ACEMOGLU y Robinson, en un ensayo de gran aceptación, han analizado las razones por las que triunfan y fracasan los países. Según estos autores están, por un lado, los que carecen de autoridad efectiva. En estos el progreso económico es imposible; es el caso de Somalia, Afganistán o Haití. Por otro, están aquellos en los que una "élite extractiva" promueve políticas e instituciones cuyo fin es apropiarse de la riqueza generada por la mayoría; se oponen a la innovación que provoca la destrucción creativa que alimenta el progreso económico y social, porque esa destrucción creativa constituye una amenaza para ella. Así pues, esas élites no solo acaparan riqueza y poder, sino que obstaculizan el progreso. América Latina, África, Rusia y China son víctimas de esa situación. Por último, están los países en los que, por circunstancias a veces fortuitas, los sectores sociales más dinámicos han impedido que las élites se opongan al progreso. En estos países, las instituciones son inclusivas y las políticas y normas económicas permiten los incentivos necesarios para que se produzca la innovación y la consiguiente destrucción creativa que impulsa el desarrollo. Inglaterra, tras la revolución Gloriosa, Estados Unidos, Australia, y el Japón posterior a la restauración Meijí, se ajustan a ese modelo, así como la mayoría de países europeos occidentales actuales.

El economista César Molinas, en un ensayo que aparecerá en 2013, aplica ese modelo interpretativo a España. Afirma Molinas que la clase política española constituye una élite extractiva. Según él, carece de un diagnóstico razonable de la crisis porque, en parte, ha sido provocada por sus mecanismos de extracción de rentas (burbujas varias, e inmobiliaria especialmente, y cajas de ahorro). Esa élite tampoco tendría una estrategia de salida de la crisis, porque habría de desmantelar los mecanismos de captura de rentas de los que se ha servido. Y por último, mostraría un gran desprecio por la educación, animadversión por la innovación y el emprendimiento, y hostilidad hacia la ciencia y la investigación. Además, de la educación solo le interesaría el adoctrinamiento.

La de César Molinas es una teoría arriesgada pero atractiva, pues, aunque España no se encuentre en un estado equivalente al de los países antes citados por haber sufrido o sufrir la acción de élites extractivas, la teoría es capaz de explicar de manera coherente rasgos muy notorios de la situación por la que atraviesa.

¿Y en Euskadi? ¿Estamos en la misma situación? La pregunta es pertinente ahora porque hoy inicia su andadura el Gobierno Vasco y, como ha dejado claro el lehendakari Urkullu, combatir los efectos de la crisis es la tarea prioritaria a la que se enfrenta. En mi opinión, la situación vasca no se ajusta al modelo español. Es cierto que aquí también ha habido una burbuja inmobiliaria, pero su importancia económica relativa ha sido menor y su gestación ha obedecido a políticas de ámbito más amplio que el de la comunidad autónoma. Por otra parte, las cajas vascas se han distinguido por su buen estado de salud. Además, nuestro entramado institucional, con sus contrapesos, y el sistema de partidos, casi todos con responsabilidades de gobierno en diferentes instancias, han impedido que se constituyese una élite blindada al cambio. Seguramente no es casual que el sistema educativo vasco, aún con sus limitaciones, ofrezca resultados superiores a los de la media española, ni que Euskadi sea la comunidad líder en inversión en I+D.

El Gobierno Vasco entrante no lo tendrá fácil. La crisis de crédito, la recesión en España y la debilidad económica europea constituyen pesados lastres. Pero Euskadi cuenta, al menos, con instituciones inclusivas y una cultura política proclive a la innovación. Estos han de ser motivos para la esperanza y acicate para el nuevo equipo de gobierno. Termino con un deseo: que la fuerza y el acierto le acompañen.