bruselas

Ni el servicio jurídico del Consejo, que representa a los gobiernos europeos, ni el de la Eurocámara, donde se sientan los 754 eurodiputados escogidos por la ciudadanía europea incluidos seis escoceses, ni mucho menos la Comisión Europea se atreven a opinar sobre las consecuencias que tendría para el club europeo la independencia de Escocia. "Es un escenario hipotético y no opinamos ni nos implicamos. No es una cuestión que afecte a la Comisión Europea", insiste Mark Gray, portavoz en el Ejecutivo comunitario. "No existe ningún análisis jurídico ni nadie hasta ahora ha pedido nada", añade el portavoz del Parlamento Europeo, Jaume Duch, sobre lo que ocurriría con los electos escoceses en caso de la escisión de su país de Reino Unido. Tampoco quien más tiene que decir sobre esta cuestión quiere opinar. "Los análisis pueden existir en la esfera académica pero nosotros no trabajamos sobre cuestiones teóricas", responden desde el servicio jurídico del Consejo.

Y es que para la Unión Europea, la escisión interna de un Estado miembro es territorio inexplorado. No existe ninguna experiencia similar en el más de medio siglo de vida que lleva vivo el proceso de construcción. Es más, el Tratado, que sí prevé la salida de un país, no contempla esta posibilidad. Por eso, hay quienes sostienen que "digan lo que digan los textos legales la decisión final será política" y que la negociación que esta semana lanzaba el Gobierno de Edimburgo también dejará resuelta "la permanencia automática de Escocia en la UE. Los únicos cambios territoriales registrados en este último medio siglo son el de Groenlandia -que era parte de Dinamarca cuando el país nórdico accedió a la UE en 1973- que decidió salir del club en 1985 tras un referéndum celebrado tres años antes y el de la República Democrática de Alemania, que se convirtió automáticamente en 1990 en parte del club tras la reunificación alemana. En ambos casos, aunque no había reglas, los gobiernos respondieron con flexibilidad y se adaptaron.

las nuevas interrogantes Por eso, ¿qué puede esperar una pequeña nación como Escocia si consigue llevar adelante el referéndum de independencia que anunció el pasado miércoles el ministro principal Alex Salmond con la vista puesta en otoño de 2014? ¿Es posible y viable una Escocia independiente? ¿Se convertiría automáticamente en miembro del exclusivo club europeo o tendría que solicitar su ingreso y esperar a la cola como lo han hecho casi una veintena de países desde que Reino Unido accediera a la entonces comunidad económica europea en 1.973?

las respuestas pendientes Aunque las respuestas a todas estas preguntas permanecen todavía en la esfera de lo teórico y las autoridades comunitarias se niegan a clarificar la situación desde el punto de vista legal, existen análisis y opiniones para todos los gustos. El gobierno de Salmond mantiene que Escocia seguirá formando parte de la UE aunque la política de Westminster continúe por un camino y la de Edimburgo por otro porque Escocia, independiente hasta 1.707, será un Estado sucesor y no tendrá por tanto que presentar su candidatura de adhesión. Comparten esta tesis algunas fuentes comunitarias, expertas en la negociación política diaria en Bruselas, que sostienen que se trata de dos estados sucesores y que, por tanto, bastará con un trámite relativamente sencillo.

la 'teoría del desheredado' En cambio, para Jo Murkens, experto en derecho constitucional de la London School of Economics, "si Escocia se independiza se convertirá en un nuevo Estado miembro que no heredará la pertenencia a la Unión Europea. Tendría que solicitar de nuevo su adhesión y negociar", explica a DNA. Según el proceso de adhesión, contemplado en el artículo 49 del Tratado, un país que quiera sumarse a la UE tendría que presentar su candidatura al Consejo que deberá pronunciarse por unanimidad tras consultar a la Comisión y tras el visto bueno del Parlamento. Las condiciones de entrada a juicio de este experto tendrían que ser negociadas y pese a que Escocia cumple ya con todos los criterios para ser miembro del club podría haber países que no le faciliten la tarea por el incómodo precedente que podría sentar en casos como Euskadi o Cataluña. "En la UE todo es regateo así que no va a ser fácil", opina este experto en Escocia. Por su parte, preguntado si teme un bloqueo desde el Estado español el ministro principal escocés lo descartaba el pasado miércoles.

Se convierta o no automáticamente en parte de la UE, el proceso que Salmond tendrá que recorrer hasta sentarse codo con codo con David Cameron o Angela Merkel en el edificio Justus Lipsius -sede del Consejo- será largo y complicado. Para empezar Londres y Edimburgo tendrán que ponerse de acuerdo sobre el referéndum en sí, pregunta y procedimiento. Y en caso de llevarlo a cabo despejar y negociar una larga lista de incógnitas políticas para de un país dos que deberá clarificar y trocear desde la política monetaria -Escocia ya ha dicho que quiere mantener la libra esterlina- hasta el reparto de los fondos regionales y las ayudas europeas e incluso el futuro del "cheque británico", una compensación que Margaret Thatcher arrancó a sus colegas europeos a mediados de los ochenta por las millonarias subvenciones agrícolas que otros socios como Francia recibían entonces del presupuesto comunitario. Será el chocolate del loro porque norte y sur tendrán que trocear también una deuda pública que supera ya el billón de libras esterlinas y los golosos recursos naturales del mar del norte. Escocia exige para sí el 90% de unas extracciones de gas y petróleo en las que basa buena parte de su futuro bienestar económico.