SE anticipa una abstención elevada el domingo porque en una cita al Parlamento Europeo siempre lo es y el Instituto Elcano daba la puntilla el jueves con un barómetro que dice que la Eurocámara no merece el aprobado, que da igual quién presida la Comisión y que estas elecciones no tienen importancia para casi la mitad de los españoles. Algo no hemos entendido los europeos de todo este tinglado si seguimos abroncando a nuestra clase política para que plante cara a las dinámicas más frías del mercado y luego aflojamos a la hora de dotar de la credibilidad y consistencia que dan los votos a las herramientas que tenemos para que eso se afronte.

De hecho, si atendemos a la Fundación Bertelsmann, estamos condenados por el momento socioeconómico. Un estudio suyo concluye que la abstención está conectada con el nivel de renta y el de formación. Así, asocia el aumento de la abstención electoral al deterioro de las condiciones laborales y educativas de un número creciente de alemanes. Conste, que la preocupación alemana es el descenso de la participación del 85-90% de hace treinta años al 70% de las citas de 2009 y 2013. Si tuvieran que afrontarlo con la tasa de paro y el nivel de fracaso escolar del Estado español se habrían abierto las venas hace rato.

De todos modos, no será ahora cuando aprendamos la trascendencia de las instituciones europeas. Nadie se ha empeñado en ello en esta campaña pero se me hace muy difícil imaginar un desplome de audiencia en el prime time del programa ese del polígrafo por una fuga masiva de cerebros volcados a informarse de la utilidad de un sistema institucional democrático europeo compartido. Somos lo que somos. Así que, a estas alturas, no me parece ni medio mal que mañana vayamos a votar según criterios de ámbito nacional, estatal o de barrio a falta de un debate de altura europea.

El primer gran asunto de la campaña vino asociado a las reacciones más despreciativas en las redes sociales tras el asesinato de la presidenta local del PP y de la Diputación de León. Se desató una caza al ciberdesalmado y, por extensión, se abrió el debate sobre los límites de la libertad de expresión y un endurecimiento legal punitivo. La dicotomía libertad de expresión versus apología o difamación ya está suficientemente tratada en el derecho y la diferenciación es la naturaleza transfronteriza de la red. Los extremos normativos que afectan a esta realidad acabarán teniendo su desarrollo a través del Parlamento Europeo, como lo tuvo en el pasado el propio marco regulador del mercado de las telecomunicaciones e Internet. He aquí, pues, un debate europeo.

Si seguimos con el desafortunado argumento de tinte machista de Arias Cañete para justificar su torpeza durante el debate ante Elena Valenciano, no cabe duda de la dimensión europea de la lucha por la igualdad de la mujer. Los socialistas han recordado hasta la extenuación que un desliz así costó el cargo de comisario a Rocco Buttiglione, con la indisimulada esperanza de que se repita.

Por último, si hay un asunto de dimensión social, económica, política y humana que debe residenciarse en Europa y sus instituciones, con el Parlamento a la cabeza, es el de la inmigración. No voy a dedicar más que un minuto al exabrupto del alcalde de Sestao: con independencia de la manipulación de la que haya sido objeto, la delgada línea entre ser resolutivo en los hechos y arrogante en las formas resulta demasiado permeable para permitirse bajar la guardia. Aquí, punto y aparte.

Es objetivable que en Sestao existe un problema de convivencia y otro de seguridad y que dentro del amplio colectivo de inmigrantes censados en el municipio hay un pequeño grupo que ha sido protagonista de una parte de estos problemas. Esto no justifica la criminalización del conjunto de los inmigrantes, pero tampoco extender un manto protector que debería estar reservado al inmigrante por el hecho de serlo pero no al delincuente por ser foráneo. En este caso se han querido disociar ambos problemas para presentar como un caso de intolerancia algo que no es tan lineal ni simple. Criminalizar al inmigrante alimenta el discurso de la ultraderecha europea. Pero el otro factor que las alimenta es la negación de problemas reales cuando están protagonizados por inmigrantes. Hay que afrontar el debate sobre los derechos de los inmigrantes y su objetiva aportación al desarrollo social y económico; pero también el de la sostenibilidad de los sistemas sociales y sus límites en tiempos de crisis; y el impacto social de la ghettificación de áreas urbanas por acumulación de personas sin recursos. Pero, a cambio, se ha elegido reducir este debate a la simpleza de puertas cerradas versus puertas abiertas a la inmigración. La respuesta a ese asunto es europea o, como hasta ahora, no es. Empecemos decidiendo mañana quiénes llevan ese debate a Bruselas y en qué términos.