El paro ha descendido en España durante los dos últimos años. Ha pasado del 26% en el segundo trimestre de 2013 al 22% en ese mismo periodo de 2015. Mariano Rajoy, como es natural, no ha dudado en atribuirse el mérito, y también el de que ya haya menos parados ahora que cuando llegó al gobierno. Como es lógico, en los meses que quedan hasta entonces hará todo el uso posible de esos datos y de otros en la misma línea para intentar ganar las elecciones. Y sospecho que lo conseguirá.
Pero sea como fuere, lo cierto es que los gobiernos españoles -este y los anteriores- podían haber hecho bastante más que lo que han hecho para modernizar y dinamizar el tejido económico, y facilitar así la creación de puestos de trabajo. No estoy pensando en medidas presupuestarias expansivas, impracticables hoy en el contexto de las políticas europeas de austeridad. Me refiero, por ejemplo, al nulo interés en cambiar la normativa laboral para corregir las disfunciones actuales (derivadas del mercado dual); a lo poco hecho para terminar con los privilegios -en forma de protección frente a la competencia- de que gozan determinados sectores; a la ausencia de medidas efectivas en contra de la corrupción (de efectos tan disolventes sobre la competitividad y salud del tejido económico); y aunque este factor surtiría sus efectos a más largo plazo, a la escasísima importancia real que se da a la formación de calidad y de alto nivel y, en general, a la generación de conocimiento y de capital humano como fuentes estables de prosperidad. A decir de los especialistas, la mejora del empleo obedece más a la inercia del ciclo económico europeo y a una regulación laboral que facilita la creación de empleo barato en algunos sectores. El problema es que la tasa de paro española es tan monstruosa que habrán de pasar muchos años para llegar a cifras equivalentes a las del resto de Europa, si es que se llega alguna vez a esos niveles.
En la Comunidad Autónoma Vasca tampoco estamos para tirar cohetes. Con la crisis la tasa de paro subió desde un 6% en 2008 hasta un 16% cinco años después (segundo trimestre de 2013 según el Instituto Nacional de Estadística). Pero el problema es que allí seguimos, un poquito por debajo de ese 16%. Es cierto que en la CAV el desempleo subió menos y lo hizo de forma más gradual que en el conjunto de España, pero también lo es que llevamos tres años sin apenas crear empleo, en una situación difícil para muchas familias y -duele hasta pensarlo- sin acabar de ver perspectivas favorables. En el conjunto de la Unión Europea la tasa de paro es del 11%, y en la Eurozona del 11,5%.
En la CAV estamos, por lo tanto, a medio camino entre las cifras españolas y las europeas, pero las españolas ya van por el segundo año de reducción, y aquí no parece que nos hayamos enterado. La advertencia el jueves pasado del diputado general de Bizkaia, en el sentido de que en junio la recaudación estaba significativamente por debajo de las previsiones, confirma la atonía económica en la que permanecemos.
No sé a qué obedece esa parada del paro. Pero algo me dice que si queremos volver a las tasas anteriores a la crisis, nuevos sectores de actividad deberán ocupar el lugar que antaño ocuparon los de la burbuja. Sospecho que eso pasa por generar conocimiento y formar profesionales de alto nivel. Pero a la vez, mucho me temo que eso no sea, precisamente, una de nuestras prioridades.