cuando leí La reconciliación (editorial Sal Terrae, 2013) me vino a la idea que el autor, el obispo Juan María Uriarte, era una suerte de hombre adelantado, casi como un zapador que va tendiendo puentes sabedor de que habrán de transitar por allí miles de personas, algunas heridas gravemente. Un puente que, necesariamente, tendrá que ser sólido aunque ahora el río parezca infranqueable.
La entrevista del pasado miércoles en Onda Vasca confirmó, y amplió, esa imagen de avanzadilla en un terreno aún demasiado enfangado, que necesita aquilatarse con el tiempo, pero que sin contribuciones como la del propio Uriarte nunca terminará de asentarse lo suficiente para levantar postes que sostengan una sociedad reconciliada.
El autor admitió cierto "buenismo" en sus propuestas, si esa palabra fuera un antónimo de "resignación", porque trata de dotar de una carga ética a una situación enquistada, no quedarse paralizado y renunciar a sentar bases para que en el futuro, mejor pronto que tarde, asistamos a lo que eufemísticamente, como bien señala en su prólogo, llamamos "convivencia pacífica".
De la paz como "ausencia de violencia" se ha pasado, tras conflictos bélicos recientes y procesos de final del terrorismo, a un concepto más complejo, que pasa si se desea que no se reproduzca la violencia por incluir la reconciliación como uno de los ingredientes indispensables para ese objetivo final. Uriarte no es ingenuo, desde luego, pone negro sobre blanco los pasos que son precisos y desgrana con una sencillez magistral las dificultades para recorrerlos: verdad, justicia o perdón. Todos ellos encadenados, sin poder saltar ninguno porque configuran un camino difícil pero imprescindible.
El libro nos acerca además a las herramientas éticas que pueden contribuir a hacer más fácil un recorrido necesariamente largo, a veces muy dilatado en el tiempo, que empieza en el acompañamiento a las víctimas directas para que superen la fase del sufrimiento, puedan iniciar después un duelo y finalmente elaboren un discurso del perdón. Claro que, antes, quienes causaron ese daño injusto deben pedirlo. Tenemos escasas experiencias en nuestro ámbito, son casi excepcionales (Glencree, Nanclares), pero su ejemplo debe ser tenido en cuenta porque producen un efecto contagio que anima a otros a seguir esa senda.
El libro es un paso más en una larga trayectoria, muchas veces incomprendida, de la Iglesia vasca y en particular de Juan María Uriarte para aportar razones que nos ayuden a entender en toda su extensión lo ocurrido y a poner remedio a lo que ha constituido una fatalidad en las últimas décadas. Se les ha acusado muchas veces de equidistantes por denunciar con contundencia el terrorismo de ETA y el terrorismo de los que lo cometían en nombre de la lucha contra ETA. "Un descomunal equívoco" lo llama Uriarte que, con encomiable templanza, espera que el tiempo lo deshaga. Yo creo que en eso ya se ha avanzado mucho en poco tiempo.
La aportación del autor se concreta en un catálogo de "deberes" del que no está exenta la propia Iglesia. Por la parte que nos toca, suscribo la llamada de atención al papel de los medios de comunicación, conminados a hacer un relato veraz de lo ocurrido, ponderando las reflexiones y dando cabida a opiniones distintas a la línea editorial de cada cual.
Me ha parecido especialmente relevante el papel que Juan María Uriarte concede, con capítulo aparte, a la educación. Más aún porque viene de un octogenario que demuestra ser muy permeable a las tendencias pedagógicas más actuales y una preocupación porque las nuevas generaciones no repitan los esquemas que han venido funcionando en gran parte de nuestra ciudadanía. Son principios básicos pero que aún hay que recordar: ética (respeto del núcleo intangible de los derechos individuales de la persona: la vida), pluralidad (no somos dos pueblos enfrentados, sino uno plural), diálogo (es el método natural de resolver las diferencias) o democracia (teórica y real).
Juan María Uriarte recibe hoy un merecido reconocimiento de la Fundación Sabino Arana y confío en que el galardón constituya un nuevo acicate para que este zapador siga tendiendo puentes y haga más luz en una sociedad que aún parece moverse en la penumbra.