LA decisión del PNV de liderar con Sortu la manifestación del pasado día 11 provocó más de un escalofrío en los sectores políticos y mediáticos propensos al alboroto y a la provocación. No se pararon a pensar que la resolución del presidente del EBB, Andoni Ortuzar, además de asumir un gran riesgo, pudiera ser una decisión inteligente indicativa de que el PNV defiende los derechos humanos de los presos, el fin de la dispersión y la modificación de la política penitenciaria del Gobierno español. Antes de que los portavoces del inmovilismo entrasen a degüello, los convocantes PNV y Sortu acordaron sustituir el lema de la manifestación para facilitar su legalidad, y lo hicieron invocando en el enunciado conceptos tan universalmente asumidos como derechos humanos, acuerdo, y paz, y expresados en silencio. El resto de formaciones políticas vascas tendrían muchas dificultades para explicar su rechazo a esas reivindicaciones.

Pero volvieron los fantasmas. El primero, el empecinamiento por evitar a toda costa salir en la foto con eso que denominan "el mundo de Batasuna", o con más destemplanza "el mundo de ETA". Luego, cuando el sector que Sortu no puede controlar rompió el silencio y el compromiso voceando los lemas habituales, se empeñaron en que esos gritos enturbiaran la impresionante y gozosa realidad de un compromiso común entre diferentes, aunque quedara claro que se trataba de un compromiso excepcional ante una situación excepcional.

El segundo fantasma reaparecido tras el pasado fin de semana ha sido el del frentismo, ya fuera como añoranza, ya fuera como sobresalto. No puede negarse que la multitudinaria marcha de Bilbao y su convocatoria común generó en algunos sectores abertzales cierta nostalgia por aquella efímera unidad de acción que supuso el Pacto de Lizarra en 1998, y pudieron caer en la tentación de repetir la consolidación de un frente abertzale para la construcción nacional. Se olvidan, claro, del fracaso estrepitoso de aquel intento dinamitado por ETA ante el silencio reverencial de la entonces Euskal Herritarrok.

De ese supuesto frentismo aber-tzale han echado mano PP y PSE en su dialéctica, directamente centrada en el PNV, coincidiendo esta vez con la jauría mediática más ultra. El frentismo abertzale como argumento para la agitación política en su contra y en el peor estilo, con Lizarra como espantajo. Todos estos escandalizados vociferantes estarían dispuestos a tolerar la compañía del PNV, incluso encantados, pero solo en el caso de que formase parte de un frente contra "ese mundo". El portavoz del PP vasco, Borja Sémper, apostaba fascinado por un pacto a tres, PNV, PP y PSE, frente -siempre frente- a EH Bildu, según ha dejado claro esta misma semana.

Ante estas tentaciones de frentismo, la sociedad vasca tiene que ser lo suficientemente inteligente para sospechar de la inutilidad de nuevas iniciativas frentistas, porque si el desenlace del Pacto de Lizarra fue frustrante, el forzado frente constitucionalista PSE-PP constituyó uno de los fracasos más sonados de la reciente historia vasca.

Los reiterados resultados de las urnas no dejan lugar a dudas: cualquier proyecto frentista en este pueblo está condenado al fracaso y a la decepción y no hay otra salida que el acuerdo entre diferentes. La transversalidad va a ser inevitable, por más tentaciones que las estrategias cortoplacistas se apunten en las agendas de las direcciones políticas.

Precisamente, el antídoto contra esa tentación frentista queda explicitado en el Plan de Paz del Gobierno vasco, que apuesta por un acuerdo "a cuatro", un acuerdo que sería histórico porque reúne a las cuatro sensibilidades políticas vascas, PP, PSE, PNV y EH Bildu, mayoritarias, consolidadas y estables. No va a ser fácil, por supuesto, pero al menos ya se ha elaborado un documento que sirva de base para ese acuerdo plural.

Digo que no va a ser fácil, porque no suelen ser los políticos personal demasiado propicio a la renuncia. Para algunos de ellos ceder es implanteable, como lo podemos comprobar en la actitud del Gobierno del PP. No ceder ni prestarse a acuerdos es instalarse en la confrontación, que quizá a corto plazo proporcione votos, pero a la larga envenena las relaciones en la sociedad.

En los últimos días ya se ha podido comprobar que ni el PNV ni Sortu están dispuestos a caer en la tentación del frentismo abertzale, y así lo han corroborado tanto el lehendakari Iñigo Urkullu como el presidente de Sortu, Hasier Arraiz. Falta por conocerse si los otros dos partidos más representativos en la CAV, PSE y PP, estarían dispuestos a renunciar públicamente a un nuevo frente constitucionalista. El PSE, en mi opinión, escarmentó escaldado tras sus tres años y medio de lehendakaritza y no parece demasiado dispuesto a repetir, al menos por el mismo procedimiento tramposo. En cuanto al PP, habría que constatar su disposición a reincidir si se dieran las mismas circunstancias. No son buenos indicios su decisión frentista de excluir de cualquier acuerdo a EH Bildu y su reiterada demanda de que esta formación abertzale sea de nuevo ilegalizada.

Habrá que esperar a que ETA decida de una vez su desarme y disolución, para privarles del pretexto a los que se empeñan en que nada cambie.