TEMIENDO una Euskadi tomada por los tanques; una involución que echara por tierra los tímidos avances que empezaba a alumbrar la recuperada democracia; otra sangría fraticida en las calles con billete de vuelta hacia una nueva dictadura militar. Así pasaron los diputados vascos las 17 largas horas que los hombres que comandó Antonio Tejero les mantuvieron encerrados en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo. Una noche "grotesca" que reviven para los lectores de DIARIO NOTICIAS DE ÁLAVA recuperando anécdotas y sensaciones de una noche que pasaría a la historia desde el poso y la pausa que da el tiempo transcurrido.

Vizcaya y Monforte (PNV)

"Estábamos convencidos de que en Euskadi había una masacre"

Marcos Vizcaya y Andoni Monforte son dos de los diputados que componían la delegación del PNV en el Congreso y que vivieron en primera persona aquella intentona golpista felizmente abortada.

En sus relatos coincide la sensación de preocupación por lo que podía estar pasando en su tierra. "Estaba convencido de que en Euskadi se había producido una masacre. Y también que se iba al traste todo lo que estábamos construyendo. Veía en peligro el euskera, el Estatuto, veía todo el proceso vasco machacado y eso me ponía los pelos de punta". "Según mi composición de lugar, si las fuerzas de ocupación habían sido capaces de secuestrar al poder ejecutivo y legislativo, me imaginaba que lo mismo habían hecho con todos los poderes autonómicos. Yo creía que éramos el último eslabón del operativo. Pero el operativo empezaba y terminaba allí, de forma bastante chapucera, por cierto", evoca Vizcaya.

La situación que atravesaba el Estado español, en plena crisis económica y tensionado entre los esfuerzos aperturistas y las nostalgias del pasado inmediato, habían preparado un caldo de cultivo propicio para un 23-F que los representantes abertzales veían venir. "Desde hacía tiempo, las cosas iban mal y parecía que no se podía soportar lo que sucedía en Euskadi. El País Vasco aparecía en la diana de todos los comentarios críticos contra la democracia, recuerda.

Cuando explotó el golpe y los guardias civiles se hicieron con el control del hemiciclo, la tensión se disparó en apenas un abrir y cerrar de ojos aunque, como recuerda Monforte con humor, los parlamentarios, en su gran mayoría fumadores, tuvieron al menos de su lado la suerte de que aún no estuviera vigente una Ley del Tabaco como la actual. "Yo era fumador de puros, llevaba cuatro o cinco y me los fumé todos. Algún guardia civil me miraba con muchísima envidia", rememora antes de, en un plano más serio, subrayar el papel que jugó entonces Adolfo Suárez. "Con el paso del tiempo valoro cada vez más el papel que jugaron Suárez y su UCD. Él tenía un profundo sentido democrático y sería impensable que hubiera aprobado una Ley de Partidos como la actual", afirma tendiendo un puente entre las situaciones del pasado y el presente.

En medio del secuestro, mientras apuraban aquellas tensas horas, una anécdota que cuenta Miguel Herrero de Miñón, que luego sería dirigente del Partido Popular, captó su atención; el intento de confesión de Juan María Bandrés con el socialista navarro Gabriel Urralburu, que había sido sacerdote. "Urralburu dijo que estaba suspendido a divinis y no le podía impartir el sacramento. Pero parece que hay una cláusula en el Código Canónico que establece que en esas situaciones, la suspensión queda a su vez cancelada. Así que otra vez Herrero de Miñón fue en nombre de Bandrés a realizarle la misma petición y según cuentan Urralburu le contestó: Dile que no estoy para esas hostias".

Joseba Azkarraga (EA)

"Les dijeron: El que quiera salvar a España, que suba al autobús"

Joseba Azkarraga representaba entonces al Partido Nacionalista Vasco junto a Vizcaya y Monforte, lejos aún de la escisión que le ubicaría años después en la sala de máquinas de Eusko Alkartasuna. Cuando se produjo el asalto, "dentro de las cabezas de los 356 que estábamos allí pasó de todo. Lo que yo pensaba era que se trataba de un golpe de Estado en toda regla, que podía triunfar o fracasar, pero que podía dar al traste con todo lo que se estaba construyendo", recuerda coincidiendo con las historias que atesoran quienes fueron sus compañeros de fatigas.

Pero, según se desprende de los testimonios de estos ex diputados, si bien es cierto que estaban tan impactados como desconcertados ante lo que estaba sucediendo, también lo es que no eran los únicos. "Al ir al baño, acompañado por un guardia civil muy joven, me comenta: ¿Dónde estamos? ¿esto qué es? Le dije: En el Congreso, y me contestó: Ya, hay gente que sale en la televisión. Al preguntarle qué hacía allí, su respuesta fue: Estaba escribiendo una carta en el cuartel cuando ha venido un mando y ha dicho: el que quiera salvar a España, que suba al autobús.

En medio de aquella confusión, la poca información que existía se colaba también en el Congreso a través de las ondas. "Julen Guimón tenía un transistor", recuerda Azkarraga, "pero ocurría lo del chiste: Desde que Guimón oía la noticia hasta que llegaba a donde estábamos nosotros, la información no se parecía en nada". "Enrique Múgica se acercó un momento a Marcos Vizcaya y a mí y nos dijo: Me he enterado que ya vienen los militares, y a mí se me ocurrió preguntarle: ¿los buenos o lo malos?", recuerda haciendo él también un guiño al humor en el relato de aquellas horas rocambolescas.

Pasado el tiempo, para el dirigente de EA algunas cosas empiezan a estar calaras. "Siempre he tenido la convicción de que el Rey salió a la una de la madrugada y no antes, porque estuvo esperando a que el golpe fracasara. Aunque creo que el golpe no fracasó, por lo menos en sus objetivos. Les vino muy bien a las fuerzas que nunca asumieron el hecho diferencial", subraya.

María José Lafuente (PP)

"Ay, Pepa. ¡Con lo bien que estabas tú en el Banco de Levante!..."

María José Lafuente, una de las primeras mujeres que representaron a sus conciudadanos en las instituciones de la democracia reinstaurada, y actualmente miembro de la Ejecutiva del PP vasco, era entonces diputada por la UCD. Y, de la misma manera que Azkarraga, recuerda la importancia del papel que jugó la radio en lo que después pasaría a la Historia como La noche de los transistores. "Había tres diputados que tenían unos pequeños aparatos de radio con los que tratábamos de enterarnos de lo que estaba pasando fuera del hemiciclo", relata, aunque la ayuda no fuera mucha, sobre todo en las primeras horas, porque muy pocas personas sabían lo que estaba sucediendo en realidad. Y mucho menos lo que estaba por venir.

Lafuente se encontraba sentada "en primera fila, justo detrás de Leopoldo Calvo Sotelo" cuando se cerraron las puertas del hemiciclo para dar comienzo a la votación que estaba destinada a convertirle en presidente del Gobierno. Pero, según recuerda, a unos primeros segundos de silencio previos a la votación le siguieron unos de los más tensos de su vida, que comenzaron "con un sonido de disparo claro". "¡Al suelo todo el mundo!", gritó Tejero, y Lafuente obedeció y se escondió bajo su escaño, bloqueada mientras sobre su cabeza caían cascotes y cristales del techo desprendidos por los disparos de los guardias civiles. "Al principio ni siquiera teníamos miedo", recuerda, antes de matizar que, si acaso, lo sentía por no saber si los disparos que oían estaban "causando muertos".

Pero en la memoria de esta pionera alavesa de la participación de la mujer en las instituciones democráticas de la Transición no es precisamente el miedo la sensación que le caló más profundo. "Sobre todo sentía vergüenza de que aquello estuviera pasando en mi país; miedo de que lo que habíamos logrado avanzar en aquellos años quedara arruinado; pena de ver reflejado aquél España es diferente que podía acabar en que volviéramos a los inicios y que se traducía en la humillación a la que los guardias civiles sometieron a los diputados", evoca.

A su juicio, "fueron 17 horas grotescas". "Recuerdo que, en medio de aquella terrible tensión, un compañero que sabía que antes de entrar en política me había dedicado a la banca me dijo Ay Pepa, ¡con lo bien que estabas tú en el Banco de Levante!", rememora entre risas.

Sin embargo, como en los demás relatos, el espacio destinado al humor y la relajación es apenas el justo; el que fue necesario reservar para soportar aquella "larga noche". "Cuando Tejero salía del hemiciclo recuerdo que aprovechábamos para hablar entre nosotros, como en el colegio cuando se va la profesora, también con una cierta complicidad de los guardias civiles que no sabían lo que estaba pasando y trataban de confraternizar un poco con nosotros. Además, cuando todo se calmó un poco, los compañeros nos decían que durmiéramos un poco y tal. Pero ¿cómo vas a dormir en una situación así".

Y es que, como explica, hubo momentos de "tensión extrema en los que muchos pensamos que Tejero se había vuelto definitivamente loco". La poca luz que dejaba el salón de Plenos del Congreso en penumbra se fue por un momento, disparando las alarmas de los asaltantes ante una oscuridad total que les cogió por sorpresa. "Tejero ordenó a sus hombres que si advertían algún movimiento abrieran fuego. Para recuperar el control, comenzaron a destrozar unas sillas de estilo preciosas que había en el Congreso para hacer una fogata, y entonces recuerdo que algunos diputados comenzaron a gritar ¡están locos!, ¡Nos quieren quemar vivos!, porque además corría el rumor de que algunos guardias habían asaltado el bar del Congreso, con que imagínate la situación con un grupo de hombres vestidos de verde con las metralletas grises cruzadas y el miedo de que estuvieran animados por el alcohol".

Al abordar el momento de la liberación, Lafuente repasa cómo lo habían imaginado, dibujando un escenario en el que el golpe podía haber triunfado convirtiéndoles a quienes eran la expresión de la voluntad popular representada en las instituciones democráticas en un obstáculo a eliminar. "Pensamos que no íbamos a poder volver a vivir a nuestras ciudades, que en el mejor de los casos nos iban a meter en un autobús para sacarnos del país porque iba a volver una dictadura militar", recuerda asaltada por el miedo que sintieron por los compañeros (Suárez, Carrillo,...) que los guardias civiles iban haciendo salir del hemiciclo con un destino que se antojaba incierto para quienes se quedaban secuestrados en sus escaños, "humillados" por la fuerza de las armas. "Entonces decidieron dejar salir a las mujeres. Nosotras nos negamos diciéndoles que o salíamos todos o no salía nadie. Pero nos convencieron argumentando que la salida de diputados podía acelerar la resolución de la situación. Y así fue".

"Txiki" Benegas (Pse)

"Temimos que vaciaran sus cargadores en nuestra espalda "

La historia del histórico dirigente del socialismo vasco, Txiki Benegas tiene un inicio distinto a la de los demás, porque la irrupción de los hombres de Tejero le sorprendió en el bar del Congreso. Desde allí, Benegas reconoció a Antonio Tejero caminando con gesto serio por el pasillo, hacia el hemiciclo, "porque él había estado destinado en Tolosa". Pero, poco después, se reconcilia con los relatos del resto de los diputados que ejercieron de protagonistas pasivos de aquella noche en el momento en que fueron prendidos por los agentes de la Guardia Civil. "Entraron en la cafetería a saco, tiraron por el suelo las mesas y las sillas y nos pusieron de cara a la pared". "Eran agentes jóvenes y se veía que estaban muy nerviosos", recuerda, por lo que "cuando nos presionaban en la espalda con la punta de sus metralletas pensabas que se les iba a ir todo el cargador".

Y entonces llegó el que para él fue "el momento más tenso", el que arrancó cuando comenzaron a escuchar las ráfagas de metralleta con las que Tejero sujetaba las protestas iniciales de los diputados, y no concluyó hasta que comprobaron que aquellos disparos no se habían cobrado una masacre.

Como recordaba la víspera de este aniversario ante los micrófonos de la SER, los meses anteriores a la intentona golpista habían estado repletos de "factores de inestabilidad" como el abucheo al Rey en las Juntas de Bizkaia o la presión terrorista, que provocaron una "situación de riesgo democrático" alimentada por el "malestar" de la aún poderosa curia militar. Chispas que un puñado de visionarios utilizaron para encender un fuego que afortunadamente no terminó de prender.