Robert Capa fotografió, en blanco y negro, la muerte de un miliciano durante la Guerra Civil e internacionalizó la imagen de una España en dos bandos cuando fue publicada en la revista Time en 1937. La instantánea se convirtió en un icono del siglo pasado. Otra fotografía impresa, esta vez en el New York Times, realizada por el fotógrafo Samuel Aranda, también en blanco y negro, ha servido para retratar un fotograma de la España actual.

De regreso a las dos tintas. En la captura se observa a una persona rebuscando en un contenedor de basura para llevarse algo a la boca en una calle cualquiera del estado español. La dolorosa estampa ha resituado y ampliado el foco sobre la miseria que atraviesa a la sociedad española el mismo día en el que el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, visitaba la ONU apurando un puro antes de posar entre el matrimonio Obama en la Casa Blanca. En su viaje, acompañado por Juan Carlos I, trató de rehabilitar la marca España, muy deteriorada entre desahucios, comedores sociales, austeridad, paro y protestas.

Lejos de las mullidas alfombras y del brillante mármol, esa noche, en Madrid, alrededor del congreso de los diputados, el hastío ciudadano volvía a la calle. Una vez más. Era el 25-S, un movimiento motorizado por la indignación, la misma llama que prendió al embrionario 15-M en 2011, caja de resonancia, y la media docena de huelgas generales dispuestas en contra de la política de recortes dispuesta por la troika, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Unión Europea, para financiar al Estado español, agujereada la caja de caudales como un queso de gruyere al que se le acumula el moho. Ahogada por los intereses de la deuda, pendiente a cada momento de la prima de riesgo, pariente indescifrable del parqué bursátil, tirita la economía española, cada vez más próxima a un rescate total, o lo que es lo mismo a un menú griego: más tijera.

Ante el chasquido del cortante filo de los poderes económicos, la trinchera del pueblo camina con un manual de supervivencia bajo el brazo para cada amanecer ante un porvenir en el que se acumulan las borrascas y las interrogantes, el peor enemigo para el ser humano. "La gente quiere sentirse segura. Hay miedo a no saber lo que va a pasar en el futuro. Esa indefinición de los propios poderes, que no encuentran una salida, paraliza a la gente. Además como parece que nadie sabe lo que realmente pasa, únicamente que cada vez está peor, el miedo se agranda por la incertidumbre", establece Xabier Aierdi, profesor de sociología de la Universidad del País Vasco cuando planea sobre las manifestaciones de las últimas semanas y que se extienden desde las redes sociales, cuyo poder de convocatoria comprobó el 15-M. Así lo refleja el Estudio de dinámicas sociales en torno a las movilizaciones del 15-M en Bilbao.

Entre las conclusiones del trabajo, este destaca que "la percepción de que las instituciones políticas no representan el interés general de la población". Desde este movimiento, matriz de los sucesivos, se establece que "la definición de políticas en cúpulas partidistas en connivencia con poderes económicos y sociales". Esa es una de las principales demandas de los manifestantes, que entienden que "es necesario establecer y hacer visible una mayor autonomía de los poderes políticos frente a los intereses económicos". Del mismo modo, el análisis realizado por el Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Deusto recoge que el 15M planteaba que "hay que modificar el discurso sobre la impotencia del Estado. En muchas ocasiones se adoptan políticas apelando a la inevitabilidad de las mismas (exigidas por los mercados, los socios comunitarios, etc.). Estos argumentos que alimentan el mito de la impotencia del Estado".

la gente, muy civilizada La pleitesía y genuflexión que los Estados rinden ante el cetro de los mercados está en el centro del debate y en el índice del descontento de la sociedad, menos belicosa que la policía como se comprobó en la manifestación de Madrid. "Con la que está cayendo la gente se está comportando admirablemente. Es muy civilizada", estima Xabier Aierdi sobre la reacción de las gentes que protestan en contra de la actual política económica y que pretenden por otro modelo de sociedad en las antípodas de los arquitectura que sostiene el actual sistema. "No les falta razón. El cabreo es generalizado. Se están tocando cada vez más los bolsillos de más gente. El hastío y el hartazgo es generalizado porque no se percibe una salida, una fecha concreta para despertar de este mal sueño. La gente precisa soluciones y respuestas". No las hay en la hoja de ruta impuesta por el joystick de Merkel, que únicamente traza con la lija, la contención del gasto y el control del déficit como fórmula mágica.

Ocurre que ese recetario, algo así como un elixir, no ha servido para recuperar a Grecia, todavía en la UVI a pesar del cambio de gobierno y las draconianas medidas impuestas para aliviar la deuda. Grecia, en su particular tragedia, se va al pozo entre unas protestas generalizadas. El calor de las mismas, con el pueblo en llamas, han logrado limitar la hemorragia, aunque el discurso del miedo cala en la resignación de la ciudadanía. "Eso siempre ha funcionado", expone Xabier Aierdi. En Grecia y recientemente en Portugal la resistencia popular ha edulcorado las aristas más puntiagudas de las órdenes de la troika, que los portugueses y griegos decidieron mandar al infierno. El viernes, en Roma, se manifestaron 30.000 personas contra la restrictiva política económica de Monti.

Con todo, el viaje griego, su homérica odisea, lo está recorriendo España punto por punto, aunque los economistas sostienen que el tejido productivo español, más diversificado, con presencia internacional y flujo explotador, es más fuerte que el de su vecino europeo. Esa corriente sostiene que en caso de un rescate total, el Estado español dispone de más resortes porque el suelo de la banca es más sólido. A pesar de ello la ola de frío proveniente del centro de Europa será aún más dura. Se espera más frío. Es lo que toca según los analistas. "Ante eso habrá que ver cómo responde la gente. Pero a medida en que las cosas empeoren es de suponer que las reacciones en contra se multiplicarán", analiza Xabier Aierdi. El viernes se supo que seis entidades bancarias estatales recibieron el beneplácito, entre ellas Kutxabank, de la auditoría Oliver Wyman, que realizó el test de estrés del sistema bancario. Sin embargo, el estudio de la consultoría determinó que los bancos, en su conjunto, necesitan una recapitalización de más de 53.000 millones. Bankia, el símbolo de la decadencia y el despilfarro, acapara más de 24.000 millones.

La cuestión es saber dónde está el límite. Hasta qué punto será capaz la ciudadanía de aguantar más presión. "Esa repuesta es compleja de anticipar. Habrá que ver cómo se desarrollan los acontecimientos, pero parece que la lógica dice que si esto no mejora, la respuesta en la calle será mayor. ¿En qué medida? Nunca se sabe". En la economía también mandará el día a día del relato si el estado español acude finalmente al rescate de la A hasta la Z. Los analistas sostienen que la toma de decisiones futuras respirará en paralelo al comportamiento de los mercados y de los balances económicos. Por eso tampoco se descarta la reducción de una parte de la deuda (ocurrió algo similar en latinoamérica en la década de los 80) si la caída de España generase un efecto arrastre que pusiera a Europa a unos palmos del abismo. Esta medida, el último chute de adrenalina del botiquín de urgencia, requeriría mucha cintura, diplomacia y negociaciones. Por el momento no entra en el radio de acción del catálogo de Merkel y su disciplina fiscal, que continúa con su pulso empujada por el atávico miedo alemán a la inflación. Mientras se resuelve el laberíntico ovillo económico del cordel que asfixia a la sociedad, se esperan más fotos en blanco y negro. Mucho negro.