Bilbao - La Universidad de Deusto está a punto de culminar un amplio estudio en el que, por primera vez y desde múltiples perspectivas, se investiga el impacto de la extorsión practicada por ETA al mundo empresarial. Iniciado por Bakeaz por sugerencia de un empresario extorsionado, un equipo de diez investigadores formado por historiadores, economistas, sociólogos, politólogos y juristas está llevando a cabo un trabajo de campo que culminará en primavera y en el que ya se han recogido 60 testimonios directos de víctimas extorsionadas y otras cerca de 160 aportaciones mediante cuestionario online, preservando siempre el anonimato. Aunque aún es pronto para sacar conclusiones concretas -se elaborarán a finales de año-, el estudio permite hacer una aproximación a un fenómeno conocido pero silenciado. “Y solo hemos tocado la punta del iceberg”, avanza Sáez de la Fuente.
Con lo que llevan investigado, ¿se puede empezar a calcular la entidad de la extorsión?
-Estamos en ello. Las dimensiones desde las que abordamos el estudio son múltiples. Por un lado está la dimensión histórica, que todavía es prematuro estimar. Hay estudios que hablan de entre 10.000 y 15.000 afectados, pero no son nuestros estudios. todavía no podemos avanzar datos significativos en este terreno. Pero creemos que nosotros hemos tocado la punta del iceberg y que era una situación bastante más generalizada de lo que cualquier ciudadano podría prever. No solo hablamos de la extorsión a grandes y medianas empresas, sino que logró penetrar en el tejido social y empresarial ese fenómeno de la microextorsión que ha funcionado al más puro estilo mafioso.
¿Pueden medirse las consecuencias personales, familiares, sociales...?
-Desde el punto de vista de la dimensión psicosocial de la extorsión, he-mos empezado a hablar ya de la curva de la intimidación, que nunca se valorará lo suficiente. No somos conscientes del daño que ha hecho, el daño social, el daño familiar. Hay que tener en cuenta que no solo les afecta a los empresarios personalmente, aunque en la mayor parte de los casos, sobre todo en la época más dura de la extorsión, han pretendido mantenerlo en la intimidad, por una doble razón: para que no se hiciera público y no hubiese más motivos para concentrar la atención sobre ellos como objetivo, y también para no preocupar a sus familias y que no fuesen un elemento condicionante de la decisión que fuese a tomar. En cualquier caso, las consecuencias han sido muy duras y en determinados momentos se habla de familias especialmente afectadas.
¿Cuál era el mecanismo utilizado?
-Primero se recibe una carta, esas cartas empiezan a ser más frecuentes, al principio se habla de una “contribución a la causa de la liberación nacional y social de Euskadi”. Progresivamente, las cartas incrementan su dosis de dureza, pasas a ser objetivo militar, no solo tú, sino también tus familiares, la carta no solamente va dirigida a la persona. En otra fase te mandan cartas con el remitente de familiares tuyos para demostrar que conocen tu entorno, aunque no sea así, y que pueden atentar en cualquier momento contra él. El miedo, la sensación de soledad, la presión, es cada vez mayor, lo cual limita bastante la capacidad de maniobra.
Suena a métodos de la mafia.
-Creo que sí, que son los mismos comportamientos, salvando las diferencias de contexto. Hay mucha diferencia según en qué momento histórico sucede. No estaba ETA de la misma manera en unos momentos que en otros, la sociedad y las instituciones públicas tampoco, su capacidad de reacción... pero tampoco es lo mismo según van pasando los años que tú trabajes en una gran empresa donde mandan cartas a todos tus compañeros, que se diluye un poco, o si tienes un pequeño taller en una zona especialmente conflictiva de Gipuzkoa o Bizkaia, con la extorsión y la presión, de ETA y del entorno radical.
La propia terminología es importante, lo denominaban “impuesto revolucionario”, que tiene connotaciones positivas, casi románticas.
-Efectivamente. Si algo he pretendido en este trabajo y a lo largo de toda mi vida profesional en un doble compromiso científico y ético, es combatir los eufemismos del lenguaje. Los llevo fatal. Y este es un caso gravísimo. Cuando se habla de “impuesto revolucionario” se le está dando una connotación positiva e idealista. Se identifica también con una manera determinada de ver a ETA y su entorno. Hay que subrayar que eso era pura extorsión económica, nada de “impuesto revolucionario”. Y lo malo no es que lo haya utilizado ETA y su entorno, sino que muchos durante mucho tiempo y sin participar de ese esquema han/hemos terminado participando de ese mismo lenguaje.
La extorsión ha tenido una evolución. ¿Qué etapas ha tenido?
-Estamos también trabajando en ello, y la sociedad también ha ido cambiando. En las primeras etapas, en la transición y los primeros años de consolidación democrática, vivimos una situación en Euskadi marcada por una cierta mentalidad antirrepresiva donde había amplias complicidades sociales en torno a ese mundo de ETA y de la izquierda abertzale. Era mucho más difícil ver que eso era extorsión. La sociedad creía que lo que estaba haciendo ETA en las empresas a través del chantaje y la extorsión estaba facilitando el incremento de salarios, porque siempre estaba detrás como el primo de Zumosol. La mayor parte de la gente intentaba negociar a la baja y pagar “en el otro lado”. A medida que ETA ha ido perdiendo fuerza y que también han cambiado la infraestructura económica y tecnológica había mecanismos mucho más sofisticados de chantaje. También en la medida que la gente ha visto que ETA estaba más débil y las organizaciones empresariales han tomado cartas en el asunto con llamamientos más expresos a no pagar, la gente ha tendido a pagar menos.
De los testimonios recogidos, ¿qué cuentan del momento en que abren el buzón y leen la carta?
-En un porcentaje significativo son conscientes de que les puede pasar, pero la llegada de la carta supone un impacto. En el momento en que llega, te preguntas por qué te ha tocado a ti. En ese momento, se plantean varias cuestiones. Una, si me lo guardo para mí y, si no, a quién se lo cuento. Hay una tendencia a mantenerlo en privado por esa doble cuestión de evitar que se amplifique y por no involucrar a la familia, pero también porque no sabes cómo va a reaccionar el entorno social y vecinal. Y luego hay el dilema ético: pago o no pago y en qué condiciones lo hago. Hay un dilema ético muy fuerte, porque sabes que si pagas, tú compras tu seguridad a costa de aquéllos que seguramente no puedan comprarla. Y si no pagas, sabes que puedes ser objetivo. La sensación es de soledad, de miedo mejor o peor controlado. Y si la carta no se queda ahí y los mecanismos de intimidación se agudizan, con cartas a familiares, o que te colocan un artefacto, o pintadas amenazantes, o te mandan un pájaro muerto a casa, la presión es cada vez mayor y se ven afectados tus familiares.
Esos son ejemplos reales...
-Sí, sí. Todo lo que le cuento ha sucedido. No me invento nada.
¿Cómo se resuelve ese dilema de pagar o no pagar?
-La mayoría de los entrevistados han dicho que no han pagado. Y quienes han pagado lo han hecho tras pasarlo francamente mal y con la sensación de que era la única manera de resolver su situación. Yo siempre subrayo que pagasen o no pagasen, todos los extorsionados son víctimas y que cuando hacemos un análisis ético sobre el papel que han jugado todos los agentes implicados, no solo los extorsinados, sino los extorsionadores, los intermediarios, las instituciones públicas y la sociedad, hay que hilar muy fino para saber qué responsabilidad compete a cada uno y en qué medida la responsabilidad ética está mediatizada por la limitación de tu libertad en determinadas circunstancias. Comportamientos heroicos es muy loable pedirlos, pero no todos podemos ser héroes y mártires.
Pero al final se tenían que decidir por pagar o no pagar. ¿Qué les hacía decantarse, la familia, el miedo...?
-Fundamentalmente, en ese contexto de presión, ellos se han sentido muy apoyados por su entorno más próximo, la familia. Luego, hay discrepancias sobre las reacciones del entorno social y vecinal. Hay algunos que se han sentido apoyados y otros muchos que se han visto absolutamente solos e incluso han sentido una doble victimación porque ese entorno, sobre todo el vecinal, quería quitarse ese problema de en medio.
Serían conscientes también de que pagar significaba financiar el terrorismo, los atentados...
-La mayoría era consciente. De hecho, algunos dicen que pensaban “yo no voy a dar nada a ésos...” Ese era el dilema ético fundamental.
Es casi un acto heroico.
-Es que eso es un acto heroico. Porque la mayoría de los que no han pagado han sido héroes en silencio, héroes anónimos a los que nadie les ha dado siquiera una palmadita en la espalda y no se han sentido reconocidos ni apoyados por la sociedad.
En esa espiral entraban también los secuestros, atentados... ¿Qué papel aleccionador jugaban estos actos?
-Yo suelo decir que tenían un carácter ejemplarizante. En el caso de que se produjese un secuestro, o tras un asesinato como el de José Mari Korta, se reforzaba la extorsión y se mandaban cartas de forma masiva, porque sabían que en el corto plazo lo podían rentabilizar. Esos actos, como al principio los tiros en las piernas y los secuestros exprés, no tenían solo el móvil estrictamente económico sino hacer cundir el miedo e incluso utilizar a los empresarios como mecanismo de presión política.
Hubieran pagado o no, ¿debe considerárselas víctimas?
-Por supuesto, son víctimas.
¿Cabe algún reproche ético a los que pagaron?
-Yo no soy la experta en este campo, la dimensión ético-jurídica la van a trabajar muy bien mis compañeros. No pretendemos hacer este estudio para señalar a quienes han pagado, sino poner sobre el tapete una situación que ha pasado desapercibida, ha generado mucho sufrimiento y debe formar parte de esa regeneración ética y democrática de la sociedad. Pero no culpabilizar a las víctimas. Queremos que tenga un efecto sanador, rehabilitador de una realidad de victimación que ha sido muy sibilina.
¿Y la responsabilidad de la sociedad?
-Hemos hecho mucho menos de lo que deberíamos. A la sociedad le ha costado hacer un desmarque explícito de la violencia de ETA, a la hora de defender un proyecto político, fines y medios no se pueden separar y esto tiene que ver con una determinada manera de ver la ética. Nos ha costado mucho ver esto.
Ahí sí que hay un reproche.
-Sí, ahí está el reproche. Pero hago crítica y autocrítica: todos pudimos hacer más de lo que hicimos. Pero no es tarde al menos para situar la responsabilidad en su justa medida.
Se debe hablar también del papel de un sector social, el que apoyaba a ETA.
-Podemos hablar del reproche a la sociedad por omisión, pero el mayor reproche hay que hacérselo no solo a ETA sino a la izquierda abertzale, que ha jaleado, apoyado, justificado y legitimado directa e indirectamente la extorsión e incluso determinados sectores han coparticipado de esas prácticas mafiosas, sobre todo en los entornos que ellos controlaban. Era una presión que se añadía a la ambiental que ya se vivía.
¿Qué heridas nos han quedado como sociedad?
-El mayor miedo que tengo es la tentación de pasar página, que favorece las actitudes más negacionistas, revisionistas y de impunidad respecto a lo que ha sucedido. Y eso hace flaco favor a la regeneración ética de la sociedad. Cuando se habla de vamos a mirar al futuro, eso es una trampa.
Cuando se habla de víctimas, se incide siempre en la necesidad de memoria, verdad, justicia y reparación. ¿Cómo se hace justicia y se repara a los extorsionados?
-Hay muchas formas de reparar. Muchos de los que han hablado con nosotros no quieren grandes reparaciones, pero sí han subrayado la necesidad de un reconocimiento social de lo que ha sucedido.