De la infinidad de imágenes impactantes de los efectos que la borrasca Gloria en confluencia con esa especie de superanticiclón instalado sobre el Reino Unido han causado en la península ibérica, quizá una de las más llamativas es la muestra del antes y el después en el delta del Ebro, ahora absolutamente engullido por las aguas. Con especial recuerdo para Rajoy y su primo, la devastación de estos últimos días -al menos ocho muertos y tremendos daños materiales- demuestra que la perseverancia de personajes como Donald Trump en negar la evidencia no es ya ignorancia, sino perversión. Nada hay de extraño en que nieve en invierno, pero sí en que episodios radicales se produzcan con la intensidad y frecuencia que comienza a percibirse. Un experto de la cosa climática comentaba estos días que ha llegado el momento de asumir que el litoral mediterráneo, por ejemplo, ya no tiene un clima estable y que eso ha de tener consecuencias también en la propia planificación urbanística y de infraestructuras que hacemos. Podemos seguir mirando para otro lado, podemos dejar ese legado a la siguiente generación y que ella afronte el problema en peores condiciones todavía que ahora. Y afrontar el problema, sí, va a tener costes y va a suponer sacrificios. No va a ser fácil. La cuestión es que no hay alternativa.