Semana reveladora sobre las prioridades del debate dentro y fuera del endogámico mundo de la política. La campaña europea está ya lanzada pero no parece que los desvelos ciudadanos vayan orientados hacia ella. No deja de ser preocupante si uno dedica un minuto a pensar en el volumen de decisiones que proceden del marco europeo y que afectan a nuestra realidad social y económica de hoy y de mañana. Esto ya suena a tópico porque tampoco lo ponen fácil. El PP ofrece más interés por el morbo del desamor entre José María Aznar y la actual dirección del partido que por los yogures caducados que Arias-Cañete va a llevar a la Eurocámara -se ha salido con la suya , el tío, y ya no hay fecha de caducidad en los lácteos-. Y, si atendemos al discurso de la izquierda abertzale, Europa es eso que están dispuestos a cambiar para decidir luego si hay que abandonarla.
Los procesos independentistas que hoy se debaten en Europa, fundamentalmente Escocia y Catalunya, tienen ojo y medio puesto en la Unión Europea y la sostenibilidad de ambos proyectos dentro o fuera de ella. Y parten de la declarada vocación de los promotores de ambos procesos de continuar en la estructura socioeconómica de la Unión. Aquí, EH Bildu ha inventado la cuadratura del círculo: de momento, escaño europeo sí; luego, territorialidad antes que independencia, también -por ese camino da para alguna legislatura más en la Eurocámara-; y, para terminar, o la UE se ajusta a su modelo o dejamos aislado al continente. Lo dijeron más o menos así Arraiz y Juaristi esta semana, en la más pura tradición de los euroescépticos británicos.
Con estos debates es difícil que el ciudadano se entusiasme. Tampoco con la insistencia de algunos en proyectar que tenemos un grave problema en torno a una veintena de imbéciles que se dedican a insultar por internet sin la empatía, la vergüenza ni la prudencia propias de cualquier animal con un atisbo de inteligencia. La operación policial montada en torno a estos desalmados no está entre las preocupaciones de los ciudadanos vascos. Pero tampoco es un ataque a su "libertad de expresión". A otra misa con esa rueda de molino.
Aquí lo que preocupa hoy es la crisis y sus consecuencias. Porque ya está durando mucho más de lo que los más pesimistas decían en 2009, y no quedan brotes verdes porque nos los hemos comido ya todos. La economía vasca está al ralentí y su mercado laboral frena a duras penas el goteo de parados. Y no nos engañemos: crisis es paro. En la calle se vive así porque nadie llega a final de mes con el aval de las previsiones del PIB. Prueben a pedir un crédito sin otra garantía que la expectativa de crecimiento. No estamos bien y no parece que vayamos a estar mucho mejor en los próximos meses. Pero tampoco se entiende a los que les da por cargar las tintas con la situación vasca por comparación con la española.
No aguantan un pase algunas revisiones de la Encuesta de Población Activa (EPA) desde la comparación de que Euskadi ha sumado 5.600 parados en lo que va de año y España los ha reducido en 2.300. No le veo virtud a anhelar el empleo creado a partir de una tasa de casi el 26% de paro, que es la realidad española; bastante sangrante resultan los 178.000 parados vascos, que superan el 17%, como para envidiar un modelo de crecimiento que necesitaría sumar cien mil desempleados más para rebotar estadísticamente sin la menor garantía de calidad en las contrataciones. Prefiero el difícil presente industrial vasco que el cuestionable milagro español del año que viene. O del mes que viene, cuando computen los temporales del turismo en Semana Santa. Debería quitarnos más el sueño la sostenibilidad del tejido productivo, que es la de la base de pymes del país.
Los planes industriales presentados esta semana por el Gobierno Vasco son un esfuerzo ingrato cuando se pide paciencia a quien se muere de sed. El mensaje de que el camino va a ser lento no da votos porque el terreno está más abonado para quien ofrece la Tierra Prometida. O al menos el maná del subsidio. Pero, ¿dónde está el plan B de quienes los critican? Cuál es la alternativa a la lenta recuperación de la demanda interna a medida que las exportaciones tiren de la disponibilidad de recursos y la necesidad de crear más empleo para atenderlas. La estrategia paliativa de subsidios debe servir para evitar que se multipliquen los miles de dramas personales pero no nos va a sacar de la crisis. Inflar de recursos al sector público a costa de detraerlos de la demanda de consumo es pan para nunca. Este escenario vasco de crecimiento bajo y empleo estancado está agotando nuestro ánimo. Con nuestros salarios recortados, nuestra tasa de paro, el mejorable nivel de internacionalización de nuestra economía y las dificultades de nuestra producción industrial. Esta complicadísima situación nuestra es la que aspiran a alcanzar algún día en el Estado para decir que han salido de la crisis. Pretender que eso sea un consuelo sería absurdo; como perspectiva comparada, puede ser un ejercicio de contraste interesante para algunos discursos apocalípticos sin propuesta alternativa.