un repaso a los acontecimientos más recientes de orden político, policial y judicial ocurridos en este país nos deja una penosa sensación de déjà vu, de foto fija que nos retrotrae a tiempos pasados que creíamos ya afortunadamente superados. Esta foto: una manifestación multitudinaria en apoyo a los presos, un impresionante despliegue operativo de la Guardia Civil entre dos luces llevándose a una docena de personas detenidas, unas declaraciones belicosas de ida y vuelta en las portadas de los medios y una decisión judicial tendenciosa con aires de venganza. Y en el fondo, como siempre, unos intereses electorales y partidistas por encima de cualquier asomo de justicia y equidad.

En otros tiempos parecía demasiado duro, incluso contaminado con tintes delictivos, afirmar que quienes controlan el poder no tienen ninguna voluntad de poner fin al conflicto violento que ha venido asolando al País Vasco desde hace cinco décadas. Lo cierto es que siempre ha habido sospechas de que esa mecha encendida en Euskadi, con todo lo que ha conllevado de tragedia y de dolor, no les venía mal a algunas estrategias electorales y aun a ciertos intereses particulares vinculados a la seguridad. ETA, en su inútil y dramática huida hacia ninguna parte, ha servido de coartada para réditos múltiples y variopintos con los que se han sentido cómodos gobernantes, dirigentes políticos y sectores ideológicos de derecha extrema o de proyecto autoritario. ETA como enemigo común, ETA como coartada, ETA como pretexto, ETA como tapadera, ETA como elemento aglutinador de intereses y voluntades, ETA como discurso único e inamovible, ETA como esperanza mesiánica, ETA como escenario eterno.

Pero ocurrió que el 20 de octubre de 2011 ETA anunció el fin de su lucha armada. Hace ya tres años. Ocurrió que unos notorios dirigentes de la izquierda abertzale decidieron constituirse en vanguardia y aceptar las reglas del juego que les homologarían al resto de formaciones políticas. Ocurrió que Euskadi iniciaba su complicado camino hacia la convivencia y la reconciliación en un clima necesitado de sosiego y de paz ciudadana. Ocurrió que para la inmensa mayoría de la sociedad vasca los tiempos habían cambiado y había que consensuar una nueva convivencia con memoria pero con justicia.

Y en esa tarea estamos, intentando restañar las heridas de las víctimas, reivindicando los derechos humanos de los presos y exigiendo a esa ETA activa pero no operativa que acelere su desarme y su disolución, cuando el Gobierno sostenido por el PP vuelve a invocar el terrorismo como diana para la atención mediática. En un momento en que el mundo occidental aún sigue conmovido por la barbarie yihadista en París, el Gobierno español saca pecho como adalid de la lucha antiterrorista llevando a cabo una operación policial al viejo estilo, intentando trasladar que es implacable contra los tentáculos de ETA, una operación que se fue desinflando a medida que los detenidos iban pasando ante el juez. En un momento en que la izquierda abertzale hace exhibición de músculo llevando a la calle a decenas de miles de personas en apoyo a los presos políticos vascos, el Gobierno español le baja los humos y despliega a su Guardia Civil para que se vea quién manda y sigue mandando aquí. En un momento en que la Unión Europea ordena que se compute el tiempo de prisión cumplido en cualquier país miembro por un mismo delito, el Tribunal Supremo vuelve a plegarse a los intereses del partido que mayoritariamente les nombró, y se arriesga al más que previsible ridículo por incumplir la normativa europea.

El proceso de resolución del conflicto vasco, pese a quien pese, es imparable. Se constata una voluntad abrumadoramente mayoritaria de la ciudadanía por pasar página, por resolver el origen del conflicto y consensuar un estatus de autogobierno que haga imposible la vuelta al pasado violento. Sin embargo, es evidente que el Gobierno español y el partido que lo sustenta no están dispuestos a que ese punto común de llegada se materialice. Bajo el pretexto de que ETA sigue empecinada en no desarmarse ni disolverse, actúa como si estos tres años no hubieran transcurrido. Por supuesto, no tiene ninguna intención de modificar su estrategia reaccionaria ni de asumir iniciativa alguna para acelerar ese desarme y esa disolución que reclama.

Por el contrario, los intereses electorales, ahora que asoma el fantasma de Podemos, llevan al PP a empecinarse en las viejas estrategias de hacer como si ETA siguiera actuando, en la asentada doctrina del “todo es ETA”, en la rastrera cosecha de réditos electorales caiga quien caiga con el pretexto del antiterrorismo tan ovacionado por la caverna mediática y tan admirado por millares de papanatas desde hace lustros.

No interesa una Euskadi en paz. No interesa la desactivación del conflicto. No interesa otra foto que la algarada, el miedo, la violencia y la Guardia Civil en redadas de madrugada.