Un reciente estudio apadrinado por una marca de analgésicos, presumo que concienzuda, técnica, rigurosa y científicamente impecable en su realización, concluye que una inmensa mayoría de vascos prefiere cenar durante los festejos navideños acompañado por gente con la que tiene afinidad. Yo, desde mi humildad congénita y tras años de experiencias de todo tipo relacionadas con las celebraciones, me atrevería a deslocalizar esa apreciación más allá de las fiestas de finales de diciembre y primeros de enero y a extenderla no sólo a los vascos, sino a toda la humanidad. Bastante malo es ya compartir mesa y mantel por decreto familiar como para que, encima, se deba hacer codo con codo con quien te saca una mieja de quicio con su mera presencia. Supongo que esta manera de ver las cosas tiene mucho que ver el agotamiento que me provoca la proliferación de guirnaldas, espumillones, árboles decorados con dudosa creatividad, estruendosas luces y una programación televisiva que, desde hace mil semanas, ha entrado en bucle navideño. En fin, aparte de lo evidente, me complace comprobar cómo la empresa privada confía en la sociología y en las estadísticas para diseccionar a la actual sociedad y poder conocerla así un poco mejor.