Nada. No hay forma de que la familia Borbón desaparezca de la primera línea. Y mira que el tiempo que vivimos se presta a ello sin ninguna dificultad. Vivimos en plena vorágine del Mundial de fútbol y no hay forma de centrar la conversación en el deporte rey como otras veces. Vale que la debacle española dificulte su componente de pan y circo, pero incluso para quienes la roja no nos dice nada y simplemente nos gusta el fútbol se nos hace difícil concentrarnos en él. Y eso que a nivel local, tampoco nos han faltado motivos para ello, como la previsible prohibición de fumar en los estadios vascos, lo que privaría a nuestros pulmones del placer de seguir degustando el humo de la txokorra del vecino de al lado y a nuestros niños de disfrutar del primer partido en vivo de su equipo del alma y a la vez de su primer pedo de maría gracias al peta del de delante. O como la marcha de un jugador mostrando una vez más la enorme brecha existente entre quienes besan el escudo de su pecho para poner inmediatamente después sus labios al final de un contrato de traspaso y quienes comprueban en su corazón las marcas del mordisco de uno de sus ídolos, iguales que las que lucía Chiellini en su hombro el pasado martes.

Apagados los ecos de la abdicación y la coronación, la familia Borbón sigue de protagonista, y no por lo que sería deseable, que no es otra cosa que Felipe VI tomara el toro de su modelo de Estado por los cuernos. Observamos, por un lado, atónitos el afán de los cortesanos al servicio de la monarquía de proteger judicialmente a cualquier precio al jubilado Juan Carlos y nos preguntamos a santo de qué tanta prisa para evitar que una persona de 76 años quede en igualdad de condiciones que el resto de ciudadanos que, al igual que el exmonarca, no ostentamos ninguna responsabilidad pública o institucional. Ya sabemos que su inviolabilidad mientras ha ejercido de rey le protegerá de todos aquellos actos cometidos en sus casi cuatro décadas de reinado, pero la cuestión es qué tiene intención de hacer, o seguir haciendo, a partir de ahora que le haga merecedor de una especial protección jurisdiccional y por qué hay que hacerlo de manera tan apresurada.

Por otro lado, el arduo trabajo del juez Castro en el denominado caso Nóos va llegando a su fin. En el auto con el que cierra la instrucción, figura como imputada la hermana del actual Jefe del Estado e hija del anterior por presuntos delito fiscal y de blanqueo de dinero, fundamentalmente por el papel jugado en la sociedad que tenía junto a su marido y que se usó para fundir las ganancias obtenidas por el Instituto Nóos al esquilmar las arcas públicas. Nuevamente el denominado Fiscal Anticorrupción se ha erigido, incluso 24 horas antes de hacerse público el auto judicial, en adalid defensor de la infanta, como así ha demostrado de manera pertinaz y contumaz a lo largo de la instrucción del procedimiento. Dice el fiscal que se procesa a Cristina por ser quien es. Algo de razón sí tiene. Si Cristina no fuese hija de quien es, a Urdangarin y a Torres no se les habrían abierto las puertas de las instituciones ni sus arcas. Por mucho menos, numerosas cónyuges plebeyas tan enamoradas como ella se han sentado en el banquillo y han sido condenadas. Claro que ninguna tenía al fiscal de su lado, sino ejerciendo su labor de acusación y defensor del interés público. De momento, ganan los Borbones al fútbol. Cuidado, que entre la Audiencia de Palma y el Fiscal Horrach, puede que esto acabe en goleada.