LAS víctimas a peso parecen haber convertido a ojos de buena parte de la opinión pública mundial en justo el asesinato de Bin Laden en Pakistán. He recibido varios correos en los que abiertamente me reprochan que haya usado el verbo "asesinar" para referirme a la muerte del líder de Al Qaeda. Más bien, vienen a decirme, se trata de una acción de guerra y por lo tanto no cabe emplear este lenguaje. Por aclarar, echo mano del diccionario de la RAE que en su primera acepción define así "asesinar": "Matar a alguien con premeditación, alevosía, etc.". Por mi parte, primera cuestión semántica zanjada.
"Asfixia simulada". Esto de traducir los anglicismos y dar por bueno los eufemismos que manejan las fuentes oficiales convierte la realidad en una ficción edulcorada de los hechos. En el relato que los gobernantes estadounidenses han realizado de la operación para acabar con la vida de Bin Laden hay unos cuántos ejemplos significativos.
Cuando el director de la CIA, Leon Panetta, se refiere a que la información que condujo hasta la mansión de Abbotabad fue obtenida mediante la técnica de la "asfixia simulada", está diciendo que se torturó a una o más personas en Guantánamo para lograr esa pista. Es lo que Panetta califica como "técnicas de interrogación coercitivas", torturas que escandalizaban a buena parte del mundo cuando era George Bush y no Barack Obama quien ocupaba el despacho oval.
Más adelante, en la entrevista concedida a NBC, Panetta asegura que EEUU tuvo claro que debía ser una "misión unilateral". Traducido: se actuó sin permiso de Pakistán, ni siquiera se intentó, violando todas las normas del Derecho Internacional. Y para rematar: "Estaba claro, la operación exigía matar a Bin laden y no simplemente capturarle". Ésta es la descripción que realiza quien planificó la operación.
De los hechos se pueden extraer dos consideraciones que abren un abismo moral entre los que pensamos que el fin no justifica los medios y que Obama nunca tuvo que dar rienda suelta a la venganza y los que, por el contrario, sostienen que se ha tratado de un acto de justicia matar a quien se considera responsable del asesinato (también aquí) de miles de personas en todo el mundo.
Tengo que reconocer que me ha sorprendido la respuesta de quienes admiten con absoluta naturalidad esta venganza que a mí se me antoja propia de los tiempos salvajes del Lejano Oeste. Puedo entender que ese sentimiento esté extendido en una sociedad donde esos valores del ojo por ojo y diente por diente están tan arraigados y, además, han sido los más castigados por el terrorismo de Al Qaeda. Digo comprender, pero no justificar.
Lo que me llama la atención es la convicción con la que este sistema de eliminación física de un sospechoso de terrorismo (nunca fue juzgado y ya no lo será) es aceptada entre supuestos defensores de valores que creía más asentados en Europa. A mí me escandalizó que Felipe González siquiera dudara sobre volar o no a la cúpula de ETA y resulta que, ahora, muchos de los que se escandalizaban conmigo admiten sin poner objeción moral alguna este episodio.
No encuentro grandes diferencias, salvo que la moralidad tenga algo que ver con la cantidad y no con la cualidad, entre mandar un comando de los GAL a asesinar a Iparralde o mandar a los militares norteamericanos a asesinar a Pakistán. Ni entre hacer la bañera en Intxaurrondo o aplicar esa misma tortura en Guantánamo. "Aquello es una guerra", dicen los justificadores. ¿Por qué, porque la ha declarado EEUU? ¿Cuántas veces ha dicho un portavoz del Gobierno español que "no estamos en guerra con ETA" y sin embargo no le permitimos esos excesos criminales en nuestro nombre?
Sospecho que algo tiene que ver que haya sido Obama, un demócrata que traía bajo el brazo una regeneración moral tras el terror iraquí, y no un odioso republicano de derechas el que haya dado luz verde a la venganza. ¿Alguien cree que Zapatero habría aplaudido este asesinato si lo ordena Bush? Pero claro, éste es amigo y, para más justificación, es Premio Noble de la Paz. Ése sí que fue un galardón preventivo.