Tras el oscuro periodo de la dictadura, la creación de la Ertzaintza como policía integral del País Vasco fue uno de los pilares del autogobierno recuperado por el Estatuto de Gernika de 1979. Estas son las grandes palabras. Sin embargo, para entender en toda su extensión lo que supuso su puesta en marcha hay que ponerse en la piel de las más de 500 personas que, el 1 de febrero de 1982, acudieron a la Academia de Arkaute para recibir la formación que convertiría a muchos de ellos en la primera promoción de la Er-tzaintza. El miércoles se cumplen 30 años de esta efeméride.

Dos miembros de aquella mítica terna, Jesús e Iñaki, rememoran los motivos que les empujaron a dar ese paso hace ya tres décadas. El primero, agente de Seguridad Ciudadana, apela al "cambio político del momento y a la idea de hacer una policía nueva respecto de la que había habido hasta entonces. Cambiar ese estatus de represión en la calle y ser más cercanos al ciudadano, no tan lejanos como la Policía Nacional y la Guardia Civil".

Iñaki, miembro en activo de la Brigada Móvil, opina que "la gente se apuntó por diferentes motivos, uno de ellos era ver qué podían hacer para mejorar los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado". Ello no es óbice para que otros acudieran "porque no tenían trabajo". Su compañero insiste en que "queríamos que la gente nos viera con el uniforme, que supieran que éramos policías, pero que no íbamos a actuar de forma dictatorial".

En un encuentro con DNA junto al miembro de la ejecutiva rectora Jesús Uribe -también perteneciente a la primera promoción-, Jesús e Iñaki explican que las sorpresas para estos pioneros llegaron el mismo 1 de febrero. Y es que, nada más pisar Arkaute, les comunicaron que debían regresar a la semana siguiente, ya que aún no estaban listas todas las instalaciones del recinto.

"Se notaba la premura con la que entramos, igual la situación política requería que fuéramos entonces, porque si no luego no se podría", especula Iñaki. Jesús Uribe apunta que "estuvimos un mes sin agua corriente y teníamos que beber de botellines". En el caso de los comedores, se tardaron dos meses en prepararlos. Hasta entonces, hubo que acudir al antiguo Hotel Iradier, a unos 200 metros, adquirido por el Gobierno Vasco y que hoy día acoge la Unidad de Tráfico de Álava.

"Parecía un campo de prisioneros (risas), sonaba una música para despertarnos de madrugada, sin luz del sol todavía. Con un frío de espanto, caminábamos al lado de la carretera con unos chaquetones de piel de borrego para ir al comedor", recuerdan los ertzainas. Añaden que "era imposible hacer la educación física en el interior de la Academia porque no estaba acondicionada, teníamos que salir a correr al campo con unas zapatillas de deporte no adecuadas e incluso con las botas de reglamento, porque no había llegado el material".

Reconocen, eso sí, que el ambiente fue bueno, más allá de los típicos piques durante las pruebas deportivas o causados "por juntar en un mismo sitio a vizcaínos, guipuzcoanos, alaveses y navarros". Finalmente, en octubre, todos los que superaron el curso salieron a la calle ya como ertzainas -excepto los de Tráfico y Atestados, que permanecieron en la Academia hasta febrero de 1983-. Entonces empezó otra odisea para estos agentes.

Su primer destino fue custodiar las instituciones vascas. "Los de Tráfico se reían diciendo que íbamos a cuidar piedras. Nosotros pensamos: habrá algo más, no se quedará solo en esto, ¿no?", afirma Iñaki. No fue hasta 1984 cuando se abrieron las primeras comisarías en Durango, Arrasate y Beasain. Jesús, que fue destinado a Durango, explica que "el primer trabajo que hicimos allí fue ir de traje de bonito al Hotel María Cristina por el Festival de Cine".

Aprender en la calle Pero no todo fue de color de rosa con la apertura de las ertzain etxeas. "Llegabas allí y te dabas cuenta de que no reunía las condiciones para ser una comisaría de policía. Había que reubicarlo todo o estabas provisionalmente en barracones", explican los agentes. Es el caso de Jesús, al que le tocó permanecer en barracones prefabricados. "En verano te asfixiabas de calor y en invierno, aunque pusieras la calefacción, te morías de frío", rememora.

Iñaki agrega que "estaba mal, pero no solo para nosotros, sino para el ciudadano, porque en muchos sitios no había calabozos. Yo he estado con un detenido custodiándolo al otro lado de la mesa". Los problemas también llegaron desde fuera, ya que "Madrid veía en aquel entonces que el Gobierno Vasco estaba creando su ejército armado, por lo que nos limitaba muchas cosas, como armamento".

En cualquier caso, el comienzo del trabajo a pie de calle resultó fundamental, ya que era la única forma de adquirir experiencia real. "De la Academia sales sabiendo lo que dicen los libros y lo que te cuentan allí, pero el policía se hace en la calle. Hay que estudiar, evidentemente, pero tienes que andar, ver, tratar con la gente y meterte en muchos asuntos", explican.

A la carencia de efectivos, que obligaba a los agentes a multiplicarse y a estirar sus horarios, se sumaba la escasez de material. Sin olvidar la amenaza de ETA y del entorno radical. "Al dejar la Academia solo teníamos el arma reglamentaria, la defensa de madera y nada más", señalan. Había además zonas especialmente complicadas para trabajar, como Gipuzkoa: "En algunos sitios nos han dicho a la cara que no éramos bienvenidos, pero cuando lo han necesitado, ahí hemos estado".

Todo ello se traduce en un proceso complicado, en el que los agentes iban aprendiendo sobre la marcha. "Los que empezaron a trabajar en las comisarías fueron como los pioneros en las praderas de los indios", dice Iñaki. "Aprender de esa manera es muy duro. No teníamos ninguna referencia y había que procurar no meter la gamba". Poco que ver con la situación actual, con unos aspirantes mucho más preparados. "Si ahora mismo tengo que volver a entrar en la Academia, no paso", coinciden los dos agentes.