i fascinación llegó al límite. En la imagen que aparecía en el televisor de mi salón, un señor barbado con la única compañía de su mascota, deambulaba por uno de los inmensos bosques que pueblan Canadá mientras se procuraba lo necesario para satisfacer sus necesidades sin la ayuda de nada ni de nadie. Al parecer, el protagonista había levantado previamente una cabaña de troncos, que había construido con sus propias manos, y en la que residía con una holgura envidiable. El descubrimiento de aquel canal en una de esas aplicaciones que viven de la acumulación, exhibición y comercialización de la creatividad audiovisual del personal me hizo reflexionar sobre la humanidad. ¡Cómo no! Supongo que algo tendrán que ver los cuatro meses en los que nos ha tocado bailar al son impuesto por el coronavirus de nombre impronunciable. El caso es que comprobar que hay personas que deciden prescindir de los rasgos sociales inherentes a la humanidad para encontrarse a sí mismas rodeadas de los retos que impone la naturaleza me provocó un picazón mental que aún me irrita y que se sintetiza en una pregunta molesta: ¿y si la verdadera pandemia fuéramos los humanos? Acto seguido, cambié de canal para ver Sálvame. Aquello logró acallar mis reflexiones. Mano de santo.