Ya ha pasado el tiempo suficiente como para rebajar la euforia de la celebración. Ya ha quedado descartado el recurso al victimismo. Bildu, como todos, ya está metida en la refriega electoral, con la diferencia de que ya de lejos participa con la campaña hecha. Quizá de manera un tanto improvisada por su incorporación de última hora, está presente en la campaña y, sobre todo, está presente en las encuestas. Ya homologada, la coalición disputa de igual a igual. Por plazas y escenarios públicos mitinean representantes de EA, de Alternatiba y de los independientes que -para qué nos vamos a engañar- se hubieran vinculado a Sortu si no hubieran sido impugnadas sus candidaturas. Es hora de trabajar, de remangarse y entrar en la cruda realidad de la rivalidad política. Bildu lo hace con la incertidumbre, el sobresalto y el rechazo visceral de la derecha extrema, tanto española como vasca.
Con todo el respeto para la presencia de los dos partidos integrados en Bildu, a nadie se le escapa que va a ser el sector afín a la izquierda abertzale histórica el que va a aportar la inmensa mayoría de votos a la coalición. Tampoco cabe dudar de ese sector capitalizará el previsible éxito electoral. Y es a este veterano espacio político a quien corresponderá la mayor responsabilidad en la adecuación a la realidad política e institucional de un sector históricamente asambleario y de resistencia.
Bildu tiene por delante un arduo trabajo de transformación que no va a ser sencillo. De momento se conoce a quienes están dando la cara en la campaña, pero más allá, se ignora cuál es su estructura directiva, quién manda, cuál es el programa de gobierno que presentan. Sin embargo, y en la convicción de que será la izquierda abertzale histórica la que lidere esa nueva andadura, la tarea que se le presenta es de tal envergadura que supone nada menos que afrontar una nueva pedagogía para sus bases, un nuevo funcionamiento que desde parámetros estrictamente democráticos asuma el juego de mayorías y minorías, que pase de los esencialismos a los pactos.
Quienes van a liderar Bildu saben que entre sus filas todavía conviven sectores que durante años sustituyeron el discurso político por la camiseta reivindicativa, la pancarta y la algarada; los que optaron por el abucheo y la bronca antes que por los argumentos; los que cambiaron el razonamiento por la simbología; los que sustituyeron la persuasión por la imposición. Va a ser necesario mucho trabajo interno de pedagogía y externo de imagen para eliminar la profunda desconfianza prendida en la mayoría de la sociedad vasca a consecuencia de esas actitudes lamentablemente tan arraigadas.
Es muy comprensible que en la noche de la legalización, los primeros gritos de los concentrados en apoyo a Bildu fueran los habituales "presoak kalera!" y la demanda de amnistía. En Euskadi, son reivindicaciones muy compartidas y se comprende ese gesto de consumo interno hacia sectores aún reticentes a tanta "cesión" como la expresada en el documento firmado por cada candidato de la coalición. Pero no es menos comprensible que la pancarta de apoyo a Bildu que exhibió el preso Andrés Errandonea hubiera levantado ampollas en quienes se oponían visceralmente a la legalización. Por supuesto, las razones de los indignados no tenían más base que el puro electoralismo e incluso el puro odio. Pero lo de la pancarta no dejó de ser una torpeza y una severa falta de sensibilidad. Y ésta, la de la sensibilidad, es otra tarea que va a tener que asumir Bildu. En una sociedad en la que aún hay muchas personas que -con necesidad o sin ella- viven escoltadas, en la que se comparte calle y trabajo con víctimas de la violencia, cuando todavía ETA no ha hecho saber que se disuelve, no es de recibo que se mantengan actitudes indiferentes a toda consideración ética, residuos de aquella funesta Ponencia Oldartzen que durante tantos años justificó la expansión del sufrimiento. El difícil recorrido hacia la reconciliación supone una delicada pedagogía para el respeto al sentimiento ajeno.
Todo esto no se consigue de la noche a la mañana, y los responsables de Bildu lo saben. Deberán, por tanto, frenar las excesivas prisas de algunos, los maximalismos utópicos de otros y ganarse la confianza de muchos incrédulos que, a pesar de serlo, se alegran de su regreso a la contienda democrática. Les espera una dura tarea, pero tienen todo el futuro por delante.