ostiene nuestro querido escanciador de café y otras sustancias que desde que se estrenó en el cine El silencio de la ciudad blanca, que se inicia en el Día del Blusa, no hemos podido celebrar ni una fiesta en condiciones y que por algo será. Vamos, que la cosa está gafada. Vaya por delante que el jefe de nuestro amado templo del cortado mañanero es todo un hater de la película en cuestión, no digamos ya del libro. Lo cierto es que por segundo año consecutivo nos vamos a librar de la conversación que todos los 26 de julio tenemos en el local sobre si los ajos de esta vez eran malos, caros y escasos, o todo lo contrario. No es tontería, hemos llegado a asistir a debates de altura sobre qué tamaño es el ideal y depende para qué. Esto teniendo en cuenta que la mayoría de los presentes no cocina de manera habitual. Pero saber, saben la leche. Bueno, el ajo. La cuestión, es que como este año tampoco se va a poder celebrar el 25 y nos han quitado hasta lo más mínimo que iba a celebrarse, los pocos venerables que no se han ido de vacaciones, han propuesto a los de la frutería de la esquina que nos instalen unas cestas por la calle repletas de ajos y se pongan a gritar sobre lo bonitos y buenos que son, mientras los viejillos se pasean juzgando ajo a ajo. Lo que hace el aburrimiento. Y las no fiestas. O el no ajo.