hACE un puñado de años, en medio de la fiesta de la impunidad, la pompa y el boato en la que vivía, a Iñaki Urdangarin, que deberá declarar nuevamente como imputado el próximo 23 de febrero, el sentido del humor le alcanzaba para juguetear con su heredado título nobiliario. A lomos de la autoparodia, acomodado en los círculos de la trama Nóos por la que está imputado, y ajeno a cualquier brizna de sutileza, Urdangarin, sintiéndose invulnerable, un intocable, se autodenominaba el 'duque em... Palma... do'. Con esa grácil firma, entre risas cómplices, se despedía en algunos correos electrónicos que intercambiaba con sus socios en el turbio asunto que instruye el juez Castro, que impuso una fianza civil de 8,1 millones de euros contra el yerno del rey, cada vez menos fotogénico. "Es el más difícil todavía", señala su abogado sobre la situación de su cliente, que ha pedido amparo al Tribunal Constitucional alegando indefensión para evitar el pago de la fianza, que el juez, que ha requerido una lista de bienes embargables. podrá ejecutar cundo estime oportuno una vez cumplido el plazo. Es el futuro inmediato de Urdangarin si no prospera la maniobra en el Constitucional.

A la espera de juicio, el pueblo, que antes saludaba con entusiasmo a la pareja en Palma, no quiere una vía pública con una placa que homenajee a Urdangarin, caído en desgracia entre los borbones y entre la ciudadanía. Nadie quiere al decadente duque, que ha pasado de apuesto deportista a la más absoluta vulgaridad. Tampoco desean su retrato en la Casa Real, que eliminó las referencias biográficas de Urdangarin de la web de la corona española pocos días antes de que el magistrado le impusiera el millonario depósito. Antes incluso de que su silueta digital dejara de coexistir con el perfil del resto de la familia, a Urdangarin le extirparon de las figuras de palacio representadas en la escenografía la Museo de Cera de Madrid. Señalado por la judicatura con la letra escarlata, una vez despojado de los ropajes ducales, vestido como un paseante cualquiera, pantalón de pana y jersey de lana de escaso gusto, Urdangarin se marchita en una sala alejada de la corona. Los responsables de la muestra le situaron cerca de los héroes deportivos españoles, pero suficientemente alejado del laurel de estos. Su efigie, en tierra de nadie, -ni deportista de élite que fue ni duque- compone el fotomatón de un muñeco roto, el símbolo del ascenso y la caída a los infiernos. Un Ken sin smoking y ni palacio.

El tránsito de Urdangarin, de reputado jugador de balonmano a duque, tuvo mucho de cupido, de diapositiva de cuento de hadas con los Juegos Olímpicos de Atlanta, en 1996, como marco para un encontronazo con el amor. Allí se retrató con la infanta Cristina, con la que contrajo matrimonio en 1997. Apagado el balonmano porque la Casa Real le demandaba cada vez más presencia en los actos institucionales, Urdangarin se centró en la familia, tiene cuatro hijos, pero no olvidó el deporte. Pisó las mullidas alfombras de la aristocracia, también en su versión deportiva. Urdangarin formó parte del Comité Olímpico Español (COE) , institución que pretendió presidir, pero no obtuvo el respaldo suficiente a pesar de que empleó la esgrima de la monarquía en su florete. Era 2001 y en los corrillos del organismo deportivo se comentaba la enorme ambición de Urdangarin, al que le entusiasmaba el uso del sello ducal para obtener sus propósitos.

cargo deportivo Asentado como vicepresidente del Comité Olímpico Español en 2004, Urdangarin amplió su radio de acción, pero el radar interno de la institución no tardó en detectarle. Solo un año después, en 2005, Urdangarin abandonó el Comité tras el ruido de sables con el nuevo presidente, Alejandro Blanco. No fue esa la única advertencia que recibió Urdangarin. La adquisición de un palacete valorado en 6 millones de euros en Pedralbes, una de las zonas más exclusivas de Barcelona, situó bajo los focos al duque de Palma, que impulsaba con descaro sus negocios, algo que, supuestamente, está prohibido en Zarzuela. En ese escenario, el rey envió a uno de sus colaboradores a Barcelona, el abogado José Manuel Romero, a revisar la Fundación Areté, que presidía el duque, con el objetivo de disolver la entidad. "Era la que procedía".

Ocurrió que Urdangarin y su principal socio en la trama, Diego Torres, su profesor en la escuela de negocios donde estudió, hicieron caso omiso a las indicaciones que llegaron con el membrete de Zarzuela. El emisario del monarca cerró esa puerta, pero Torres y Urdangarin abrieron otra ventana. El relato oficial dice que ambos desobedecieron a la Casa Real y continuaron con su entramado empresarial, con su afán de hacer negocio parapetados en fundaciones y sociedades varias. Constituyeron otra una fundación sin ánimo de lucro: la Fundación Deporte, Cultura e Integración Social (FDICS) para preseverar en sus negocios. En 2007, el duque de Palma mantenía aún intacta su red. Desafiante, no le tembló el pulso al saberse amonestado por su suegro y de dejar la presidencia del Instituto Nóos, epicentro de su imputación. Parapetado por el tejido de la impunidad, nunca sintió el riesgo y el sudor frío de ser descubierto. Durante tres años más Urdangarin continuó beneficiándose de los negocios de las mencionadas entidades con organismos públicos y grandes empresas privadas, principalmente en Mallorca y Valencia, donde maniobró con total libertad. Paseó orgulloso por los despachos de los mandatarios a los que vendía sus servicios.

El ritual depredador de Urdangarin comenzó a revelarse después de que el PSOE planteara varias preguntas incómodas al Gobierno. Sin embargo, la Casa Real sospechaba de las actividades del duque de Palma desde 2005, según el testimonio de José Manuel Romero, uno de los hombres de confianza del rey. Las respuestas del ejecutivo de las islas no convencieron a la oposición y se levantaron las sospechas de irregularidades sobre la adjudicación de contratos. El gobierno de Matas, condenado a prisión por una de las piezas del sumario del caso Palma Arena, adjudicó a dedo dos contratos por valor de 2,3 millones de euros al Instituto Nóos que presidía Urdangarin con la misión de organizar congresos sobre turismo y deporte en las islas. Según reza el auto del juez Castro, el duque utilizó la fundación para desviar fondos públicos a sus empresas privadas e incluso ocultar a Hacienda parte de ese dinero en paraísos fiscales.

A esas alturas del metraje, el duque de Palma se había convertido en una bomba de relojería para la institución monárquica, que calificó su conducta como "no ejemplar", a modo de primera sanción pública de Iñaki Urdangarin. La capa de maquillaje que intentaron aplicarle en Washington, donde los duques de Palma se instalaron en verano de 2009, se resquebrajara. Se alegó que el cambio de domicilio obedecía a nuevos retos profesionales de Urdangarin, aunque simplemente se trataba de poner tierra de por medio y calmar las aguas turbulentas que rompían en el espigón judicial de Mallorca. En paralelo a sus oscuras actividades, Urdangarin ocupó un sillón como consejero de Telefónica Internacional desde 2006. Tres años más tarde cuando la compañía recompensó al yerno del rey con un ascenso.

imputado El vuelo de retorno desde las salas nobles de Telefónica resultó tormentoso para Urdangarin, cada vez más sombreado y ojeroso, estropeado el ánimo por la desazón cuando fue reclamado por la justicia como imputado por el caso Nóos a finales de 2011. Dos días después de la imputación, el juez Castro aceptó retrasar la declaración de Urdangarin hasta febrero de 2012. Su imagen bajando la rampa que da acceso al juzgado evidenció su decadencia. Contra todo pronóstico, Urdangarin tuvo que verse las caras con la justicia. Durante la declaración frente al juez Castro, probablemente su peor pesadilla, el duque de Palma, aseguró que desconocía la existencia de empresas para desviar dinero público y culpabilizó del entramado a su exsocio Diego Torres. Este, a su vez, puso la lupa sobre Urdangarin e involucró a Carlos García Revenga, secretario personal de las infantas, que comparecerá como imputado. Como prueba para la conexión entre el yerno del rey y el secretario de las infantas, Diego Torres aportó varios correos electrónicos. En uno de ellos, Urdangarin rubricaba el documento como el "duque em... Palma...do".

El duque des...

'em Palma do'

Atosigado por la instrucción del 'caso Nóos', Iñaki Urdangarin pide amparo por indefensión al Tribunal Constitucional para no afrontar la fianza de 8,1 millones impuesta por el juez Castro, que podrá ejecutarla embargando los bienes que mantiene el yerno del rey, olvidado y apartado por la Casa Real

Urdangarin conoció a la infanta Cristina durante los Juegos Olímpicos de Atlanta, en 1996, y se casó un año más tarde

auge y caída de iñaki urdangarin

En el Comité Olímpico Español, organismo en el que participó, recibió una carta del presidente que afeaba su conducta

El cambio de residencia a Washington trató, sin mucho éxito, de retirar a Urdangarin del oscuro tablero de la notoriedad

La infanta Cristina e Iñaki Urdangarin, felices, en otro tiempo. Foto: efe