Vitoria. Álava recibió el día después con una inusual temperatura cálida para estas alturas del otoño. En una tierra de contrastes, el curso electoral no es ninguna excepción y los meandros que dibuja el gráfico de la intención de voto dejan bien a las claras que la apuesta de los habitantes de este territorio se ciñe más a proyectos concretos que a la fidelidad de siglas definidas.

La plaza fuerte del constitucionalismo en Euskadi de los últimos años se reconcilió ayer con la apuesta del PNV por exprimir las cuotas de autodeterminación y sembrar las guías sobre las que circule la salida a la crisis. Ganó Iñigo Urkullu, o Xabier Agirre, o los dos. Venció la corriente mayoritaria en la CAV, alimentando la fama de termómetro infalible que el territorio alavés se ha ganado con el paso de los años.

Quizás no tan sorprendente como el empate técnico que los jeltzales obtuvieron en Gipuzkoa con los grandes favoritos de la izquierda abertzale, la victoria en Álava deja pinceladas desconocidas por los muchos jóvenes que acudían por primera vez a los colegios electorales del territorio.

En la punta del iceberg, Vitoria-Gasteiz situaba en lo más alto de sus preferencias la candidatura jeltzale, algo que no ocurría desde que el exalcalde José Ángel Cuerda ejercía con fiabilidad su papel de seguro de vida para los intereses jeltzales en la capital vasca. 17 años después, el PNV logró ayer en unos comicios autonómicos lo que desde la era del legendario primer edil no lograba en las urnas: imponerse en los votos de los gasteiztarras.

Tras esta pincelada, un cúmulo de estadísticas y datos revelan lo acontecido a lo largo de las últimas décadas con el poder de convocatoria del vencedor de ayer como eje argumental. Si situamos el punto de partido en 1986, encontramos una curiosa coincidencia con la meta de las últimas elecciones autonómicas. En ambos casos, Xabier Agirre lideraba al PNV alavés, aunque ayer, además, también lo hacía en la plancha electoral.

Agirre cogió las riendas de un partido quebrado por la división que alumbró Eusko Alkartasuna de la mano de Carlos Garaikoetxea, hoy alineado con las tesis de la coalición soberanista que lidera Laura Mintegi. Como suele ser habitual, el electorado castigó la ruptura sin contemplaciones, de igual forma que ayer reprendió a EBe IU-Ezker Anitza y les dejó sin escaño. ElPNV cosechó su peor resultado de la democracia con una fuga superior a los 3.500 votos respecto a los comicios que, en 1980, dieron el banderazo de salida a las elecciones de cada comunidad autónoma tras la dictadura franquista.

Fue la primera vez que el PSE superaba a los jeltzales en el territorio alavés. A partir de entonces, los partidos supieron que vencer la batalla electoral en estas latitudes sería cosa de escasos votos, como sucedió hace un lustro en los comicios forales cuando apenas 700 sufragios separaron a PP, PSE y PNV.

El entramado postelectoral favoreció entonces a Agirre, de nuevo protagonista de primera línea. Alcanzó el sillón de diputado general pese a ser la tercera fuerza en la estrecha horquilla que separaba al trío de cabeza. Paradójicamente, cuatro años antes la plancha jeltzale liderada entonces por Álvaro Iturritxa obtuvo el mayor respaldo entre la ciudadanía alavesa pero fue el popular Ramón Rabanera quien se apoyó en los socialistas para llevarse el gato al agua y comenzar una labor de gobierno que se prolongó durante dos legislaturas.

Iturritxa, hoy concejal en el Ayuntamiento de Vitoria y mano derecha del candidato a la Alcaldía, Gorka Urtaran, logró con un ajustadísimo margen de 294 votos imponerse al segundo en discordia. Salvo esta excepción, solo el lehendakari Juan José Ibarretxe había sido capaz de imponerse en unas elecciones en Álava hasta los resultados de ayer.

un pp desconocido Para el dirigente laudioarra no fue una novedad ser profeta en su tierra, una sensación que ya había disfrutado en los comicios de 2001, con la diferencia de que entonces, al igual que en tantas ocasiones el PP marcaba de cerca los apoyos jeltzales.

La plaza fuerte de los populares, donde mantienen el control de las dos principales instituciones, se desmoronó ayer relegando a Iñaki Oyarzábal y los suyos a la cuarta plaza de la representación política en el territorio. Ni siquiera los 17.000 votos que perdió el PSE en su descenso en barrena fueron suficientes para que la plancha conservadora amarrara, detrás de EH Bildu, el tercer puesto del escalafón foral.

Ambos descensos tienen el denominador común del manido desgaste que produce la labor de gobierno: Patxi López como lehendakari socialista y Javier de Andrés y Javier Maroto como diputado general y alcalde de Vitoria para el PP, respectivamente.

Ante esta primera e inevitable visión, el presidente del PP vasco, Antonio Basagoiti, se apresuró ayer a desmarcar a dos de sus principales activos de los malos resultados obtenidos por su candidatura, aunque el electorado que ayer dio la espalda al proyecto popular sea el mismo que dentro de dos años y medio tenga que volver a pronunciarse sobre quién debe gestionar las instituciones de este territorio. Y, sobre todo, teniendo en cuenta que mientras De Andrés ha vivido la etapa electoral en un segundo plano, el alcalde Maroto figuró de número dos y gancho de la lista en Álava.