y, qué cruz. El bicho del demonio es más canso que llevar una burra en brazos. No creo que exista ningún aspecto vital que no se haya visto forzado a cambiar, reestructurarse o reinventarse para seguir en pie debido al coronavirus de nombre impronunciable, a sus consecuencias y, sobre todo, a sus potenciales amenazas. Sin ir más lejos, ayer miles de criaturas regresaban a las aulas después de meses de escolarización casera, encierro obligatorio y recreos en el pasillo de sus casas. Y no lo tuvieron nada fácil. De primeras, tuvieron que echar mano de diversos cuadrantes para comprobar la puerta habilitada para acceder a los centros escolares en función de su edad, curso académico, procedencia u horario dispuesto a tal efecto. Una vez solventada esa nimiedad, los estudiantes se toparon con una suerte de Checkpoint Charlie, infranqueable hasta aprobar los pertinentes controles de temperatura y los lavados intensivos de manos con todo un abanico de mejunjes hidroalcohólicos. Todo se antoja poco para sortear las infecciones ligadas al covid-19, una desgracia biológica que ya ha dejado su impronta y que marcará un antes y un después para una sociedad que se creía inmune ante ciertas amenazas. Ahora ya solo nos queda la resignación.