is hijas están contando los días para que acabe de trabajar. Me dedico a impartir cursos de formación para el empleo y el de este año ha sido demasiado largo para ellas. A veces nos vemos de mañana en mañana y los fines de semana conmigo se les hacen cortos. Entonces, soy (utilizando el símil de una buena amiga) como una leona de un documental de National Geographic, que aguanta estoicamente a sus cachorros andándole por encima hasta que, en un momento de hartazgo, les suelta un bufido para poder respirar un poco. Cuando llega el fin de semana también llega el ir al baño siempre en compañía (los puñeteros han aprendido a abrir el pestillo desde fuera, no hay escapatoria), llegan las peleas constantes sobre al lado de quién me siento, con quién juego primero y a qué, a quién le leo el cuento antes... Yo cometo el error de intentar desdoblarme sin éxito y todas acabamos frustradas y estresadas. Mi pareja intenta consolarme, es normal, me dice, te echan de menos. Y yo a ellas. Pero la expectativa de un fin de semana armónico suele distar mucho de mi realidad. Mi curso termina en unos días y sé que, poco a poco, este gran desequilibrio encontrará su balanza. Y también sé que yo echaré de menos mi curso, mi trabajo, mi rutina, mis mediodías en casa a solas, en silencio, mis ratos para hacer los etxerakolanak o ver el programa de cocina en euskera para practicar el entzumena. Echaré de menos esa parte de mi vida que se parece un poquito a la que tenía antes de ser madre y que me recuerda que también soy una persona con ganas de hacer tantas cosas... Echaré de menos tener un poco de tiempo, tiempo libre para mí, para hacer con él lo que me dé la gana. Echaré de menos por unos meses estar unas horas al día con otras adultas, sin hablar de o con criaturas. Sólo me falta aprender a no sentirme culpable por ello. Bueno, y también volver a cantar. Todo llegará.