Cayetana Álvarez de Toledo acumula en 48 horas la autoría de dos incendios -metafóricos, claro- que, aunque apuntaban fuera de las filas populares, inevitablemente prenden también en las huestes de Pablo Casado. El lunes, la portavoz del grupo del PP en el Congreso se despachaba sin contemplaciones con LaSexta, acusándole de “hacer negocio con la erosión del sistema democrático”, mientras su jefe tiraba de argumentario genovés atacando a Pablo Iglesias por “amenazar a medios de comunicación”. El martes, le enmendaba la plana a su compañera Cuca Gamarra, vicesecretaria general de Política Social del PP, que había defendido la asistencia del partido a la manifestación con motivo del 8M. “Yo soy feminista amazónica de la escuela de Camille Paglia”, proclamó. “La libertad no puede perjudicar nunca”, respondió luego la dirigente popular preguntada por las discrepancias y el malestar generado en su propio partido. Bonita máxima, sin duda, aunque de dudosa eficacia para la supervivencia en un partido político. Si algo hay de cierto en la vida de este tipo de colectivos es que no conviene pisar demasiados callos entre los tuyos -los más peligrosos están sentados a tu lado no enfrente, como advirtió Churchill-, porque velarán armas. Como en Juego de tronos, un Lannister siempre paga sus deudas.