reo desde hace tiempo que el año debería empezar a la vuelta de vacaciones. Como el cole, como el fútbol. Y hoy para mí es día uno de enero, así que imaginen mi resaca. Venía descontando los días. Aterrado, aferrado a mi mojito, con la mirada perdida en el fondo de la piscina. Reloj, no marques las horas. Conocen ese vértigo, ¿verdad? Y que además crece en función de cuántos días libres has tenido, ¿no? Pues yo, por primera vez, me he ido un mes. Imagínense. Me esperaba la paliza de coche y los wasaps me anunciaban el invierno en verano. El horror. La tormenta perfecta. Sin embargo, cuando ayer volví a Gasteiz, las calles se me hicieron amigas. El viento caracoleaba tibio. La tarde corría tranquila, sin tráfico, con el eco de las voces de mis amigos esperándome tras cada esquina y prometiendo prontas quedadas para ponernos al día. Aún resonaba la sirena de las nobarracas por Zabalgana... Y sonreí. Acepto que eso fue ayer, que para mí era 31 y que en mi cabeza resonaban matasuegras. También que quizá hoy aún esté borracho y que pronto se me tensará el rictus y mis buenos propósitos se irán al carajo con los primeros fascículos coleccionables. Pero les deseo una vuelta tan feliz como la mía, sorprendida de mecerse en la convicción de que a veces hay que irse lejos para saber cuánto te importa todo lo que has dejado atrás.