SAN SEBASTIÁN. Con una población de 35.000 habitantes -cercana a la de Errenteria- y una extensión de 454 kilómetros cuadrados -equivalente a la superficie Donostialdea y Bidasoa juntas-, Somoto es la capital del Departamento de Madriz. Se encuentra ubicada a 217 kilómetros al norte de la capital nicaragüense, Managua, desde donde se accede a través de la carretera panamericana.

En 1997, Lasarte-Oria decidió hermanarse con este municipio y contribuir a su desarrollo socioeconómico, mermado por diversos factores “como las guerras, las sequías -el departamento se sitúa en la zona seca del país, con clima húmedo en las montañas, pero seco en las partes bajas- o las políticas socioeconómicas erróneas”, según recuerda Euskal Fondoa, entidad que también trabaja en este municipio nicaragüense, en su memoria respectiva a 2002-2004. A esto hay que sumar desastres como el huracán Mitch, que en 1998 causó miles de muertos y millones en pérdidas en toda América central.

Ha sido y es un lugar ligado a la pobreza extrema. Su entorno socioeconómico figura como uno de los más vulnerables del país, como confirman las cifras del Instituto Nacional de Información de Desarrollo de Nicaragua en un informe que vio la luz en marzo de 2008. El 32% de los hogares somoteños y el 37% de la población se encuentran en situación de pobreza extrema. Más aún, el 38% de las viviendas particulares no dispone de agua potable, el 29% no tiene luz y el 55% está construido con materiales poco consistentes, como adobe, bambú o desechos.

En una ciudad como esta, donde el índice de analfabetismo alcanza el 29%, es donde Ana Urchueguía, a través de la Oficina de Hermanamiento de Lasarte-Oria y de Asodecom, quiso contribuir a la cooperación al desarrollo y acabó comprando una finca de casi cien hectáreas a la ONG a la que enviaba dinero para mejorar las condiciones de vida de esos hogares que, por cierto, poseen un índice de hacinamiento del 31%.

En 2006, en un discurso pronunciado en un seminario sobre cooperación en Gijón, Ana Urchueguía recordaba así los inicios de la relación entre ambos países. “Vi un pueblo roto, hambriento, con carencias en todos los campos. Tras la ilusión por el fin de la dictadura y el triunfo de la revolución, Nicaragua se enfrentó a la cruda realidad de un país dividido, pobre y en claro retroceso por injerencias externas y errores internos. Conocí las zonas más pobres del país, conviví con ellos. Y caí en sus manos, me ganaron el corazón. Era una cuestión de justicia social. Sabía que desde mi puesto no podría cambiar la realidad de Nicaragua, pero también era consciente de que desde nuestra alcaldía algo podíamos hacer. Por ello, comenzamos a trabajar con ellos, codo con codo con los beneficiarios.