nEC. Plasma Sync. Un monitor de 50 pulgadas es el centro de atención en medio de la crisis en el plató televisivo que es Génova 13, sede del Partido Popular. El MP 2 50 es la estrella invitada, rutilante su presencia, sus 16:9 anclados sobre un soporte que estira el cuello sobre una tarima, con el atril, inservible, a un lado. A ella, a la pantalla de plasma, se dirigen los tiros de cámara y las miradas estupefactas de los periodistas congregados en la sala mientras escupe un plano fijo de Mariano Rajoy, presidente del Gobierno español, a recaudo a escasos metros en una sala aislada de la rueda de prensa y de los periodistas, apartados por el cordón sanitario del poder, que prefiera hablar por la pantalla que un vis a vis.

Los informadores, sin posibilidad de interlocución, atienden la actuación de Rajoy, un busto parlante, hierático, en el televisor. La escena, que remite al aspecto chusco, cutre y descascarillado de los echadores de cartas que pueblan la madrugada televisiva, es la muestra del delirio, el surrealismo y la decadencia absoluta que ha sido capaz de alcanzar la clase política española en medio de la peor coyuntura económica que se recuerda. El presidente es una tele. La oposición, con Rubalcaba a la cabeza, también es un monitor. Probó las virtudes del plasma, de comunicar incomunicado, el pasado domingo tras la reunión con su equipo para exponer un Plan de Reactivación Económica. Bienvenidos a la política que se mide con la P de pulgada, al nacimiento de la plasmacracia, el nuevo modelo de democracia High Definition que timonea un Estado en la ruina de la austeridad donde sobresalen los políticos emplasmados. "Lo del plasma, además de ridículo y surrealista como puesta en escena representa, en el fondo, la falta absoluta de democracia", critica Víctor Santiago Poza, doctor en Ciencias Políticas y experto en gestión de comunicación de la Universidad del País Vasco, al impedir que los periodistas "que son la correa de transmisión entre los políticos y los ciudadanos" puedan preguntarle lo que la gente, cada vez más angustiada, quiere saber. "El mensaje enlatado demuestra que a Rajoy le importa un comino lo que piensa la sociedad cuando ésta padece los recortes de su gobierno por todos lados", añade.

sin nada que decir Sostiene Santiago Poza que el hecho de esconderse tras un monitor resulta "perverso" y demuestra "la falta de coraje" de Mariano Rajoy, que debería dar la cara como máximo representante del Gobierno. "Lo de aparecer en un plasma va unido por un lado, al bajo perfil de los políticos, y por el otro, al poco poder real que poseen ante los recortes que vienen impuestos desde los organismo europeos. Su discurso es vacío. Ambos factores les retratan por eso que algunos prefieren no enfrentarse a los periodistas", establece Asier Blas, profesor de la UPV y politólogo que enfatiza que el recurso de la televisión de plasma es el método ideal para que un político pueda "desterrar toda clase de preguntas incómodas. Así no tienen que dar explicaciones de nada ni rendir cuentas a nadie".

El monitor, de plasma o LCD, de 21 o 50 pulgadas, no deja de ser el escaparate último de una manera impúdica de hacer política, que sirve como metropatrón de algunos mandatarios. Supuestos líderes que, antes de meterse en la madriguera del televisor a modo de búnker, instauraron la señal única transmitida durante los mítines de los partidos, colocadas a las televisiones en los informativos. Después inventaron las ruedas de prensa sin preguntas, símbolo inequívoco de una clase política alejada de la sociedad.

lejos de los problemas A resguardo en su burbuja. "Lo de esconderse detrás de un televisor, en el fondo es lo mismo que hacia Franco", destaca Santiago Poza, que etiqueta esta clase de comunicación como "propaganda pura y dura", un tipo de comunicación que no se ha combatido debidamente desde la trinchera del periodismo, demasiado permisiva ante la casta política. "Frente a situaciones así, en las que no se admiten preguntas, los periodistas tendrían que levantarse e irse sin atender", apunta el docente antes de matizar que "son los propietarios de los medios los que no pueden permitir algo así". Para Santiago Poza, los medios de comunicación se tienen que dar cuenta de que tienen "responsabilidad en este problema", aunque enfatiza que "evidentemente la mayor responsabilidad corresponde a los políticos que adoptan esa forma de comunicar con un objetivo determinado, el de no tener que rendir cuentas a nadie".

Esa postura de evitar responsabilidades, de silbar y mirar hacia otro lado, de esperar a que escampe, de huir de los problemas en lugar de enfrentarlos, esculpe el armazón de muchos políticos que prefieren el escondite al campo abierto. "Cuando las cosas no van bien los políticos se alejan en lo posible del puente (los medios de comunicación) que los une a la sociedad porque es lo más cómodo. El político lo quiere todo mascado y si no hay preguntas que responder, mejor que mejor", recuerda Asier Blas.

"A los políticos solo les gustan las preguntas cuando es para anunciar logros. Cuando la situación es mala, les sobran las preguntas. Entonces no les interesan lo más mínimo aunque la sociedad demande respuestas", refuerza Víctor Santiago Poza sobre un fenómeno que en el fondo está vinculado al limitado vuelo de muchos de ellos, a la pobreza política manda en el humus del suelo español. "Dentro de los partidos pocas veces se apuesta por la meritocracia, más bien se premia lo contrario. Los ascensos dentro de los partidos tienen que ver más con la lealtad ante la jerarquía, con la dedocracia o el clientelismo. El mérito apenas puntúa. Se prefiere la figura del tonto útil, la de alguien sumiso", desgrana Asier Blas.

en el polo opuesto Al otro lado del Atlántico brilla la figura de Barack Obama, presidente de Estados Unidos, ejemplo de lo contrario, algo así como la némesis de lo que viene a ser un político en España. "Sinceramente, ¿alguien se imagina a Obama haciendo lo que hizo Rajoy? No solo no se le ocurriría sino que nadie se lo permitiría ni entre sus compañeros de partido y muchos menos entre sus adversarios políticos. Menos aún los medios de comunicación. Sería impensable", apunta Asier Blas sobre la realidad de lo electos en EEUU, "que responden, sobre todo, ante sus votantes aunque en ocasiones vayan en contra de lo que su propio partido defienda". En la cultura anglosajona "la exigencia sobre la clase política es mayor. Obama no hablaría así. No se le ocurriría", añade Víctor Santiago Poza.

El presidente de EEUU posee según Asier Blas lo que se le demanda a un líder, incluso Ángela Merkel, sin alcanzar semejante listón, entraría en ese selecto club. "Sin entrar a valorar las políticas de Obama, lo cierto es que nadie discute su capacidad de comunicación, su gran oratoria o la determinación que demuestra sea cuál sea el tema que trata. Es alguien muy bien preparado y eso luego lo demuestra no solo a la hora de comunicar lo que desea sino también en el momento responder a los periodistas".

Ambos profesores ponen sobre la mesa otro elemento desestabilizador debido al efecto de la plasmacracria: la galopante falta de credibilidad de la clase política. "La desafección de la sociedad con los políticos va en aumento porque no dan respuesta a los intereses de los ciudadanos, de ahí todas las protestas. Es así de simple, la gente quiere soluciones, respuestas", expone Víctor Santiago Poza. Mientras tanto Asier Blas lanza una pregunta al aire: "¿Quién va a dar credibilidad a un político que se parapeta tras un televisor cuando aprietan los problemas?".