esgraciadamente, no sé cómo se llaman. No me dio tiempo a preguntárselo. Quizás los nervios, el tener la cabeza ocupada con otros pensamientos o la improcedencia de molestar a unos profesionales que tienen por misión remediar o mitigar, en la medida de lo posible y de los avances médicos logrados hasta la fecha por la Humanidad, el sufrimiento físico de los pacientes que se acercan al sistema público de salud de Vitoria, impidieron desvelar esa incógnita. En cualquier caso, estas líneas, nacidas desde el agradecimiento absoluto, sólo pretenden reiterar el homenaje diario que se merecen quienes velan por la salud de los gasteiztarras que, covid aparte, acostumbran a mostrar su mejor cara pese a todas las circunstancias que hacen que su trabajo y su vocación sean loables. El caso es que me tocó hace unos días echar un rato como acompañante en las instalaciones del PAC de Olaguíbel. Lo que me encontré en aquellas cuatro horas largas, aparte de mayor tranquilidad, me hizo pensar en médicos y enfermeras -independientemente de su género- y en lo que tienen que experimentar al tratar en su día a día con las atribulaciones de la enfermedad y en los miedos de la gente a la que atienden. Desde esta pequeña reseña literaria, todos mis respetos.