransigencia del sectarismo religioso y político. El golpe ha sido muy fuerte pero otra vez han vuelto los integrantes de la Cofradía del Santo Reproche a culpar a la pérfida Occidente (¡como si ellos no fueran también Occidente!) de provocar en Oriente males que después nos llegan en forma de brutales atentados. Me gustaría escuchar a los explicadores oficiales qué creen ellos que debe hacer Europa ante la masacre del ISIS en Siria e Irak. Si actúa, mal porque está generando odio y de ese odio vienen estas tempestades; si no actúa, también mal porque se cruza de brazos ante los genocidios.

Lo peor de los atentados terroristas y de esta barbarie es que cuando se apaga el humo, se silencia el estallido y se enfría el cañón... sólo queda el dolor de las víctimas. Nada más; ningún objetivo logrado, ningún acto distinto al previsible, porque los Estados no acusan el terror, sólo lo hacen de manera individual los directamente afectados por esa violencia extrema. Lo hemos visto también en nuestro entorno, una violencia cruel e inútil que genera más dolor... y nada más.