en este momento, ¿qué noticia te gustaría dar? -Una que llevara el siguiente título: Por fin, hay paz en Euskadi".

Es probable que ahora, treinta y cinco años después de pronunciar aquellas palabras en la que fue su última interviú como entrevistado pocos meses antes de su asesinato, José María Portell fuese feliz con la actual situación sin violencia en Euskadi y con haber podido cumplir -siquiera parcialmente- su sueño de escribir un titular con la noticia de que las armas, "por fin", han callado en nuestro país.

Portell, prototipo de periodista honesto, valiente y comprometido con la verdad y con su país a decir de cuantos le conocieron, murió ametrallado por unos pistoleros de ETA el 28 de junio de 1978. El primer periodista asesinado. Era en aquel momento, en plena transición, el reportero más conocido en Euskadi por sus documentados trabajos de información sobre la organización armada y porque, entre otras cosas, era redactor jefe de La Gaceta del Norte, director de La Hoja del Lunes de Bilbao y corresponsal de la agencia Associated Press.

"Esta mañana te han asesinado vilmente cuando salías de tu casa; un minuto antes te habías despedido de Mari Carmen (Torres Ripa), tu esposa". Así rezaba la inusual crónica sin firma -simplemente Redacción de Bilbao- que publicaba al día siguiente del atentado La Hoja del Lunes, que por primera vez en sus más de 47 años de historia, no estaba en los quioscos un lunes sino un jueves, como homenaje a su director y por acuerdo de los periodistas vizcaínos, que consensuaron que ninguna otra cabecera saliera ese día.

tres tiros En efecto, aquella mañana de aquel extraño verano -llegó a nevar en pleno agosto- que terminó siendo infernal por la violencia desatada en Euskadi, José María Portell se disponía a tomar su modesto coche a las puertas de su casa de Portugalete para acudir a su puesto en la redacción del periódico cuando varios individuos lo ametrallaron a bocajarro. Tres disparos -dos de ellos le atravesaron el corazón- acabaron con su vida. Su mujer, Carmen Torres, también periodista, escuchó los disparos junto a sus cinco hijos y bajó rápidamente a la calle. Había muerto en el acto. ETA reivindicó el atentado mediante un comunicado plagado de las clásicas justificaciones que casi nadie creyó.

Portell era un periodista de raza, meticuloso, obsesionado por los hechos y la objetividad, según todos los testimonios de sus compañeros. Honesto y ecuánime. Tanto que incluso le tacharían de equidistante y de tratar demasiado bien a los miembros de ETA. Su forma de trabajar le llevó a trabar múltiples contactos con militantes etarras, a viajar continuamente a Iparralde, a contar también con importantes fuentes oficiales, policiales, gubernamentales, además de con todas las fuerzas políticas y sociales. Todo ello quedó plasmado no solo en sus artículos y exclusivas periodísticas sino también en dos libros publicados, Euskadi: amnistía arrancada y Los hombres de ETA, que acaba de reeditar en versión digital uno de sus hijos. Dos crónicas imprescindibles, aun hoy en día, para entender la historia y el fenómeno de la violencia.

Pero Portell fue más allá del periodismo. Su compromiso y sus contactos le llevaron a mediar en secuestros de ETA e incluso, según él mismo cuenta en su último libro, a servir de puente entre el Gobierno español y ETA para intentar un diálogo que acabaría siendo imposible. Para ello, contactó con el exdirigente etarra Juan José Etxabe, con quien había trabado cierta amistad -la que puede haber entre un periodista y su fuente- durante sus trabajos. "Había saltado los límites del periodismo para entrar en los vidriosos caminos de la diplomacia política, sin saber si debajo de mi trapecio había siquiera una red que me parara el golpe", dejó escrito. No, no tenía red protectora. Tampoco la tuvo su amigo e interlocutor etarra Etxabe, que tan solo cuatro días después del asesinato de Portell sufrió en San Juan de Luz un atentado aterradoramente similar, al ser ametrallado también en su coche, y del que salvó milagrosamente la vida aunque murió su mujer, Agurtzane Arregi. ¿Casualidad? La Triple A -organización terrorista de extrema derecha aunque siempre se ha considerado que estaba formada por miembros de los aparatos del Estado-, reivindicó el asesinato. En cualquier caso, ambos crímenes siguen, 35 años después, impunes y sin respuesta a numerosos interrogantes.

violencia diaria Portell no pudo seguir informando ni aportando sus análisis sobre la situación de Euskadi, que intuía correría por territorios dramáticos. "La presente situación es, en Guipúzcoa y Vizcaya, de miedo creciente; de terror e inseguridad entre amplios sectores de la población, tanto por las acciones de ETA como por las réplicas de los comandos anti-ETA, que también son violentas, pero sin llegar a las mismas cotas mortales y de agresividad. La guerra revolucionaria es un hecho que se palpa, se deduce o se intuye", escribió un año antes de morir bajo las balas.

Sí, 1978 fue un año muy duro, meses después de la amnistía y en plenas negociaciones sobre la Constitución. Euskadi se desangraba por los cuatro costados. Eran tiempos de plomo, mucho plomo, y goma-2. A la muerte violenta de Portell en junio ya le habían precedido 33 más. Solo en ese verano -entre el 21 de junio y el 25 de septiembre- hubo 24 víctimas. De todo tipo, aunque la mayoría (15) fueron obra de ETA o de los Comandos Autónomos. Ya el mes anterior de mayo, ETA había matado a tres guardias civiles; la Guardia Civil, a dos militantes etarras; el Batallón Vasco-Español, a un taxista abertzale; y un subteniente del instituto armado falleció apuñalado durante unos incidentes en Iruñea.

Era difícil que un solo día transcurriese sin actos violentos. A la muerte de Portell ese junio le precedieron otras dos víctimas a manos de ETA; dos civiles -uno de ellos menor y el otro un delincuente habitual- cayeron abatidos a tiros por la Guardia Civil por saltarse sendos controles en Gipuzkoa y Bizkaia; y un niño de 15 años falleció por el disparo de una pistola que supuestamente había encontrado y estaba manipulando con sus amigos en el monte.

Muertes que sí pudo contabilizar Portell, pero no así las siguientes de ese terrorífico verano: doce, a cargo de ETA-CC.AA. (tres guardias civiles, dos militares, dos policías y cinco ciudadanos, tres acusados de confidentes, un juez de paz y un anciano que recibió un balazo durante un atentado); dos, del GRAPO; uno, de la Triple A (la esposa de Etxabe); uno, accidental; y otros dos civiles por acción de la Policía, uno de los cuáles, Germán Rodríguez, cayó durante los graves incidentes que tuvieron lugar en los tristemente famosos Sanfermines del 78 y el otro, tiroteado en una manifestación de protesta por estos hechos.

"Creo que la violencia solo terminará cuando los sectores del pueblo la repudien con convencimiento. Esto no es una tarea de la Policía. ETA solo desaparecerá cuando el pueblo quiera que desaparezca", había afirmado Portell. Definitivamente, quizá aquel periodista de raza pudiese haber titulado hoy su soñado Por fin hay paz en Euskadi.