es curiosa la forma que en esta ocasión ETA ha elegido para dar a conocer su último comunicado urbi et orbi: ante un tribunal francés, leído en francés por boca de uno de sus supuestos coroneles, Garikoitz Aspiazu, Txeroki, junto a otros nueve acusados por asociación de malhechores y varios atentados, y en presencia también de varios dirigentes de la izquierda abertzale que parecían haber acudido a la vista a modo de fedatarios. El comunicado, a decir verdad, no hubiera añadido mayores novedades a los ya emitidos tras el cese de la actividad armada, a no ser por una intempestiva declaración de principios: "ETA pide disculpas por el sufrimiento causado por su acción a los que no han tenido ninguna responsabilidad en el conflicto".
Txeroki, reitero, leyó en nombre de ETA bastantes cosas más como su voluntad de diálogo para resolver el conflicto, la firmeza de su decisión de abandono de la lucha armada, el llamamiento a los gobiernos español y francés para activar ese diálogo; en fin, las habituales urgencias repetidamente plasmadas en anteriores comunicados. Pero, como era de esperar, la atención mediática y política se centró en el reconocimiento y selección de víctimas colaterales por las que ETA se lamenta.
Como era previsible, la respuesta a esas palabras leídas por Txeroki fue inmediata, contundente y airada por parte de todas las fuerzas políticas excepto las provenientes de la izquierda abertzale y aledaños. Y digo aledaños, porque Laura Mintegi, para quien el lamento selectivo de Aspiazu es "un paso más dentro de un proceso", a día de hoy representa a EH Bildu, coalición en la que además de la I.A. están presentes otras fuerzas políticas que quizá no tendrán tan claro ese presunto progreso en el proceso. Más comprensible es la perplejidad del portavoz de la I.A. y promotor de Sortu Joseba Alvarez, quien dice no comprender que haya algún representante político que no valore positivamente el solemne pronunciamiento de ETA ante el Tribunal de lo Criminal de París.
Y es que estamos ante dos valoraciones completamente distintas, cuando no antagónicas, del asunto. Lo que para unos es una lucha de liberación, para otros es un trágico error histórico; lo que para unos es épica, para otros es bandidaje; lo que para unos es admiración, para otros es aborrecimiento. Por eso, en las declaraciones de parte hay que tener siempre en cuenta el contexto particular de la parte que las emite. La izquierda abertzale, lógicamente, valora el comunicado de ETA leído por Txeroki como un paso más en esa especie de catarsis a la que se ha sometido ETA y que le está llevando a la retractación por la vía de los hechos de una historia de activismo armado que ha sido alentada, admirada y jaleada por el sector social vasco que ahora asiste perplejo a su inmolación.
La dirección de la izquierda aber-tzale presencia fascinada esta rectificación de la que hasta hace cuatro días era su vanguardia, y comprende lo complicada, lo costosa que es esta ziaboga del transatlántico. Remando penosamente en esa misma ziaboga se encuentran también parte de las bases de la I.A. para quienes la vanguardia está exenta de toda crítica y solo es digna de admiración. Por ello, se entiende que la valoración que tanto Mintegi, como Alvarez, como otros portavoces de la izquierda abertzale hayan hecho del comunicado tenga elementos positivos de comprensión por el "esfuerzo generoso" de ETA para llegar al nivel de autocrítica al que ha llegado.
Lo que no se entiende es que no se entienda -y valga la redundancia- que esa valoración positiva no sea compartida por quienes se niegan a discriminar a las víctimas de ETA y clasificarlas asépticamente en responsables o no responsables del conflicto. Y aquí, entre los que no lo entienden, está la inmensa mayoría de la sociedad vasca que no está dispuesta a aceptar que ETA hubiera sido la que decidiera qué persona era o no merecedora de un tiro, o un bombazo, o un secuestro, o una extorsión, o una amenaza. Solo faltaba, además, que se considerase como "un paso más" en la metamorfosis de ETA el anuncio solemne de que hubo víctimas merecedoras de serlo y otras que lo fueron por error, lamentable error. Víctimas, las primeras, que lo fueron porque ETA así lo decidió. La declaración leída ante el tribunal francés es un paso atrás, una preocupante comprobación del enorme peso muerto que la organización armada supone para el progreso político de quienes durante tantos años compartieron con ella estrategias y consignas y que hoy día han demostrado su voluntad de no salirse de las vías democráticas.
Pero si el comunicado de ETA es un paso menos en su evolución hacia la total disolución, tan cierto es que la actitud exasperantemente impasible de los gobiernos -en especial el español- dificulta en grado extremo la que parece verdadera voluntad de ETA por poner fin a su existencia como organización armada. Esta inacción, esta negativa absoluta a cualquier tipo de diálogo o de intermediación, esta ausencia en cualquier foro de solución de las consecuencias del conflicto, puede abocar a un final desordenado de ETA del que se derivarían muy graves consecuencias.