Pretoria. Brian Currin (Pretoria, 1950) es un blanco atípico en Sudáfrica porque su trabajo desde mediados de los años setenta, en pleno apartheid, estuvo ligado a la defensa de los derechos humanos, al que llegó a través de la lucha sindical. Su "transformación", como él la califica, tuvo mucho que ver con el levantamiento de la población negra en Soweto en 1976. Esa revuelta y un nombre propio, el del sacerdote católico Smangaliso Mkhatshwa, le han marcado un camino que ahora mismo recorre como mediador en conflictos. Los de fuera, en Irlanda del Norte, Sri Lanka, Burundi, Oriente Medio o Euskadi, pero también en los internos, en los que afectan a la sociedad sudafricana.
La cita la ha puesto unas horas antes de que embarcase otra vez con rumbo a Europa y de allí, otra vez a Euskadi. La discreción sobre sus gestiones entorno a este caso, uno más en su larga lista de intervenciones como mediador es obligada y pactada. Sólo insiste en que no actúa de parte, que su labor no es defender una u otra postura, sino facilitar entendimientos. La discreción y la administración de los mensajes públicos es uno de los factores determinantes en todo proceso de paz. "Los medios de comunicación tienen un papel muy importante en estos procesos y me encantaría que, como hicieron en Sudáfrica en los noventa, empujaran y arroparan el diálogo como método para resolver los conflictos".
Sale a recibirme en el pequeño hotel propiedad de una amiga en el elegante barrio de Waterflook, en el este de Pretoria, muy cerca del domicilio familiar que comparte con su mujer y sus tres hijos. Viste camisa a rayas azul y blanca, pantalón vaquero claro y calzado deportivo. Parece que viniera de hacer deporte que, a juzgar por la cantidad de blancos en chándal, parece ser la actividad natural de un domingo a la mañana en este barrio boscoso donde no falta el campo de golf, la piscina o el carril para bicicletas.
¿Por qué se hizo abogado?
En realidad creo que son dos preguntas en una. Porque una cosa es por qué me hice abogado y la otra, distinta, por qué soy un abogado en defensa de los derechos humanos. La primera parte es sencilla. Después de estudiar en un colegio, te van diciendo lo que creen que puedes ser y salió ser abogado. Así de simple. Pero para responder a la segunda cuestión hay que tener en cuenta que me licencié en 1975, justo un año antes de que empezara la revuelta en Soweto.
¿Por qué es tan importante ese acontecimiento?
Yo empecé como un abogado mercantil, pero un año después, cuando estaba también estudiando Ciencias Políticas, en una universidad de afrikaners, estalló esa revuelta que hizo saltar por los aires el clima político. Hasta entonces la política era cosa exclusiva de blancos, los afrikaners con su nacionalismo y los ingleses militando como una oposición situada a la izquierda, pero en cualquier caso conservadora. Ese esquema ya no valía, se abrían muchos caminos diferentes tras los sucesos de Soweto. Por aquel entonces conocí a un sacerdote católico, Smangaliso Mkhatshwa, que era un militante de la Teología de la Liberación. Fue detenido y él decidió elegir un abogado joven y barato como yo para que le representara. Ese fue el comienzo de mi conversión hacia la política real de Sudáfrica y no la que estaba hasta entonces reservada a los partidos en los que sólo participaban los blancos. Y a partir de ahí me involucré en los sindicatos.
¿Pero eran sindicatos de negros y blancos en pleno "apartheid"?
Esto es muy curioso, porque hasta finales de los setenta la legislación excluía a los negros de cualquier condición laboral, incluida la de desempleado. Cuando cambia la ley para considerar a los negros como trabajadores, muchos de ellos empiezan a participar en los sindicatos y a través de este movimiento se va incorporando mucha gente a la lucha política.
Usted era un blanco comprometido con los derechos civiles, ¿qué decía su familia, su círculo de amistades de toda la vida?
Mi familia entendió la decisión, pero la verdad es que estaban preocupados. Estamos hablando de la época en la que todas las semanas había detenciones arbitrarias y masivas. Lo más complicado fue el trabajo con el Colegio de Abogados, que empezaron a apartarme, no me aceptaban como un colega con los mismos derechos que ellos.
Y eso le llevó a fundar una asociación de abogados en defensa de los Derechos Humanos....
Sí, fue alrededor de 1987. Lo que sucedía era que los Gobiernos del apartheid estaban perfeccionando las leyes de excepción y cada vez que nosotros intentábamos buscar un resquicio, ellos iban un paso más allá. Hay un ejemplo muy claro con la censura previa de los periódicos. Para publicar cualquier cosa era necesario contar con el visto bueno del Gobierno. Recuerdo una vez que un periódico llevó una portada todo en negro y la autorizaron. Era la manera de protestar contra la censura, pero en realidad no había nada contra el régimen y tuvieron que autorizarla.
¿Y cómo fue su militancia activa en la política?
Nunca me he afiliado, aunque desde el CNA (Congreso Nacional Sudafricano) me llamaron. Pero preferí seguir mi camino y dirigirlo hacia los derechos humanos con un carácter más general. Terminamos montando una organización importante y para eso estuve viajando durante varios años por Europa, Estados Unidos o Canadá. No fue fácil, porque también mi familia sufría las amenazas de quienes no querían que la situación cambiara y en 1990 tuvieron que marcharse seis meses del país porque su seguridad peligraba.
Y por fin llega el final de "apartheid" y el ascenso de Mandela al poder. ¿Por qué le llaman?
Veníamos desde el año 1991 con leyes especiales que estaban permitiendo salir de la cárcel a algunos presos políticos y el regreso de los exiliados. Era el periodo de transición, pero había algunos casos muy especiales que necesitaban un tratamiento particular. Por eso en 1994 el Gobierno de Mandela me pide que colabore en la creación de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación
¿En qué consistía su trabajo?
Se trataba de revisar qué razones había para esos casos que en su día fueron juzgados como asesinatos, si esa violencia era proporcional a lo que se perseguía. De entrada quedaron excluidas las muertes de policías y militares, porque se entendía que era una violencia proporcional, pero había casos mucho más complicados. Hay que tener en cuenta que la cúpula del CNA estaba implicada en casos donde habían puesto bombas y habían muerto civiles.