El terrorismo de Estado bajo las siglas G.A.L. (Grupos Antiterroristas de Liberación) comenzó su bochornosa peripecia ante los tribunales hace 26 años, con el juicio a dos mercenarios acusados del asesinato a tiros en la localidad vascofrancesa de Hendaia del ciudadano galo Pierre Leiba, ferroviario. Fue un error, según reconocieron los acusados, que habían recibido el encargo de asesinar a un miembro de ETA. No solamente fue un error, sino una siniestra chapuza. Como lo fue, toda ella, aquella cacería planificada, ejecutada y financiada por las cloacas del Estado contra todo lo que se moviera con apariencia de ETA.

Chapuza, y escandalosa, es que 26 años después todavía sigan sentándose en el banquillo los viejos rufianes que hicieron negocio y escalafón a cuenta del terrorismo. A las nuevas generaciones ni siquiera les sonará el nombre de los bares Consolation y Batxoki, y menos aún el de Miguel Ángel Planchuelo, que fue comisario jefe de Policía de Bilbao y era quien esta semana ocupó el banquillo en la Audiencia Nacional. Una justicia que 26 años después sigue ocupando a sus tribunales en sentenciar sobre hechos ocurridos hace décadas es, cuando menos, una justicia chapucera.

El juicio a Planchuelo ha desenterrado a los viejos fantasmas que sembraron el terror entre los refugiados vascos en la década de los 80, desde que el 16 de octubre de 1983 fueran secuestrados José Lasa y José Ignacio Zabala, hasta el 29 de noviembre de 1989 una llamada en nombre de los GAL reivindicase el asesinato del parlamentario de HB José Muguruza en el Hotel Alcalá de Madrid. Fue la última ocasión en la que aparecieron las siniestras siglas, desde que seis años antes se incautase al pistolero portugués Fernando Carvalho da Silva un papel manuscrito reivindicando el atentado del Consolation por parte de los Grupos Antiterroristas de Liberación. El comisario Planchuelo fue autor de la nota, según comprobaciones grafológicas, y estos días -a buenas horas- está siendo juzgado por ello.

Anacronismos aparte, la comparecencia de Planchuelo nos ha devuelto la memoria sobre uno de los más funestos atropellos por parte de los aparatos del Estado, un periodo de iniquidad patrocinado por el propio Gobierno español que no escatimó dinero, cinismo y desvergüenza para secuestrar, malherir y asesinar, arrastrando por un estercolero el Estado de Derecho. Cerca de treinta muertos, decenas de heridos y un hondo dolor en buena parte de la sociedad vasca, dolor reprimido a golpes cuando pretendió expresarse en público mientras en España eran aplaudidos los verdugos. Víctimas del terrorismo, todavía hoy de segunda o sin reconocer. En el túnel del tiempo hemos visto desfilar a los espectros que se enfangaron en aquella inmundicia y que, paradojas de la vida, no se sabe si gozan de buena salud pero sí que gozan de una inmerecida, injusta libertad.

José Amedo, Michel Domínguez, Francisco Álvarez, en suma, toda la banda policial con sede en Bilbao, Julián Sancristóbal, su superjefe, Ricardo García Damborenea, el agitador, Rafael Vera y José Barrionuevo, los padrinos, y toda una larga tropa de mercenarios hampones y mal pagados, han vuelto a surgir del infierno de los indeseables, como espectros espeluznantes, devolviéndonos la memoria de un horror que sucedió y que ahí estaba, en lo más hondo y estremecido de la memoria colectiva de este pueblo.

Los viejos fantasmas han vuelto, con la misma arrogancia con la que se fueron. Damborenea tuvo la desfachatez de declarar en el juicio que él siempre había creído que secuestrar -o matar, que le da lo mismo- a personas supuestamente vinculadas a ETA era legal, que esa cacería era actividad libre y que él se lavaba las manos de los delitos que se le imputaron. Álvarez y Sancristóbal exculparon a Planchuelo, víctima inocente, que aseguró haberse enterado a través de la prensa de los atentados cometidos por sus sicarios.

Reaparecieron José Amedo y Michel Domínguez, la pareja siniestra, y lo han hecho a su estilo, activando el ventilador de la mierda. Han salpicado, sobre todo, al "Señor X", Felipe González, como máxima autoridad a quien correspondió el visto bueno para poner en marcha aquel plan sistemático de crímenes de Estado como solución al terrorismo de ETA. Nada nuevo bajo el sol, porque después de reconocer sus vacilaciones hamletianas sobre si acertó al no volar la cúpula de ETA pudiendo hacerlo, queda poco lugar a dudas.

Felipe, a estas alturas, entra también en la categoría de fantasma, de viejo espectro que los dos ex policías hampones han sacado del armario. Si me apuran, también Txiki Benegas podría pertenecer al mismo museo de los horrores como ectoplasma del pasado. Pero el ventilado ha salpicado también a Ramón Jáuregui. Y éste, por muy fantasma del pasado que hayan decidido resucitar Amedo y Domínguez, es a día de hoy nada menos que ministro español de la Presidencia. Y este dato sí que es algo más que un mal sueño.