EN la decantación de resultados del domingo van aclarándose algunas consecuencias, mientras otras siguen aún turbias, con demasiado poso para saber si el destilado final será potable o, por el contrario, no dejará de ser un bebestible temporal a la espera de una nueva cita con las urnas. No andaré con rodeos. Creo que Bildu debe gobernar Gipuzkoa, que la opción del PNV en Araba es más seria de lo que a primera vista parecía y que UPN gobernará en Nafarroa, aunque se ha ganado a pulso una suma de intereses en la oposición que no cuajará. Bizkaia no está en cuestión. Y para el resto, allá donde no haya mayoría absoluta, auguro un sálvese quien pueda.

Lo que se ha convertido en un brebaje que la ciudadanía no traga es el pacto PSE-PP, por mucho que López vaya a metérnoslo con un embudo durante dos años más. No gustaba el cóctel antes y cada vez sabe peor. Por mucho que el secretario general del PSE trate de disimular jugando a ser un líder español sin haber conseguido ser un líder vasco.

Primero, porque ha ganado. Segundo, porque lo ha hecho de forma muy holgada, en votos y en representantes. Tercero, porque la mayoría de los ayuntamientos del territorio van a estar gobernados por esta coalición. Y cuarto, porque la alternativa es un pacto "anti-Bildu" y me parece igual de criticable que el pacto "anti-PNV" consumado hace dos años por el tándem PSE-PP.

Grande es la tentación del PNV, que no renuncia a presentar a Markel Olano, pero hasta el propio Egibar se ha dado cuenta: estas cosas a largo plazo pasan factura. Cierto, y además, a corto plazo debería abrirse una reflexión más profunda sobre por qué el PNV ve amenazada su hegemonía en el campo abertzale. Aún no he escuchado autocrítica alguna, porque ganar votos pero perder gobiernos no puede dejar satisfecho a nadie.

La opción de Bildu no es tanto una cuestión del respeto reverencial y tan invocado a la lista más votada. No se trata de eso, porque no hay partido capaz de invocarlo de forma general. Ninguno. En la última semana hemos asistido al veto del PP-PSE a Bildu, o al veto de Bildu a PP y UPN. El PNV ya no se siente atado a ese principio, una vez que Ibarretxe fue desalojado de Ajuria Enea a pasar de ser la lista más votada. Y así, suma y sigue.

El temor a que sea una coalición cuya parte mayoritaria haya jugado a entorpecer la labor institucional allá donde no gobernaba no justifica ese miedo, casi pavor, de ver a la izquierda abertzale al frente de un Gobierno, Más bien, me parece una excelente oportunidad para consolidar la normalización política vasca. Sin olvidar que los representantes elegidos hace cuatro años bajo las siglas de EA estaban hasta ayer en ese Gobierno o los de Alternatiba en el de Donostia.

Que Bildu gobierne en minoría le va a obligar al juego democrático habitual: pactar con diferentes, renunciar a maximalismos, tratar de llevar a cabo sus políticas y someterse al examen ciudadano cuatro años después. O sea, lo normal. Lo que vienen haciendo el resto de formaciones políticas desde hace décadas.

Cuando se argumenta, con nulas pruebas, que el empresariado llama a las puertas de los partidos para evitar que llegue Bildu me asalta una duda: ¿acaso los empresarios guipuzcoanos no votan? Y si no votan a Bildu, cuestión que pongo en duda, ¿su voto vale más que el del resto de electores? Hay un profundo poso antidemocrático en ese razonamiento que hasta la propia Adegi ha tenido que rechazar al verse involucrada por la derecha española y algún perdedor socialista que aún no digiere los resultados.

Ha sido casi unánime. Si tan líder es, si tanto carisma tiene como para poner el PSOE patas arriba, sin tan valiente es como llevarle la contraria a Zapatero, si es alabado por los medios de comunicación españoles de izquierda y extrema derecha? por favor, llévenselo a España. El ciclo de López en Euskadi está acabado aquí. Durará dos años más porque la aritmética parlamentaria le da lo que no le otorga la legitimidad social. Dos años más de Gobierno en precario, sujetado por la mano derecha que le abandonará cuando ya no le interese. Todo esto lo debe saber Patxi López cuando se mete en un berenjenal que le ha dado unos minutos de gloria en España y un poco más de rechazo en Euskadi.

Pero los apologetas del "cambio" siguen empeñados en vender la mercancía averiada y son capaces de recurrir a los argumentos más peregrinos. De entre todos, que han sido muchos y variados, me quedo con esta explicación del director de El País en Euskadi: "(?) vio cómo su padre, Eduardo Lalo López Albizu, un ajustador y sindicalista del astillero La Naval, se desgañitaba para apuntalar los pilares del socialismo en el País Vasco. Por eso ahora, cuando advierte una desorientación ideológica en su partido que le aleja aceleradamente de sus referencias existenciales, se ha plantado". López, el mismo que se ha atado al PP, es el campeón de la defensa de la ideología socialista. No me extraña que con estos asesores haya perdido 70.000 votos.

Como López se ha empeñado en poner deberes a todos y hacer preguntas a diestro y siniestro a los que le han barrido en las urnas, no estaría mal que respondiera a algunas básicas del tipo: ¿qué le importa a la ciudadanía vasca cómo arregla el PSOE sus líos internos? ¿Es esta la principal preocupación de un lehendakari tras la jornada electoral? ¿Dependerá de si el PSOE va a unas primarias o a un Congreso Extraordinario la disminución de la tasa de paro, la mejora de los servicios públicos o la reducción del déficit? Luego dirá que comprende a los indignados y se quedará tan ancho. No, no se lo lleven a Madrid, que los españoles tampoco lo merecen, ya haremos algo con él dentro de dos años.