es lógico que, por la gravedad de los hechos y por sus posibles implicaciones, el caso Bárcenas concentre una gran atención por parte de los medios de comunicación y de la gente. Pero ese no es el único asunto grave de los que recogen estos días los medios. En materia económica las cosas -de sobra lo sabemos- no están nada bien. A los males ya conocidos -y que se resumen en burbujas especulativas pinchadas, crédito ausente, caída de la actividad y paro galopante-, se vienen a sumar nuevas desgracias, algunas también ya conocidas o previstas, pero no por ello de consecuencias menos turbadoras. Dice la vicepresidenta del Gobierno español que el déficit tarifario eléctrico supera los 30.000 millones de euros. El dato crudo es que esa es la cantidad de dinero que adeudamos los ciudadanos a las compañías del sector. La cifra es del mismo orden de magnitud que la del rescate bancario y no está muy lejos de su cuantía. Por nuestra parte, en Euskadi -también en Asturias y Galicia-, andamos muy preocupados por las consecuencias que pueda tener la resolución que adopte la Comisión Europea en relación con las ayudas al sector naval conocidas como tax-lease para las miles de familias que de él dependen.

Esos casos y otros que aparecen en los medios de comunicación de vez en cuando tienen un rasgo en común: son consecuencia de decisiones tomadas en el pasado. Los hechos aflorados con relación al caso Bárcenas corresponden a momentos anteriores incluso al crecimiento exuberante de las burbujas. El asunto del déficit tarifario, por mucho que disimule la señora Sáenz de Santamaría y culpe al gobierno anterior, viene de cuando Rato era el ecónomo del convento aznarino. Y el lío de los astilleros data de 2006, cuando ni el sector ni los gobernantes se quisieron dar por enterados de que la fórmula de tax-lease que se venía utilizando había sido declarada contraria a la normativa europea.

Hay malos momentos que no tienen su génesis en un pasado lejano, sino que son producto del presente. Y otros se enmarcan en fenómenos de carácter cíclico, naturales o casi naturales. Pero los hechos a los que me he referido antes han tenido su origen en los años anteriores a la crisis y, aunque todo guarda cierta relación, no cabe atribuir a aquella su razón de ser. Son, por tanto, herencias del pasado. Por eso, da la impresión de que vivimos mirando hacia atrás, tratando de hacer frente a un pasado cuyas consecuencias nos vienen pisando los talones. Ese es, quizás, el aspecto más descorazonador de cuanto es noticia estos meses. Porque da la impresión de que no queremos mirar hacia el futuro. Miramos al pasado, a los problemas que nos vienen de atrás y no miramos hacia delante porque, a lo mejor, el futuro nos da miedo. Y, sin embargo, si hay momentos en que debe hacerse ese esfuerzo, este es uno de ellos. No pretendo que deba pasarse página del pasado y no limpiar la suciedad ni corregir lo que haya que cambiar; por supuesto que debe hacerse. Pero, además, es imperativo mirar hacia delante. Y no solo eso; recuperando una distinción que hiciera hace tiempo, deberíamos pensar en el futuro no en términos de porvenir, sino de porhacer, porque no basta con hacer frente a los problemas heredados del pasado, también necesitamos proyectos con los que afrontar el futuro y ser protagonistas de ellos.