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La dimisión forzada de Francisco Camps puede haber dado aire a las expectativas electorales de Mariano Rajoy pero deja entrever las miserias de la política desarrollada por el PP durante más de una década en la Comunidad Valenciana, y cuya última consecuencia ha sido la nacionalización de la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM). Eduardo Zaplana ideó una gestión basada en el exceso y los vacuos eventos multimillonarios para poner la comunidad de la paella y la horchata en el mapa de lugares más in del mundo. Camps perfeccionó la estrategia mientras las arcas públicas han estado llenas. Ahora, la fiesta se ha acabado en Valencia, donde el paro es más alto que la media estatal, la deuda asedia y el erario de la Generalitat está cubiertos de telarañas, ya que su principal fuente de financiación, la construcción, hace tiempo que se derrumbó.

El gran muñidor de la gestión política de obras faraónicas y eventos multitudinarios fue el presidente Eduardo Zaplana. Llegó a la Generalitat valenciana en 1995, con un megalómano proyecto para construir el parque temático más grande de Europa, en terrenos de Benidorm, de donde había sido alcalde. Lo que luego se llamaría Terra Mítica ha sufrido problemas económicos de toda índole que han lastrado su gestión hasta la actualidad. Pero en aquellos momentos todo fueron facilidades por parte del PP valenciano, que empleó sus recursos financieros y su red de empresarios afines para poner en marcha la faraónica inversión. Era el inicio de los años dorados de los populares en esta comunidad, que han gobernado sin solución de continuidad hasta la fecha.

Estas inversiones públicas estaban justificadas, además por "el discurso victimista, según el cual, en 1992 Barcelona o Sevilla tienen sus eventos y Valencia no. Con Zaplana y con Camps esta política de eventos se multiplica y se pasa a un sentimiento de orgullo, de ser protagonistas". Quien así lo describe es José Antonio Piqueras, catedrático de Historia en la Universidad Jaume I de Castellón y coautor del libro El secuestro de la democracia (Akal, 2011), donde se explican las claves para entender la hegemonía de la formación que lideraba Francisco Camps.

La marcha de Zaplana a Madrid en 2002 para ser ministro de José María Aznar dejó el camino expedito a Camps para elevar a su máxima potencia la política de grandes y costosos eventos. Sin embargo, el joven líder popular añadió dos improntas de cosecha propia: una acusada regionalización del PP causada por la estrategia de enfrentamiento y victimismo frente al gobierno central de Rodríguez Zapatero y una confesionalización no menos palpable -no hay que olvidar que Camps está muy próximo al Opus-, con el hito de la visita del Papa, Benedicto XVI.

El primer mandato de Camps coincidió con un momento de bonanza económica sin precedentes. Impone los proyectos y eventos que den nombre a la comunidad. El lema imperante es "lo que haga falta". Se sucedieron dos ediciones de la Copa América de vela -el mayor evento mundial de este elitista deporte-, el contrato de la Fórmula 1 -muy oneroso, cuya primera prueba se celebró en 2008-, y la construcción del aeropuerto de Castellón -inaugurado hace unos meses, antes de las elecciones, sin que haya comenzado a operar a día de hoy- y de la Ciudad de la Luz y la Imagen en Alicante, un complejo de estudios cinematográficos en el que la Generalitat ha invertido 400 millones de euros.

La evidencia de la crisis económica y el declive del ladrillo comenzaron a dar la puntilla a este modelo de desarrollo basado en desmesuradas inversiones públicas en eventos dirigidos a convertir a Valencia en una especie de Disneyland para adultos. Pese a todo, Camps siguió presentando grandes planes carentes de dotación económica y, cuando las cosas no salían adelante, la culpa era siempre de Madrid, que tiene relegada a la Comunidad Valenciana.

Capítulo aparte merece el fastuoso proyecto de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, que se ha convertido en los últimos años en la imagen icónica de Valencia, a base de una inversión inverosímil de dinero. Aunque los primeros pasos los dio el gobierno socialista de Joan Lerma, fueron Zaplana y Camps quienes acabaron por dar forma definitiva a unas construcciones futuristas que están aún lejos de finalizar.

Los distintos edificios diseñados por el arquitecto Santiago Calatrava han supuesto al erario valenciano 1.300 millones de euros. Eso sí, la Generalitat se jacta de que la Ciudad es el complejo turístico-cultural más grande de Europa.

La herencia que deja Camps, después de ocho años de gobierno, es una comunidad con casi 600.000 desempleados, lo que equivale a una tasa de paro del 24,12%, cerca de tres puntos por encima de la media estatal; una abultada deuda de 17.895 millones de euros, el 17,4% del PIB, y una Generalitat que no paga a sus proveedores. Ya no queda pólvora para más fiesta.