e van a perdonar que use este pequeño espacio para despotricar sobre un asunto que no le importa a nadie, pero es que si no lo hago estallo. El caso es que, aprovechando las ofertas del cada vez más largo Black Friday (empezó durando 24 horas y ya dura un mes entero), compré hace dos semanas por internet un producto, no precisamente barato, en una conocida tienda de electrónica y se pueden imaginar mi sorpresa cuando se me notifica por correo que el pedido ha sido entregado, pero a casa no ha llegado ningún paquete. Doy un par de días de margen y, al ver que no aparece, empiezo con el infernal proceso de llamar al servicio de atención al cliente y cantarles las cuarenta. Lo que comenzó con la pandemia con entregas por el ascensor para evitar contacto se ha convertido ahora en una barra libre de dejar el paquete sin preguntar a cargo de cualquier vecino, la frutería de enfrente o bajo la custodia del gato del barrio. Y al final pasan estas cosas. Ojo, no culpo tanto al transportista como a la empresa que envía una ingente cantidad de paquetes, se lucra y mantiene una plantilla reducida y en pésimas condiciones. Total, que sigo sin el producto ni el dinero y me temo que me lo tendré que comprar más caro, cuando la oferta termine. No, si al final se me va a quedar corto el dichoso Black November...