la escena es perfecta para un documental de resistencia heroica. Centenares de personas apiñadas en un puente estrecho, profusión de emblemas, consignas y soflamas, una joven protegida por esa muralla humana para impedir su detención. Herri Harresia, el lema, una tensión mantenida y una expectación desafiante previa a un desenlace que estaba previsto. Como elemento simbólico añadido de convicción y de complicidad, la presencia a última hora de la portavoz de EH Bildu, Laura Mintegi, y otros dos parlamentarios de la misma formación.

Era el segundo episodio de naturaleza similar ocurrido en el reivindicado "nuevo tiempo". Semanas antes se desarrollaba otro acompañamiento a modo de escolta protectora en un espacio concedido por el Ayuntamiento en el Boulevard donostiarra, espacio llamado Aske Gunea en el que otros centenares de simpatizantes acampados pretendían obstaculizar la detención de ocho jóvenes por orden judicial. También en Donostia estuvieron presentes cargos de EH Bildu apadrinando el acto.

En ambas ocasiones, y como elementos comunes, esta escenificación de resistencia finalizó con la intervención de la Ertzaintza, el desalojo de los cientos de valedores sin incidentes de mayor consideración y la detención de los reclamados por la justicia. Como elemento diferenciado y matiz a tener en cuenta, los ocho jóvenes de Donostia estaban condenados por pertenencia a Segi mientras que la joven de Ondarroa lo estaba por colaboración con ETA.

Estos dos episodios, ocurridos en los "nuevos tiempos", según indignada interpretación de los portavoces de la izquierda abertzale, han abierto de par en par los hechos y costumbres del "viejo tiempo", traducidos en denuestos e insultos contra los zipayos de la Ertzaintza, insultos trasladados por elevación al PNV traidor, pintadas injuriosas en ba-tzokis y, lo que faltaba, vuelta a las camisetas reivindicativas en la bancada de EH Bildu, lucidas con cierto embarazo por algún parlamentario.

Es el regreso a la épica, a los arraigados tics de pura resistencia que han caracterizado a la izquierda abertzale en las últimas décadas. Es la vuelta a la sustitución del discurso ideológico, del ejercicio político y de las iniciativas realistas, en favor de la visualización hecha pancarta, camiseta, algarada o tensión social.

El estancamiento del proceso de paz provocado por el empecinamiento del Gobierno español, la falta de novedades positivas relativas a los centenares de presos, las evidentes dificultades de gestión y los inconvenientes de la práctica política en unas instituciones en las que no creen, lleva consigo una cierta frustración en buena parte de las bases de la izquierda abertzale histórica, a las que cuesta convencer de que las ideas solo pueden defenderse ahora por cauces democráticos. La sumisión a la legalidad vigente ha llevado a la izquierda abertzale a serios problemas internos con un sector que considera la legalización una bajada de pantalones y desconfía de "los de la corbata".

Era, pues, oportuno dar cauce a uno los principios fundamentales en la ideología aprobada en la creación de Sortu: la desobediencia civil o, en su caso, la resistencia civil. Obstaculizar las detenciones referidas en Donostia y Ondarroa ha sido un magnífico ensayo para que la masa de simpatizantes de la izquierda abertzale de siempre se sienta viva, orgullosa incluso.

El Boulevard donostiarra y el puente de Ondarroa han sido escenarios de pura épica, como en los mejores tiempos, al pie de la letra de la desobediencia civil proclamada como táctica en los principios fundamentales de Sortu, esa desobediencia civil ahora reclamada con vehemencia hasta por los responsables de EA, quién lo iba a decir. A esa reivindicación se le ha añadido ahora el argumento de la legitimidad por encima de la legalidad, como exigencia de cumplimiento. Las órdenes de los jueces para la detención de los condenados podrán ser legales, pero no legítimas, afirman desde la izquierda abertzale. Por tanto, ni el Gobierno Vasco ni la Ertzaintza deben obedecer. Es la incriminación que se hace a ambas instituciones. Suena bien, sobre todo a oídos predispuestos a pasar página con desmemoria y a eludir responsabilidades.

Volvió la épica, aunque haya quedado en flor de un día, porque tanto los ocho jóvenes de Segi como la chica ondarrutarra fueron detenidos y quizá dentro de unos meses sean olvidados excepto por su más próximo entorno. Una derrota travestida de victoria merced al novedoso principio de la desobediencia de obligado cumplimiento para otros, de la legitimidad por encima de la legalidad. Y ya puestos a contradicciones, no importa que en aras a la legalidad se haya acatado la ilegítima Ley de Partidos, o que ondee ilegítimamente la rojigualda a los cuatro vientos de las casas consistoriales gobernadas por los jefes de la muralla popular del puente de Ondarroa o del Boulevard donostiarra.

El desenlace estaba previsto: los ocho de Segi a la cárcel, Urtza Alkorta en la cárcel. Pero eso no importa, la gesta queda para la leyenda.