La semana iba enfilada hacia el análisis de lo que se ha dicho y lo que no en los balances del año político que han llegado desde Moncloa y Ferraz y sus sucursales respectivas en Euskadi mientras se apagaban los ecos del anodino estreno televisivo de Felipe VI y los memes de su sofá rojo. Por cierto, que uno de cada nueve ciudadanos de la Comunidad Autónoma Vasca siguió el discurso de la puesta de largo navideña del recién estrenado jefe del Estado y aún se oyen aplausos porque lo consideran un éxito. Cabía incluso un hueco para interpretar la sucesión de mensajes sobre el desarme de ETA en un ciclo rápido de anuncio de los verificadores, casi simultánea propuesta de Lakua, inmediatas críticas de Sortu por considerar que el lehendakari ningunea a los verificadores y anuncio de estos de que acogen la propuesta y la dan curso hacia ETA. Esta sucesión de hechos daba casi para una tesina.
Pero la actualidad cruje con los frutos del inteligente marketing viral del fenómeno político-televisivo de nuestros días: Podemos. El último impulso a su campaña se lo daba ayer mismo el Euskobarómetro de la UPV, que recogía los resultados de las encuestas telefónicas realizadas hace mes y medio a 600 ciudadanos vascos y extrapolaba sus resultados a la composición del Parlamento Vasco dentro de dos años. El diferencial de tiempos políticos es el aspecto más destacado por los partidos con representación en la Cámara vasca. Un modo de ver la botella medio llena y frotarse el capón que les da la encuesta. Pero el hecho de que una estructura política aún inexistente en Euskadi, de la que la audiencia es incapaz de citar más de tres nombres propios y no pone cara a nadie en su nonata sucursal vasca, aparezca como segunda fuerza del país tiene que hacer pensar a los partidos vascos.
Como bombazo televisivo, la primera temporada de Podemos ha puesto ante la pantalla a un colectivo que se había refugiado en la abstención y a otro que, siendo consumidor habitual de política y papeletas electorales, viene rebotado de la decepción con quienes cosechaban sus simpatías. En consecuencia, Pablo Iglesias acumula un share -válgame el símil televisivo- envidiable en su salto al prime time de las cadenas españolas y los sociómetros. Ya decíamos hace una semana que los personajes gustan y la trama, que tiene más incógnitas que Perdidos, ha enganchado en su primera temporada. Si es capaz de dotar de contenido político y económico a los mensajes hoy saturados de espacios comunes y obviedades bienintencionadas, el proyecto puede mantener la audiencia hasta las elecciones generales, dentro de un año. Llegado el momento, sabremos si la legión de nicknames fieles en la red le compran también el merchandising en la urna.
Del último Euskobarómetro deben sacar conclusiones los partidos vascos un poco más elaboradas. Decir que el ascenso de Podemos refleja el hartazgo de la política y el cabreo ciudadano tampoco es para optar a un Nobel. Más interesante resultaría saber cómo interpretan que el PNV, gobernando en solitario, sea la fuerza menos castigada en la recomposición del mapa político. Qué pasa en la izquierda abertzale para que un tercio de su representación parlamentaria se le escurra hacia un proyecto constitucionalista como el de Pablo Iglesias. Qué horizonte le queda al centro progresista que pretende ser el PSE si pasa de gobernar hace dos años a verse reducido hoy a un 4,3% de voto directo reconocido. Y cómo va a dar la vuelta a su periplo hacia la intrascendencia el PP de Arantza Quiroga si se cumplen los augurios del estudio. Y quién pinta una mayoría para gobernar ese escenario.
Pero a lo mejor es todo mucho más sencillo y la interpretación del entonces -cuando se realizó el sondeo- no tiene nada que ver con el mañana -las autonómicas de otoño de 2016-. En ese caso, estamos todos perdiendo el norte y habremos caído en el juego de sombras chinescas de unos personajes sólo perfilados pero elevados a la categoría de referentes del nuevo pensamiento político. Mediáticos, ni izquierda ni derecha -juran-, huecos aún en programas, faltos de contraste de gestión y, sin embargo, triunfadores ante la opinión pública. ¿En qué posición quedan quienes ejercen la política en parámetros clásicos? Obama provocó una ola de ilusión similar, también sostenida en redes sociales. Suyo es el eslogan de “podemos”, suyo fue el voto de las minorías abstencionistas, suyo el Nobel de la Paz y suyo el gobierno de los Estados Unidos durante dos mandatos. Y, sin embargo, se irá vencido por unas expectativas superiores a lo razonable, dejando un rastro de decepción porque fue valiente pero no sincero. Permitió que se esperase de él lo que no podía ser y deja una legión de decepcionados. Iglesias no es Obama; Urkullu tampoco. Ni Otegi, ni Mendia. Ninguno va a volver el agua en vino pero alguno parece dispuesto a dejar que sus votantes se lo crean.
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