o siempre es preciso rubricar un éxito en el deporte para ponderar los méritos de alguien. Más de una vez me he preguntado las razones del amor platónico de Josean Querejeta hacia Dusko Ivanovic y ahora las comprendo perfectamente. Nadie mejor que el montenegrino para llevar las riendas de un club como el azulgrana que necesita año tras año sacarse conejos de la chistera para compensar sus limitaciones en materia económica. Un profesional íntegro, cabal, que trabaja con lo que tiene, jamás alza la voz para exigir fichajes y es capaz de extraer el máximo jugo de jugadores que parecen medianías cuando se ponen por primera vez a sus órdenes. Por si ello fuera poco, Dusko es uno de los nuestros, casi un vitoriano de adopción al que se le cae la baba hablando de las bondades de nuestro territorio. Sus Ligas, sus Copas y sus clasificaciones para la Final Four están ahí, pero su legado abarca otras consideraciones que no tienen nada que ver con los títulos. Bien haría el presidente en atar cuanto antes su continuidad para muchos años. El duskismo es una religión a la que estamos abrazados casi todos. Hasta aquellos que le acusan a diario de estar caduco, quemar a los jugadores o ser un sargento de hierro deberían meterse ya en la cueva.