EL azar ha querido que hayan prácticamente coincidido en el tiempo el documento de adhesión del Colectivo de Presos Políticos Vascos (EPPK) al Acuerdo de Gernika y la inauguración en Donostia del Basque Culinary Center, la primera Facultad de Ciencias y Artes Gastronómicas que eleva a nivel universitario el trabajo de cocina, ese discreto, oculto, casi misterioso oficio de convertir en manjar los productos alimenticios obtenidos por tierra, mar y aire.
La cocina es símbolo de actividad reservada, callada, cuyo resultado se conoce cuando ya está elaborado y dispuesto para ser consumido. Cuanto menos se interrumpa, o se distraiga, o se importune a los que trabajan en la cocina, el manjar resultante tendrá más probabilidades de ser disfrutado por los comensales.
Sería ingenuo pensar que la decisión del EPPK haya sido tomada en el tiempo en que se conoció, en vísperas del acto de aniversario de la firma del Acuerdo de Gernika. Que se hiciera público y visible ese día no tiene más historia que la maduración del trabajo previo, vinculada a la táctica de contraprogramación al Alderdi Eguna que ese domingo celebraba el PNV en Foronda. La adhesión de tan significado colectivo al Acuerdo que en su día firmaron la izquierda abertzale oficial, Eusko Alkartasuna, Aralar, Abertzaleeen Batasuna, Alternatiba, LAB y una treintena agentes sociales y políticos, sindicales y sociales de Euskal Herria, fue el resultado final de una intensa tarea de cocina que afrontó, de salida, nada más y nada menos que modificar la estrategia llevada a cabo por EPPK durante largos años.
Por razones no suficientemente explicadas, no se observó en el sector de la izquierda abertzale oficial firmante en Gernika el 25 de septiembre de 2010 un especial empeño en la incorporación de los presos al Acuerdo, a pesar de que una parte importante del texto acordado se refería al cambio en la política penitenciaria. Solamente Aralar insistió con tenacidad en la importancia de que los presos se adhirieran. No obstante, inicialmente el EPPK en sus sucesivos comunicados eludía cualquier referencia a la adhesión a lo acordado, si bien a finales de año 2010 hacían un apunte al debate en las cárceles sobre el proceso interno y señalaba que "se están produciendo reflexiones profundas, debates abiertos y decisiones políticas sobre la necesidad de un proceso democrático".
Quienes sí manifestaron inmediatamente su voluntad de adherirse al Acuerdo fueron los componentes del denominado Colectivo de Presos Comprometidos con el Irreversible Proceso de Paz, pero ni siquiera fueron tenidos en cuenta por los firmantes de la izquierda abertzale no sólo por tratarse de un número reducido de reclusos -aunque notorio en nombres-, sino porque hacía años que habían abandonado el EPPK y escapado a su control. Ese Colectivo incontrolado no era, pues, deseado compañero de viaje.
Algo ha hecho cambiar de estrategia al EPPK, algo superior a una dinámica histórica y colectiva mantenida con mano férrea, algo capaz de soportar la tremenda contradicción de aceptar como apuesta positiva lo que hasta ahora era poco menos que alta traición. Sería imperdonable que todos estos movimientos acelerados quedasen reducidos a un interesado reclamo electoral. Lo que haya motivado este cambio radical queda en la discreción de la cocina, esa cocina imprescindible en la solución de todos los conflictos y de la que es mejor comprobar solamente su resultado final si llega a ser beneficioso.
Ha habido cocina en esta adhesión del EPPK al Acuerdo de Gernika, por supuesto que la ha habido, y a varias bandas. Más aún, el trabajo de cocina que llevó al comunicado hecho público el pasado fin de semana es parte del trascendental trabajo de cocina decisivo que derivará en la renuncia definitiva de ETA a continuar por la vía político-militar. Ha habido cocina, vaya si la ha habido, en la actividad de verificación sobre el alto el fuego de ETA que están llevando a cabo personalidades extranjeras de altísimo nivel y que se hizo pública con luz y taquígrafos el pasado miércoles. Por supuesto, el ya denominado Grupo de Ámsterdam no ha caído de un guindo y el silencio oficial sobre su presentación es ilustrativo.
Como debe ser en este tipo de tareas, sólo la historia descubrirá quiénes han sido los maestros cocineros y cualquier empeño en investigar y revelar los detalles de esta discreta elaboración sólo contribuiría al entorpecimiento de la misión emprendida desde hace ya varios meses por las personas y entidades implicadas.
Al fin del camino están la paz, la normalización y la reconciliación, bienes tan añorados y ansiados por este pueblo que merece la pena verlos llegar sin perturbar el silencio y la reserva de los que trabajan en ello. Basta con intuir que no son ajenas a esta cocina, por una parte, personas bien conocidas por la sociedad vasca y por la otra parte, quienes tienen autoridad para ello.
El final del túnel está cerca, y más nos vale dejar trabajar tranquilos a los que quieren devolvernos la paz y la esperanza.