ya entra en el debate de tópicos eso de que políticos corruptos haberlos haylos, pero que no todos los políticos lo son. Por supuesto, es una obviedad. Tan obviedad como que la desconfianza en esa que llaman "clase política" ha alcanzado cotas máximas entre la ciudadanía. Corruptos, irresponsables, trepas, aprovechados, mentirosos, chorizos, de todo ello hay en la multitud de individuos que hicieron de la política su profesión, por más que envuelvan sus miserias con el celofán de la elocuencia o el desparpajo.
Son excepcionales, por cínicos, los públicos reconocimientos de la intención real que les ha movido a dedicarse a la cosa pública. Fue muy sonada aquella confesión descarada -descarnada- de Eduardo Zaplana, que trepó de alcalde de Benidorm a ministro de Aznar: "Yo estoy en política para forrarme". Si lo dijo o no lo dijo, si estaba pasado de gintónics o se trata de una leyenda urbana, lo cierto es que a la inmensa mayoría de los ciudadanos esa frase le resultó perfectamente creíble.
Pero es que hay más. Independientemente de en el ejercicio profesional de la política campen a sus anchas unos cuantos sinvergüenzas que se forran según el modelo Zaplana, independientemente de que a algunos hasta les pillan, independientemente de que la mayoría de sus colegas le echan voluntad, coraje y abnegación, las consecuencias de tanta indecencia han degradado la práctica de la política convirtiéndola en un zafarrancho en el que todo vale. La falacia, la zancadilla, el insulto y la falta de respeto son moneda corriente en este patio de Monipodio.
Por no ir hasta a aquel zafio "¡Vete a tomar por culo!" que el parlamentario del PP Ricardo Hueso le dedicó al entonces lehendakari Juan José Ibarretxe en plena Cámara, vamos a echar mano de exabruptos recientes que corroboran que vamos de mal en peor. Intentando lavarse la cara de los insultos que les dedicaron sus hoolligans más fachas en la manifestación de protesta por la resolución del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, los actuales dirigentes del PP decidieron rebañar el plato que saboreó su vieja guardia y así salvar la cara ante las encrespadas víctimas de su propiedad.
Con la docilidad que les distingue, los adjuntos populares de UPN, también abucheados en Madrid, pretendieron salvar los muebles proponiendo mociones en los municipios de los que son originarios los presos afectados por la sentencia de Estrasburgo, para que fueran declaradas personas no gratas. Lo hicieron en Tafalla, localidad natal de Inés del Río, y al quedarse sola UPN por haberse retirado del pleno la oposición, incluido el PSN, el secretario de Organización de UPN, Carlos Sayas, arremetió contra los socialistas a quienes calificó de "cobardes y viles" y poco menos que les acusó de apoyar a los terroristas.
Y aquí viene el vergonzoso concepto que algunos tienen de la política. Cuando el secretario general del PSN, Roberto Jiménez, advirtió de una ruptura de las relaciones institucionales con UPN y exigió la rectificación de tales salidas de tono, el portavoz regionalista, Carlos García Adanero, vino a decirle que menos quejas, que no se puede estar en política con esa "mandíbula de cristal". En política todo vale y le pueden a uno mentar a sus muertos sin dejarle derecho a rechistar. Por supuesto, UPN no rectificó.
Entre la desvergüenza y el cinismo, y aquí viene otra, Patxi López pretendió hace unos días pescar en río revuelto. También en esta ocasión aprovechando en un contexto de conmoción y angustia, en plena crisis que iba a desembocar en el cierre inminente de Fagor Electrodomésticos. El ex lehendakari y secretario general del PSE, sin pestañear, arremetió contra el Gobierno Vasco ahora presidido por Iñigo Urkullu por haber concedido ayudas a Fagor. Crecido y enardecido, como suele cuando se encuentra ante los micrófonos, López acusó al Gobierno Vasco de haber echado a un saco sin fondo 25 millones de euros. Calló, por supuesto, que fueron 27 los millones de euros que su Gobierno concedió a ese mismo, según él, saco sin fondo de Fagor. Y no rectificó, claro.
Días después escuché a un contertulio socialista en una emisora de radio vasca que lo de López no había sido precisamente una incoherencia, ni una bellaquería, qué va, es que son cosas de la política y la política es así. O sea, la impostura, la calumnia y el que más grite, capador.
Uno, que conoció de sobra los tiempos en los que no estaba permitido participar en otra política que la impuesta por el régimen franquista, no acaba de acostumbrarse a que en democracia la política sea cosa de chusqueros y marrulleros en la que más vale tener la cara dura que la mandíbula de cristal.