an pasado 25 años. Toda una eternidad, pero sigo recordando aquella noche del 12 de marzo de 1996 como si fuera ayer. Se me agolpan recuerdos imborrables en la cabeza sobre la conquista de la extinta Copa de Europa porque todos los días no se gana un título europeo. De hecho, en las vitrinas del Buesa Arena tan solo luce uno pese a que el Baskonia ha rozado en más de una ocasión hazañas de un calibre superior. Veníamos de donde veníamos, de dos derrotas en Lausana y Estambul que habían alimentado nuestra sed de gloria. Para colmo de males, en la capital turca había vivido una de las experiencias más duras de mi vida. Siendo todavía un menor de edad y de camino al hotel donde estaba alojado mi padre, un taxista turco me dejó abandonado a mi suerte en una ciudad de más de 15 millones de habitantes y con el susto de muerte en el cuerpo hasta que un balsámico solomillo me devolvió el resuello. Era por entonces un renacuajo, pero quién no recuerda todavía aquella pletórica exhibición de Rivas bajo los aros, aquel estruendoso mate de Nicola o la puntería de Peras en los momentos calientes. Un equipo y un entrenador, el malogrado Manel Comas, que sentaron las bases de lo que es hoy en día el coloso afincado en Zurbano.