i no eres de un equipo de fútbol no eres nadie, por eso soy de la real a pesar de que no me gusta ese deporte y siempre me ha aburrido, salvo cuando jugaba en el Ametsa de Antzuola. Jugábamos campeonatos en Bergara y ganamos bastantes trofeos, más que por mejores, por la voluntad de ganar a los bergaratarras, aunque, salvo yo, malos no éramos. Eso sí, aquella ilusión de jugar con amigos y de ganarles a los mokolos lograba que, sin sufrir por mis largas suplencias, incluso algún gol lograra meter. Cuando jugábamos una final nadie nos despedía en nuestro viaje a Bergara, ni entre el público había más allá de algún aita aburrido, y en caso de ganar el campeonato, tampoco nadie nos recibía. Todo aquello importaba poco, y si vencíamos, nos bastaba con nuestra inmensa alegría, porque nuestra satisfacción y regocijarnos con la copa o recordando las diferentes jugadas del partido nos valían para ser felices. Hoy, unos jugadores ricos que dedican más tiempo a la peluquería que al entrenamiento, ven como su afición enloquece hasta llevar su alienación por animar al equipo a acumularse en la calle, desatendiendo las recomendaciones ante una pandemia que se ha llevado a miles de vascos por delante. Por cierto, tanto romper las reglas en nombre de la defensa grupal de unos colores, para luego echarse desde lo alto de un semáforo esperando que sus colegas le recojan y, ay disgusto, dejarse las costillas en el asfalto. Se ve que en la actualidad más que sentirse felices jugando al fútbol, lo hacen en despedida masiva a quienes jugarán por ellos, poniendo en riesgo la salud de todos o saltando desde semáforos. Y lo curioso es que, tras proclamar que los vascos seríamos campeones, no iban a jugar siquiera contra los mokolos, sino que jugaban, vaya por dios, la copa del rey de españa. Yo celebré el Aberri Eguna vacunándome, que eso sí que fue una victoria, mía y nuestra.