ues ya me dirán. Llevo unos días escribiendo a la luz de las velas y desplazándome por la ciudad con el coche de San Fernando, ese que va un ratito a pie y otro caminando. La carrera de ininterrumpidas subida del precio de la electricidad y de los carburantes me ha llegado al alma y ha despertado al activista que, por lo visto, vivía en mí. El caso es que para vengarme de los aviesos operadores energéticos, he decidido no encender la calefacción, ni desperdiciar mi dinero en incrementar la cuenta de resultado de las multinacionales que, sin disimulo, hurgan en los monederos de la gente en busca de nuevos repuntes en sus cuentas de resultados. A cambio, estoy sacando lustre a la colección de mantas que tengo en casa, he cogido gusto a comer frío y estoy adquiriendo un tono físico que no disfrutaba ni en el instituto, cuando la edad ayuda a mantener la forma sin esfuerzos. De proseguir así los precios, no descarto revisar la ubicación de mi residencia para ahorrar gastos. He descubierto que en Gasteiz hay túneles que, con un poco de cariño, se pueden transformar en un confortable hogar. Sí, sé que las bromas al respecto no tienen gracia, pero llegados a este punto, si no es con un poco de humor, esta vida sería inaguantable.