Poliedroa

iñaki gonzález

FAGOR ha puesto a temblar nuestras más firmes convicciones. Las que construyeron los sobreentendidos que aportaban retaguardia a nuestros miedos en el sexto año de la crisis. Esa imagen que nos habíamos creado de nosotros mismos y que nos hizo sentir insumergibles en medio de un mar de zozobras ajenas, se fue y nos tiembla el pulso después de chocar con el primer iceberg? y de pensar los que hay que sortear hasta llegar a aguas libres. La plantilla de Edesa confesaba ayer encontrarse "en estado de shock" y es un sentimiento muy generalizado.

Estamos en shock porque descubrimos que nuestro modelo económico no está a salvo de las circunstancias de una crisis global tan prolongada. Pero tampoco es cierto que Fagor o Mondragón, siendo estructuras económicas sistémicas -sí, como los bancos que nos dijeron que debían ser salvados por el tsunami que provocaría su hundimiento-, sean todo nuestro modelo económico. Tenemos un amplio tejido de grandes -también multinacionales-, pequeñas y medianas empresas, sociedades anónimas, laborales y cooperativas que soportan el desarrollo de este país. Pero sí disfrutaba Mondragón de un orgullo compartido. Como sinónimo de éxito durante décadas, de formulación solidaria de la actividad laboral y empresarial. El golpe a la imagen del modelo cooperativo es serio, pero no debería desvirtuarlo a ojos del mercado industrial, ni del financiero, ni del de consumo.

Así que la melancolía no es una alternativa. No lo fue en los pasados 80 y no lo es hoy. Algunas realidades son diferentes, pero los vecinos de Debagoiena hoy experimentan la misma ansiedad que los de Ezkerraldea ayer. Del trauma de aquel desmantelamiento nació una transformación industrial. En ella, los poderes públicos tuvieron un papel paliativo y tractor de la iniciativa privada, pero es ésta la que sostiene nuestro PIB. Reproducirlo requiere de un compromiso y una lealtad que a fecha de hoy no parecen asegurados.

Causa desazón la gestión de imagen y de información que vienen haciendo quienes han guiado la nave hasta aquí: Fagor Electrodomésticos y la Corporación Mondragón, a la que, por muy autónoma que sea la cooperativa, ha pertenecido durante todo el proceso de deterioro y pertenece hasta la fecha.

De su voluntad de arbitrar estrategias con las instituciones -o al menos de su deseo de embarcarlas en el viaje en el que bordean la catarata- habla el hecho de que la información pública de lo que sucedía en Fagor ha llegado de fuera. El diputado general de Gipuzkoa, el ministro de Industria, la consejera vasca y el diputado de Bizkaia han sido los canales por los que este país se ha enterado del agujero de Fagor, de su plan de viabilidad, de la falta de financiación, del preconcurso de acreedores, de la posibilidad de rescate de Edesa, de su rechazo por parte del Consejo de Fagor, etc.

Noticias que provocan un vaivén emocional que está acabando por agotar incluso la empatía con la que una mayoría del país ha reaccionado a la situación de la cooperativa. No es que no nos hayamos aclarado aún de las razones de los ayeres, es que no está claro aún el compromiso con los mañanas.

Podrá ser más certera o no, pero la imagen que transmite Fagor -y por extensión la Corporación a la que pertenece- es la de una estructura opaca cuyas tensiones dificultan la interlocución y arrastran al remolino a quien les tiende la mano. Un proceso que dilapida la imagen de solidez y éxito del modo en que se está haciendo tiene responsables.

Y víctimas. Los cooperativistas, como propietarios; los trabajadores, como empleados con derechos laborales; los proveedores, cuya costosa adaptación a las necesidades de la empresa tractora son iguales en una cooperativa y en una sociedad anónima; el conjunto de la sociedad a través de sus instituciones. A todos se les ha escatimado el parte médico del enfermo aunque se les ha conminado a sufragar su tratamiendo y ahora, ¿hay que esperar a la autopsia para conocer la verdad?

La variable política del asunto tiene también sus claroscuros. Hoy las miradas se orientan hacia José Luis Bilbao, quien en un exceso de confianza dio un paso al frente ofreciendo una vía de salida a Edesa mediante la concesión de un aval que sostuviera su actividad. Para ello contó, según dice, con el acuerdo de Fagor. No se ratificó en ello su Consejo 48 horas después porque sus prioridades son, a todas luces, otras.

El portazo que pilla los dedos al diputado general es el mismo que ata a Edesa y al resto de plantas del grupo al concurso de acreedores. Quedan a expensas de que un caballero blanco convenza al administrador judicial de turno de que una quita suficiente de la deuda y una reestructuración de los costes -aquí lean plantilla- la haga vendible.

Pero al diputado le saltan a la yugular por ceder a la tentación de fotografiarse en una expectativa frustrada. Y entre ellos están los mismos que venían reclamando un rescate por parte de las instituciones o los que concedieron las primeras ayudas a Fagor en la legislatura pasada. También en pleno shock hay quien está para estas cosas.

Estado de shock compartido

El susto de Fagor es mayúsculo porque hace tambalearse todo lo que nos daba una cierta presunción de seguridad en medio de la crisis. Pero, aunque no esté en cuestión el modelo económico en sí, ahora harán falta un compromiso y lealtad que no se perciben

El portazo del Consejo de

Fagor que pilla los dedos

al diputado general es el

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al resto de las plantas del

grupo al concurso de

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un caballero blanco