Al menos 57 millones de personas necesitarán ayuda humanitaria en el mundo en 2015, un récord histórico que, además, incluye solo a aquellos cuya vida estará en riesgo si no reciben asistencia vital. El mundo vive tiempos convulsos. Más de una veintena de países afrontan conflictos armados en sus fronteras, lo que ha provocado el mayor desplazamiento de población desde la Segunda Guerra Mundial -más de 50 millones de personas son refugiadas o desplazadas internas-. Al mismo tiempo, el mundo vive tiempos de recortes, un cóctel explosivo que ha llevado al Programa Mundial de Alimentos de la ONU a cancelar la ayuda alimentaria que ofrecía a 1,7 millones de refugiados sirios desde el comienzo de la guerra por falta de financiación. “Esto no ha podido ocurrir en un momento peor”, lamentaba esta semana Antonio Guterres, alto comisionado de la ONU para los refugiados.
La guerra siria se ha convertido en la mayor crisis humanitaria de este siglo. Ha superado ya los 200.000 muertos, los 6,5 millones de desplazados internos y los 3 millones de refugiados. El conflicto, que comenzó el 15 de marzo de 2011 como un levantamiento popular contra el régimen de Bashar al Asad en el marco de la Primavera Árabe, es también la explicación al impresionante aumento de nuevos refugiados que se registraron en 2013: un total de 2,5 millones, una cifra que no se veía desde 1994, coincidiendo con la última Guerra de los Balcanes y el genocidio de Ruanda. Si en 2011, un año marcado por los desplazamientos en el Norte de África debido a la Primavera Árabe, el número de desplazados aumentaba a diario en 14.000 personas, en 2012 lo hacía en 23.000, mientras que en 2013, en 32.000. “Seguramente que al final de este año será mayor por lo que está sucediendo en Irak”, apunta la secretaria general adjunta de Naciones Unidas para Asuntos Humanitarios, Valerie Amos.
El mayor drama se vive en el Mediterráneo, por donde más de 207.000 personas han intentado alcanzar Europa este año y donde han muerto 3.419 han muerto. La cifra triplica el récord de 2011, en el que 70.000 inmigrantes intentaron huir de su país durante la Primavera Árabe. “Esas cifras constituyen una nueva etapa a la que estamos asistiendo este año: nos enfrentamos a un arco de conflictos, y Europa se ha visto directamente afectada”, declaró el miércoles Adrian Edwards, portavoz de ACNUR.
El año que finaliza deja una nueva guerra en el corazón de Europa -Ucrania- y una peligrosa escalada del histórico conflicto palestino-israelí. Durante el verano, el mundo asistió a una nueva matanza en la franja de Gaza, mientras las tensiones se han disparado en Jerusalén y Cisjordania. Esos días se conmemoraba el centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial, que sirvió como voz de alarma ante el peligroso escenario al que nos enfrentamos. Hoy en día no hay grandes conflictos armados como los de principios del siglo pasado, pero existen multitud de focos de violencia que desgarran a sociedades enteras, ya sea por conflictos étnico-religiosos, por intereses económicos, por cuestiones territoriales o producto de la desigualdad y la pobreza. “Hoy quizás se puede hablar de una tercera guerra mundial combatida por partes, con crímenes, masacres, destrucciones”, advertía hace unos meses el Papa.
La Primavera árabe Comenzó un 17 de diciembre con un acto de desesperación, el del joven tunecino Mohamed Bouazizi, un vendedor ambulante que se suicidó quemándose a lo bonzo en protesta por las condiciones económicas y el trato policial. Su muerte encendió la mecha de unas sociedades hastiadas de la corrupción, el abuso y la miseria. Sin embargo, cuatro años después, solo Túnez ha logrado dirigir de forma más o menos satisfactoria su transición hacia la democracia. Mientras, Libia se hunde en un caos de desgobierno y violencia; Egipto ha vuelto al redil de la Junta Militar tras cientos de muertos por el conflicto civil; Yemen enfrenta, entre otros desafíos, la amenaza del terrorismo yihadista, y la guerra civil en Siria ha desembocado en una crisis regional que afecta ahora a Irak, Líbano y Turquía.
Precisamente, la nueva amenaza global, el Estado Islámico, se hizo fuerte en las trincheras de Siria y este año ha dado el salto al vecino Irak. Su aspiración es crear un Estado islámico en ambos países. Cuenta con 30.000 hombres en sus filas, nutridas en gran parte por combatientes extranjeros, muchos de ellos europeos, lo que ha puesto en alerta al Viejo Continente. Sus objetivos militares son todos aquellos a los que consideran infieles, es decir, todo aquel que no piense como ellos. Y sus tácticas, sanguinarias. El terror es su seña de identidad. Su zona de control se limita a partes del territorio sirio e iraquí, pero las agencias de inteligencia occidentales temen que el grupo terrorista adquiera mayor poder y capacidad para extender sus tentáculos. Hasta ahora, las minorías de Irak y Siria han sido sus principales víctimas, entre ellas la población kurda, que ha tenido que hacer frente en su territorio al avance yihadista. Tanto las formaciones kurdas sirias como turcas han acusado a Ankara de apoyar al Estado Islámico, una ayuda que se sumaría así a la que perciben de los países del Golfo y que explica su poder económico.
También África subsahariana alberga en su territorio el terrorismo yihadista. Este está representado por Boko Haram (la educación occidental es pecado) en Nigeria, los somalíes de Al Shabab, que en las últimas semanas han ejecutado en Kenia a decenas de ciudadanos no islamistas, y las milicias islamistas que operan en el norte de Malí -Al Qaeda en el Magreb Islámico y Ansar al Din-. El continente sigue siendo un continente en constante movimiento por los diferentes conflictos que asuelan a varios países, y es que las materias primas, los conflictos étnico-religiosos y la amenaza yihadista convierten la zona en un foco permanente de violencia. En los últimos meses, los organismos de derechos humanos han puesto el foco en dos países: República Centroafricana, azotada por una guerra fraticida entre cristianos y musulmanes, y Sudán del Sur, con cientos de miles de desplazados internos.
América Latina El narcotráfico, pero también la desigualdad y la pobreza, se encuentran en el origen de los principales conflictos en América Latina. Colombia, lugar de procedencia de la cocaína que llega a Estados Unidos y Europa, trata ahora de dejar atrás cincuenta años de cruenta guerra, que ha dejado seis millones de víctimas, con los diálogos de paz de La Habana, iniciados hace dos años. A su vez, México y el Triángulo Norte -Guatemala, Honduras y El Salvador-, lugares de tránsito de esa droga, se han convertido en los principales focos de la violencia generada por los grupos criminales asociados a este negocio. En México, donde el Gobierno declaró la guerra a los cárteles en 2006, han muerto 80.000 personas en ocho años. Mientras, los países del Triángulo Norte, azotados por una violencia cotidiana protagonizada por las maras y los cárteles mexicanos, encabezan todas las listas de los lugares más peligrosos del mundo: Guatemala cerró 2013 con 6.072 fallecidos; Honduras, con 9.453, y El Salvador, con 2.594.
Un denominador común en muchos de los países en conflicto es la fragilidad de sus estados y las condiciones de pobreza en la que viven gran parte de sus habitantes, por ello, el combate a la desigualdad pasa a ser prioritario. El pasado julio, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon señaló que la justicia social es el ingrediente principal de un mundo pacífico sostenible para toda la humanidad y subrayó que las sociedades donde la esperanza y las oportunidades son escasas son vulnerables a los conflictos.